Modos de Fe
Después de haber leído a Romano Guardini me quedo tranquilo: que cada uno actúe según su vocación particular, y todos en santa paz
Hoy, pasada la medianoche, me he puesto a leer un viejo libro descolorido por los años que me ha sumido en un estado de ánimo al que bien podría llamar euforia o tal vez felicidad. Nada hay mejor que un libro que responde a nuestras preguntas y desbarata nuestras angustias, pues para eso y no para otra cosa han de escribirse los libros. Este del que ahora hablo se titula Vida de la fe y lo escribió hace ya muchos años un teólogo de lengua alemana y sangre italiana llamado Romano Guardini (1885-1968).
¿Y qué fue lo que leí en ese libro que me puso tan contento? Pues esto: que, aunque la fe es siempre una y la misma, hay muchos modos de vivirla, tantas cuantas personas viven en este mundo. ¿Y qué tiene de liberador esta afirmación que parece a primera vista tan evidente, pero que no lo es de ninguna manera? Por el momento no responderé a esta pregunta, sino que me limitaré a transcribir los párrafos que subrayé con mi lápiz rojo y que me hicieron saltar de la cama para ir inmediatamente al escritorio a tomar la nota: “La fe existe bajo múltiples formas –escribió Guardini allí-, según el temperamento y la capacidad de cada sujeto, según la estructura que caracteriza a este o a aquel hombre, a tal estado de vida, a tales o cuales épocas o pueblos. Esas formas representan ciertamente el terreno en que vive la fe. Ellas determinan la circunstancia particular de su desenvolvimiento, de acuerdo con los recursos, las dificultades propias de cada cual y los deberes que le corresponden. Podría decirse que en ellas se expresa la vocación personal que revestirá la fe de cada uno”.
La vocación personal de cada uno: esto es importante, pues al final de esto se trata. Pongo entre corchetes esta afirmación y la transcribo en una tarjeta de cartulina. Pero esto, ya en la práctica, ¿qué significa? Que tú y yo, como hombres de fe, debemos ser nosotros mismos y evitar el caer en la tentación de querer imitar la piedad de los vecinos. Aquel, el que vive dos casas a la izquierda de la tuya, dadas sus particularidades, temperamento y formación, prefiere expresar su fe de una determinada manera: por ejemplo, emprendiendo largas caminatas a diversos santuarios; en tanto que tú, para experimentar lo sagrado, prefieres pasear por los bosques solitarios a la caída de la tarde y alejarte del tráfago del mundo. Aquél disfruta cantar mientras camina; tú, por el contrario, prefieres sumirte en el silencio. ¿Cuál de las dos expresiones de la fe es más perfecta? Las dos, y a nadie se le podría obligar a hacer lo primero si es lo segundo lo que le viene mejor.
“La fe consiste –sigue diciendo Guardini- en el hecho de que el hombre, allá en las profundidades de su ser, en lo más íntimo de su yo, en el corazón de su corazón, ha sido llamado por Dios, por encima de todas las estructuras, y que ha respondido a ese llamado. El punto fundamental de la fe no es asunto de estructura: es obediencia y fidelidad”. En otras palabras, lo que aquí importa, ante todo, es la fe, aunque difícilmente un labrador la viva o la exprese como podría vivirla y expresarla un profesor de filosofía. Ambos han sido llamados por Dios, y ambos han respondido con un sí generoso y enérgico. Pues bien: con esto basta, pues, en último análisis, esto es la fe. “A fin de cuentas, convertirse en creyente significa siempre la misma cosa: frente a un hombre encerrado en su propio ser, en su mundo particular, una nueva realidad aparece: la realidad de Dios”.
Ahora bien, ¿qué pasaría si yo quisiese obligar al labrador a que viva su fe como sólo podría hacerlo un maestro de filosofía? ¿O si, por un celo mal entendido, obligara al profesor de filosofía a expresar sus creencias a la manera del labrador? Éste encuentra a Dios en la naturaleza; el viento, las hojas de los árboles, y el crepúsculo lo llenan de emoción y le habla de Aquel que sacó de la nada todos estos prodigios que lo conmueven en lo más íntimo de sí mismo; el profesor de filosofía, en cambio, lo busca en los libros, y también lo encuentra: ¿qué se puede reprochar al uno y al otro si ambos lo aman, aunque cada uno a su modo? “Mientras no se haga de ello una ‘religión’ particular –precisa nuestro autor-, ni una intolerancia con respecto a otras expresiones, estas actitudes de la fe son hermosas y juegan un papel necesario en el mundo cristiano”.
Si el labrador supusiera que su manera de expresar su fe es la única válida y exigiera por ello al profesor de filosofía dejar sus libros, cometería sin duda una gran falta; pero igual injusticia cometería el profesor si dijese a aquél: “Amigo, tú no sabrás nada de Dios hasta que no te hayas leído de cabo a rabo la Suma Teológica de Santo Tomás”. Y concluye Guardini: “Que cada uno, pues, tenga confianza en la naturaleza individual que Dios le ha dado; que vea en ella la base de su existencia y el camino que le está deparado para llegar a Dios; que no se deje imponer por otro una imagen o una medida que le resulte extraña”.
Verá usted: hay quienes siempre me han reprochado el leer todo tipo de literaturas; éstos me juzgan con severidad porque quieren que exprese mi fe como la expresan ellos, y ven con malos ojos que busque a Dios en los libros en vez de buscarlo en la cima de una montaña nevada o en la peregrinación al santuario del Niño de las palomitas. Y bien, después de haber leído a Guardini me quedo tranquilo: que cada uno actúe según su vocación particular, y todos en santa paz. “Aunque el llamamiento de Dios –decía, a su vez, el dominico A. M. Carré- se dirija esencialmente a cada uno, el llamamiento de todos no impide el que cada uno tenga su propia manera de amar a Dios y de hacer que se derramen los frutos del Espíritu”. ¿No es esto hermoso? Pero de esto todavía hablaremos un poco más en el próximo artículo, es decir, la semana que entra.
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El P. Juan Jesús Priego es Rector del Colegio Mexicano en Roma.
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