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La Santísima Trinidad: un solo Dios y tres personas distintas

5 junio, 2020
La Santísima Trinidad: un solo Dios y tres personas distintas
Vitral de la Santísima Trinidad de la Parroquia de la Anunciación en Santander, España. Foto Parroquia de la Anunciación/Facebook
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La Santísima Trinidad es creer en un solo Dios que, inexplicablemente para la razón humana, es al mismo tiempo, tres personas distintas, sin que esto implique una imposibilidad; no obstante, no lo podemos explicar (misterio), pero no va contra nuestra lógica humana.

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¿Qué narra la Biblia sobre este dogma de fe?

Hacia el año 1800 a. C., la historia de la humanidad da un gran cambio: surge el actual monoteísmo. El libro del Génesis nos narra cómo Dios eligió a un viejo pastor de ovejas, originario de la ciudad de Ur, en Caldea, para mostrarse a él y a sus descendientes como el único y verdadero Dios.

Con Abraham comenzó nuestra historia de la salvación, anunciada en el pueblo de Israel y realizada en el nuevo pueblo de Dios, nosotros.

Durante el Antiguo Testamento, por la sabia pedagogía de Dios, el pueblo escogido desconoce el misterio de la Santísima Trinidad, que tan sólo se nos muestra al llegar la plenitud de los tiempos con la venida al mundo del Hijo de Dios, Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.

La misión de Jesús es, precisamente, anunciarnos la buena noticia de la Trinidad divina. Él nos habla con amor de Hijo de cómo es su Padre, y nos enseña a invocarlo como Padre nuestro también.

Jesús nos habla del Espíritu Santo, regalo del Padre y regalo suyo, que nos envía para santificarnos y para consolarnos de su ausencia. Nos deja ver la intimidad de Dios que sólo él conoce y que sólo él nos podía revelar.

Jesús nos habla de la Trinidad. Foto: Servicio Católico Hispano
Jesús nos habla de la Trinidad. Foto: Servicio Católico Hispano

¿Quiénes son la Trinidad?

El Padre: Al Padre Dios le atribuimos la creación de todas las cosas “visibles e invisibles”, pero de manera especial la creación del ser humano, hecho a su imagen y semejanza. El Padre nos creó por amor.

El Hijo, Jesucristo: Al Hijo de Dios, segunda persona de la Trinidad Santa, lo llamamos, también, el Verbo, es decir: la Palabra, para dar a entender que expresa la inteligencia, la sabiduría del Padre por quien fue engendrado como Hijo único. No es creatura del Padre ni es posterior a él.



El Hijo se encarnó en el seno virginal de María. Ella es su madre física, biológica; pero no tiene más Padre que el mismo Dios. Jesús existía antes de su concepción desde la eternidad. A Jesús le atribuimos la obra maravillosa de nuestra redención por la cual nos salvó del pecado y de la muerte para devolvernos la gracia.

El Espíritu Santo: De Él decimos que “procede” del Padre y del Hijo; tampoco fue creado ni, él, engendrado. Es el amor del Padre y el amor de Jesús e igual en eternidad al Padre y al Hijo. A Él le atribuimos la santificación de los que han sido redimidos.

El Espíritu Santo es el alma que anima a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y que le da unidad. Es el dador de todas las gradas divinas. Habita en nosotros como en un templo y nos mueve a la alabanza continua al Padre por Jesucristo nuestro Señor. Creemos los cristianos que, cuando hacemos oración, es el Espíritu Santo el que ora en nosotros.

Un mismo honor y gloria

A cada una de las personas de la Trinidad Santa les damos “un mismo honor y gloría”, porque creemos que los tres son iguales en dignidad, en eternidad y en gloria. Son distintos entre sí; no son una misma persona que se disfraza de otra para representar un papel, pero en las tres personas hay una unidad total.

Este dogma de fe nos hace contemplar a un Dios “comunidad”, la familia íntima de Dios, relacionada entre sí por lazos infinitos de entendimiento y de amor. Dios es la perfecta armonía.

La Divina Providencia

En nuestra patria damos culto a la Santísima Trinidad bajo el nombre de la Divina Providencia, resaltando el cuidado que tiene Dios sobre nosotros.

A su Providencia Divina nos encomendamos sabiendo que del amor de Dios nos viene todo lo bueno que en nuestra vida hay. De Él nos viene nuestro mismo vivir y existir.

A la Trinidad Santa confiamos nuestras obras, cada vez que nos santiguamos y decimos “En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”.





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