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COLUMNA

Columna invitada

No clericalizar a las mujeres

Sin tantas mujeres apostólicas que hay, la pastoral se derrumbaría. Un día sin mujeres en la pastoral, sería un desastre.

26 febrero, 2020

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Más de dos terceras partes de los miembros del pasado Sínodo para la Amazonia propusieron que se pudiera ordenar como diaconisas a mujeres que colaboran pastoralmente en esa región. Sería una forma de potenciar su servicio evangelizador, no para que, con el tiempo, se les concediera el sacerdocio, pues el diaconado no es en orden al sacerdocio, sino al servicio a la comunidad. El Papa no accedió a esta petición y da unas razones profundas, en el sentido de que las mujeres no necesitan esta ordenación para hacer lo que hacen y mucho más. No se puede seguir pensando que la ordenación es para tener poder eclesial. Leer: En la Amazonia no habrá ordenación de sacertotes casados ni diaconisas Conocemos mujeres que han influido mucho en la historia de los pueblos y en la pastoral, sin ser sacerdotisas o diaconisas. Cada quien podría dar ejemplos. La Virgen María, Santa Teresa de Avila, la Madre Teresa, y tantas otras, son casos preclaros. Mi abuela, sin muchas letras, fue significativa para la evangelización de mi pueblo. En mi diócesis anterior, existe una Coordinación Diocesana de Mujeres (CODIMUJ) que ha trabajado mucho para que las mujeres indígenas asuman su dignidad en la familia y en la comunidad. El cargo de Canciller de la diócesis lo desempeña, desde hace muchos años, una mujer, religiosa o laica, y en forma ejemplar. No es sólo una secretaria, sino que es el primer rostro de la Iglesia local, quien recibe y atiende personas y asuntos, quien ayuda con su palabra a tomar decisiones. En el Consejo Diocesano de Pastoral, son varias mujeres que aportan su palabra y tienen influencia decisiva. En el Seminario, una religiosa dominicana imparte clases de teología dogmática, pues está preparada académicamente para ello. Conforme a la normatividad canónica, autoricé a mujeres indígenas para que celebraran el bautismo, donde no había diáconos permanentes y difícilmente llegaba el sacerdote. Con el apoyo de la conferencia episcopal y la autorización suprema de Roma, esas mismas mujeres presidían la celebración canónica de matrimonios, previa formación de ellas y de la comunidad. Leer: Querida Amazonia: Exhortación Apostólica Postsinodal Sin tantas mujeres apostólicas que hay, la pastoral se derrumbaría. Un día sin ellas en la pastoral, sería un desastre. Sin su cercanía y su amor generoso en la familia y en la comunidad, sobre todo para los enfermos, ancianos y descartados, se acabaría el sol de la vida y de la esperanza.

PENSAR

En su Exhortación Querida Amazonia, el Papa Francisco dice: “Se necesitan sacerdotes, pero esto no excluye que ordinariamente los diáconos permanentes —que deberían ser muchos más en la Amazonia—, las religiosas y los mismos laicos asuman responsabilidades importantes para el crecimiento de las comunidades y que maduren en el ejercicio de esas funciones gracias a un acompañamiento adecuado” (92). “Hay comunidades que se han sostenido y han transmitido la fe durante mucho tiempo sin que algún sacerdote pasara por allí, aun durante décadas. Esto ocurrió gracias a la presencia de mujeres fuertes y generosas: bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras, ciertamente llamadas e impulsadas por el Espíritu Santo. Durante siglos las mujeres mantuvieron a la Iglesia en pie en esos lugares con admirable entrega y ardiente fe” (99). “Esto nos invita a expandir la mirada para evitar reducir nuestra comprensión de la Iglesia a estructuras funcionales. Ese reduccionismo nos llevaría a pensar que se otorgaría a las mujeres un status y una participación mayor en la Iglesia sólo si se les diera acceso al Orden sagrado. Pero esta mirada en realidad limitaría las perspectivas, nos orientaría a clericalizar a las mujeres, disminuiría el gran valor de lo que ellas ya han dado y provocaría sutilmente un empobrecimiento de su aporte indispensable” (100). Las mujeres hacen su aporte a la Iglesia según su modo propio y prolongando la fuerza y la ternura de María, la Madre. Sin las mujeres, la Iglesia se derrumba” (101). “En una Iglesia sinodal las mujeres deberían poder acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales que no requieren el Orden sagrado y permitan expresar mejor su lugar propio. Cabe recordar que estos servicios implican una estabilidad, un reconocimiento público y el envío por parte del obispo. Esto da lugar también a que las mujeres tengan una incidencia real y efectiva en la organización, en las decisiones más importantes y en la guía de las comunidades, pero sin dejar de hacerlo con el estilo propio de su impronta femenina” (103).

