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Saúl y el malespíritu

21 agosto, 2023

Saúl no estaba nada bien. Le acometían fuertes depresiones. Odiaba a David por ser famoso, joven y predilecto de Dios. Saúl estaba enfermo de odio, envidia y celos.

El día en que David volvía de vencer a Goliat, las mujeres salían cantando entusiasmadas, al son de alegres panderos: Saúl ha matado a mil y David a diez mil. ¡Sólo faltaba que quisieran hacer rey a
David!, pensó Saúl irritado, sin saber que el profeta Samuel ya había ungido a David para que le sucediera a él en el trono.

“Al día siguiente le invadió de nuevo a Saúl aquel mal espíritu que le aquejaba y comenzó a delirar por la casa. David estaba tocando, cuando Saúl le arrojó una lanza con la intención de clavarlo contra la pared. Pero David la esquivó…” (1 Samuel 18, 9- 12).

¡Pobre Saúl! Andaba por todo el palacio destilando rencores. Celos, envidia, odio, resentimiento: el que padece todos estos males termina hablando solo.

Pero no es de su resentimiento de lo que quiero hablar aquí, sino de su curación: He aquí cómo se alivió el rey: “Llegó David hasta Saúl y entró a su servicio. Éste le hizo su escudero. Y cuando el mal espíritu asaltaba a Saúl, David tocaba la cítara; Saúl se aliviaba, se sentía mejor, y el mal espíritu se alejaba de él” (1 Samuel 16, 23).

¿La alabanza lo levantaba de su postración. Pero, ¿tiene la alabanza ese poder? ¡Claro! Saúl era un hombre dominado por las pasiones, pero al escuchar los cánticos de David se mejoraba. Tal vez la alabanza sea terapéutica para el alma. Tal vez la plegaria vaya al fondo de nuestro ser y nos cure silenciosamente. Tal vez, incluso, el hombre haya sido hecho para alabar, y por eso cuando alaba se siente tranquilo.

Si a Saúl le hizo tanto bien escuchar a David, ¿por qué no pensar que nos podría igualmente hacer bien a nosotros orar con los salmos que él compuso? ¿Por qué no?

Más artículos del autor: Anschel, el lector

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

Saúl no estaba nada bien. Le acometían fuertes depresiones. Odiaba a David por ser famoso, joven y predilecto de Dios. Saúl estaba enfermo de odio, envidia y celos.

El día en que David volvía de vencer a Goliat, las mujeres salían cantando entusiasmadas, al son de alegres panderos: Saúl ha matado a mil y David a diez mil. ¡Sólo faltaba que quisieran hacer rey a
David!, pensó Saúl irritado, sin saber que el profeta Samuel ya había ungido a David para que le sucediera a él en el trono.

“Al día siguiente le invadió de nuevo a Saúl aquel mal espíritu que le aquejaba y comenzó a delirar por la casa. David estaba tocando, cuando Saúl le arrojó una lanza con la intención de clavarlo contra la pared. Pero David la esquivó…” (1 Samuel 18, 9- 12).

¡Pobre Saúl! Andaba por todo el palacio destilando rencores. Celos, envidia, odio, resentimiento: el que padece todos estos males termina hablando solo.

Pero no es de su resentimiento de lo que quiero hablar aquí, sino de su curación: He aquí cómo se alivió el rey: “Llegó David hasta Saúl y entró a su servicio. Éste le hizo su escudero. Y cuando el mal espíritu asaltaba a Saúl, David tocaba la cítara; Saúl se aliviaba, se sentía mejor, y el mal espíritu se alejaba de él” (1 Samuel 16, 23).

¿La alabanza lo levantaba de su postración. Pero, ¿tiene la alabanza ese poder? ¡Claro! Saúl era un hombre dominado por las pasiones, pero al escuchar los cánticos de David se mejoraba. Tal vez la alabanza sea terapéutica para el alma. Tal vez la plegaria vaya al fondo de nuestro ser y nos cure silenciosamente. Tal vez, incluso, el hombre haya sido hecho para alabar, y por eso cuando alaba se siente tranquilo.



Si a Saúl le hizo tanto bien escuchar a David, ¿por qué no pensar que nos podría igualmente hacer bien a nosotros orar con los salmos que él compuso? ¿Por qué no?

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*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.





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