La historia poco conocida de Santa Teresa de Ávila que dio origen a las posadas
Las posadas navideñas tienen raíces teresianas. Conoce cómo Santa Teresa de Ávila influyó en esta tradición viva de la Iglesia.
¿Sabías que Santa Teresa de Ávila ayudó a inspirar las posadas tal y como hoy las conocemos?
Las posadas —fiestas que se celebran durante nueve días y que en algunos países reciben el nombre de Novena de Aguinaldos— son una de las tradiciones navideñas más queridas en México. También se viven con profundo sentido religioso en países como Guatemala, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Nicaragua y Panamá. A través de ellas, los fieles recuerdan la peregrinación de María y José desde Nazaret hasta Belén, donde buscaron posada para que pudiera nacer Jesús.
Estas celebraciones llegaron al llamado “Nuevo Mundo” gracias a los frailes agustinos que fundaron un convento en San Agustín de Acolman, encabezados por fray Diego de Soria. Él solicitó permiso al Papa Sixto V para celebrar las misas conocidas como “de aguinaldos”, del 16 al 24 de diciembre, con el fin de preparar espiritualmente a los fieles para la Navidad.
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Las posadas inspiradas en Santa Teresa de Ávila
Con el deseo de evangelizar y acercar a los pueblos originarios al misterio del nacimiento de Cristo, los frailes incorporaron a estas celebraciones la representación de la petición de posada por parte de María y José. Esta práctica se inspiró en una tradición teresiana, promovida durante años por Santa Teresa de Ávila entre las comunidades de carmelitas que fundó a lo largo de su vida.
Esta raíz espiritual fue documentada por María del Pilar de la Iglesia, especialista en temas teresianos, quien señala que:
“Fue en el convento de San José donde la santa estableció la costumbre de llevar por toda la casa a la Santísima Virgen y a San José pidiendo posada. Las monjas les reciben en sus celdas y les ofrecen sus corazones”.
La santa acompañaba esta procesión con sencillas coplas que las religiosas recitaban con alegría y devoción:
“No durmáis, hermanas,
mirad que viene
la que a Dios por Hijo tiene”.
De este modo, Teresa de Jesús pedía posada para el Niño, para la Madre y para su amado San José, uniendo oración, canto y vida comunitaria.
Las autoras Belén Yuste y Sonia L. Risas, en El arca de las tres llaves, obra dedicada a la Reforma teresiana, destacan que esta tradición se vivía con “la máxima solemnidad, cariño fraternal y cantos de alabanza al Santo Niño, a la Virgen y a su San José tan querido”.
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Una tradición viva en el Carmelo
Este mismo libro relata que en el convento de San José de Ávila aún se conserva una imagen del Niño Jesús de tiempos de Santa Teresa, conocido como el Niño Mayorazgo. Cada Nochevieja, después de la cena, la comunidad realiza una procesión con esta imagen, a la que previamente se le coloca una pequeña bolsa con una antigua moneda como signo de confianza en la providencia para el año que inicia.
Entre cantos, el Niño es llevado a bendecir cada celda del convento. Esta imagen, una de las reliquias teresianas más queridas, preside también las ceremonias de toma de hábito y profesión religiosa. Año con año, generaciones de carmelitas han acompañado esta devoción con pesebres, algunos regalos y otros frutos del trabajo silencioso y amoroso de las hijas de Teresa.
Esta tradición no se limita al convento de San José de Ávila. En toda la Orden del Carmelo se conserva la costumbre de llevar al Niño Dios de celda en celda, acompañado de cantos. El Niño permanece un día con cada religiosa, quien lo acoge con especial cuidado y ternura.
La “hospedera” tiene la misión de ofrecerle un pequeño portal, una cuna y un ajuar, como gesto simbólico de reparación y amor, para que el Niño “olvide el desprecio sufrido en la primera Nochebuena”. Así, la espiritualidad teresiana sigue recordando que preparar la Navidad es, ante todo, abrir el corazón para dar posada a Dios.
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El corazón de las posadas: acoger a Cristo, ayer y hoy
Aunque la tradición promovida por Santa Teresa de Ávila no es idéntica a la manera en que hoy se viven las posadas en México —con cantos populares, velas, procesiones comunitarias y convivencia familiar—, sí puede entenderse como una semilla espiritual que ayudó a preparar el corazón de los fieles para recibir a Dios en sus hogares.
Aquella sencilla procesión por los conventos, en la que se pedía posada al Niño, a María y a San José, sembró una enseñanza que permanece vigente: la Navidad no comienza en la fiesta, sino en la disposición interior para acoger a Cristo. Con el paso del tiempo, esta semilla germinó en expresiones culturales propias de cada pueblo, dando lugar a celebraciones llenas de identidad, alegría y fe.
Hoy, al participar en las posadas, los cristianos están llamados a recuperar ese sentido profundo: abrir la puerta del hogar y del corazón para que Jesús encuentre un lugar donde nacer. Así, más allá de las formas, la tradición continúa cumpliendo su misión original: recordarnos que Dios sigue llamando, y que siempre vale la pena ofrecerle posada.
Fuente: Procesos de Beatificación y Canonización de Santa Teresa de Jesús (Tomo II), del P. Silverio de Santa Teresa

