En medio del camino cuaresmal celebramos la solemnidad de la Anunciación del Señor, el momento en que el Dios Verdadero, toma carne, para ser perfecto hombre. Podríamos pensar que la cuaresma no tiene nada que ver con este acontecimiento, pero, en realidad, la vida de fe y sus enseñanzas, siempre están vinculadas de una u otra forma, es decir, la cuaresma nos lleva a la Pascua, pero no podríamos conmemorar cada año la Pasión, muerte y Resurrección de nuestro Señor si antes no hubiera nacido, por eso celebramos la Navidad, pero no podríamos contemplar el misterio de Belén, sin ese de María, cuando recibió el anuncio del arcángel Gabriel.

Así pues, en esta solemnidad contemplamos el culmen del amor de Dios por nosotros, ya que Dios envía a su Unigénito, que se hizo hombre, para salvarnos y darnos la dignidad de hijos. Jesús toma la naturaleza humana de su madre, de María, no se presenta en forma de visión, sino que se hizo hombre, para ser uno entre nosotros, uno con nosotros.

En esta solemnidad contemplamos a Jesús y María más unidos que nunca, María llevará a Jesús en su seno durante nueve meses, amándolo, protegiéndolo, alimentándolo, dándole todo lo necesario para que llegué a buen término la gestación del Mesías. En este misterio, la naturaleza divina y la humana se fusionan en una única Persona: Jesucristo, verdadero Dios y desde entonces, verdadero hombre.

Mencionamos que se muestra el amor de Dios, ya que, de las múltiples formas que Dios podía haber elegido para restaurar la naturaleza humana, eligió tomar nuestra propia naturaleza, para después entregar su vida como salvación por los hombres, por eso, en la Encarnación encontramos la manifestación suprema del amor divino por el hombre. Sin duda un gran misterio, ya que, el Verbo encarnado, Jesucristo, al tomar la naturaleza humana, nunca abandona su naturaleza divina.

San Bernardo Abad escribe una homilía sobre las excelencias de la Virgen Madre, y nos dice que, una vez que el Ángel del Señor anunció a María que concebiría un varón, el Ángel aguarda la respuesta, y mientras tanto, toda la creación permanece en expectación. En el sí de María está el precio de la salvación, en su respuesta afirmativa la humanidad sería renovada, liberada y devuelta a la vida. De esa respuesta depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados.

Por eso al escuchar: «He aquí la esclava del Señor. hágase en mí, según tu palabra», el universo entero contempla la salvación.

La solemnidad de la Anunciación, vista a los ojos de la redención, no es sólo el diálogo entre el arcángel Gabriel y la Virgen María, sino que, como hemos mencionado, es el culmen del amor de Dios: «Y el Verbo se hizo carne, y habito entre nosotros».

Por último, también podríamos decir que, es un canto a la vida, la vida dentro del vientre de la madre. Unamos nuestra oración por todas las madres del mundo, para que Dios les conceda la alegría de la maternidad, pidamos también por todas aquellas que tienen miedo o que están sufriendo por infinidad de circunstancias que muchas veces no sabemos ni imaginamos, pidamos para que Dios les conceda la fortaleza y la paz. Nuestra oración por todas ellas. Que el amor del Dios hecho hombre llene siempre nuestros corazones.

Más artículos del autor: Jornada Mundial del Enfermo

Mons. Andrés Luis García Jasso

Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 24 de agosto de 2021. Es el primer obispo mexicano emanado del Camino Neocatecumenal.

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