ACTUAR

No hace falta que un día se pongan en huelga pastoral las mujeres apóstoles seglares, para que les demos su lugar; pero valoremos más su aporte femenino, promoviéndolas con cargos importantes en la comunidad eclesial y agradeciendo su servicio, casi siempre gratuito.   *Monseñor Felipe Arizmendi es Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas y responsable de la Doctrina de la fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano. Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe. Este artículo se publicó originalmente en Zenit

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Más de dos terceras partes de los miembros del pasado Sínodo para la Amazonia propusieron que se pudiera ordenar como diaconisas a mujeres que colaboran pastoralmente en esa región. Sería una forma de potenciar su servicio evangelizador, no para que, con el tiempo, se les concediera el sacerdocio, pues el diaconado no es en orden al sacerdocio, sino al servicio a la comunidad. El Papa no accedió a esta petición y da unas razones profundas, en el sentido de que las mujeres no necesitan esta ordenación para hacer lo que hacen y mucho más. No se puede seguir pensando que la ordenación es para tener poder eclesial.

Leer: En la Amazonia no habrá ordenación de sacertotes casados ni diaconisas

Conocemos mujeres que han influido mucho en la historia de los pueblos y en la pastoral, sin ser sacerdotisas o diaconisas. Cada quien podría dar ejemplos. La Virgen María, Santa Teresa de Avila, la Madre Teresa, y tantas otras, son casos preclaros. Mi abuela, sin muchas letras, fue significativa para la evangelización de mi pueblo.

En mi diócesis anterior, existe una Coordinación Diocesana de Mujeres (CODIMUJ) que ha trabajado mucho para que las mujeres indígenas asuman su dignidad en la familia y en la comunidad. El cargo de Canciller de la diócesis lo desempeña, desde hace muchos años, una mujer, religiosa o laica, y en forma ejemplar. No es sólo una secretaria, sino que es el primer rostro de la Iglesia local, quien recibe y atiende personas y asuntos, quien ayuda con su palabra a tomar decisiones. En el Consejo Diocesano de Pastoral, son varias mujeres que aportan su palabra y tienen influencia decisiva. En el Seminario, una religiosa dominicana imparte clases de teología dogmática, pues está preparada académicamente para ello.

Conforme a la normatividad canónica, autoricé a mujeres indígenas para que celebraran el bautismo, donde no había diáconos permanentes y difícilmente llegaba el sacerdote. Con el apoyo de la conferencia episcopal y la autorización suprema de Roma, esas mismas mujeres presidían la celebración canónica de matrimonios, previa formación de ellas y de la comunidad.

Leer: Querida Amazonia: Exhortación Apostólica Postsinodal

Sin tantas mujeres apostólicas que hay, la pastoral se derrumbaría. Un día sin ellas en la pastoral, sería un desastre. Sin su cercanía y su amor generoso en la familia y en la comunidad, sobre todo para los enfermos, ancianos y descartados, se acabaría el sol de la vida y de la esperanza.

PENSAR

En su Exhortación Querida Amazonia, el Papa Francisco dice:

“Se necesitan sacerdotes, pero esto no excluye que ordinariamente los diáconos permanentes —que deberían ser muchos más en la Amazonia—, las religiosas y los mismos laicos asuman responsabilidades importantes para el crecimiento de las comunidades y que maduren en el ejercicio de esas funciones gracias a un acompañamiento adecuado” (92).

“Hay comunidades que se han sostenido y han transmitido la fe durante mucho tiempo sin que algún sacerdote pasara por allí, aun durante décadas. Esto ocurrió gracias a la presencia de mujeres fuertes y generosas: bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras, ciertamente llamadas e impulsadas por el Espíritu Santo. Durante siglos las mujeres mantuvieron a la Iglesia en pie en esos lugares con admirable entrega y ardiente fe” (99).

“Esto nos invita a expandir la mirada para evitar reducir nuestra comprensión de la Iglesia a estructuras funcionales. Ese reduccionismo nos llevaría a pensar que se otorgaría a las mujeres un status y una participación mayor en la Iglesia sólo si se les diera acceso al Orden sagrado. Pero esta mirada en realidad limitaría las perspectivas, nos orientaría a clericalizar a las mujeres, disminuiría el gran valor de lo que ellas ya han dado y provocaría sutilmente un empobrecimiento de su aporte indispensable” (100).

Las mujeres hacen su aporte a la Iglesia según su modo propio y prolongando la fuerza y la ternura de María, la Madre. Sin las mujeres, la Iglesia se derrumba” (101).

“En una Iglesia sinodal las mujeres deberían poder acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales que no requieren el Orden sagrado y permitan expresar mejor su lugar propio. Cabe recordar que estos servicios implican una estabilidad, un reconocimiento público y el envío por parte del obispo. Esto da lugar también a que las mujeres tengan una incidencia real y efectiva en la organización, en las decisiones más importantes y en la guía de las comunidades, pero sin dejar de hacerlo con el estilo propio de su impronta femenina” (103).

ACTUAR

No hace falta que un día se pongan en huelga pastoral las mujeres apóstoles seglares, para que les demos su lugar; pero valoremos más su aporte femenino, promoviéndolas con cargos importantes en la comunidad eclesial y agradeciendo su servicio, casi siempre gratuito.

 

*Monseñor Felipe Arizmendi es Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas y responsable de la Doctrina de la fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Este artículo se publicó originalmente en Zenit