Retrato espiritual del cristiano
El cristiano no quiere hacer daño y, en vez de cometer una injusticia, preferiría antes padecerla.
En su Carta a los Gálatas, San Pablo esboza en pocas líneas el retrato espiritual del cristiano. ¿Cómo debe ser el que sigue a Jesucristo? ¿De qué manera debe comportarse?
El cristiano, según el apóstol, es el hombre que ha recibido el Espíritu de Dios y, con Él, los frutos que el Espíritu cultiva siempre allí donde mora. Ahora bien, ¿de qué frutos se trata? ¿Cuáles son éstos? Helos aquí: “Los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo” (Gálatas 5, 22-23). En seguida veremos brevemente cada uno de ellos.
¿Se enojarán mis lectores si utilizo la versión griega de la Carta a los Gálatas para luego buscar yo mismo en un diccionario de griego el significado de cada palabra que utiliza el apóstol? Así, creo, podremos hacer una meditación mucho más interesante. Así pues, tenemos que los frutos del Espíritu son:
a) ’Αγαπη (agápe), es decir, amor: ese mismo amor que los latinos tradujeron como charitas. Sin embargo, aquí se trata del amor que da, no del amor que pide o exige. Eros busca en el otro lo que le falta; agápe, en cambio, da de lo que tiene. Eros es centrípeto: quiere para sí; agápe es centrífugo: comparte de su riqueza. Eros exclama: “¡No te vayas de mi lado, porque te necesito!”; agápe, como el padre de la parábola, da –reparte su herencia- y deja que el ser amado se vaya, si quiere irse. El primero aprisiona y retiene; el segundo, suelta y libera.
b) Χαρα (jará), o sea, alegría. La tristeza, diríamos, es lo natural: ¡suceden tantas cosas desagradables en nuestro redondo planeta! Pero lo sobrenatural es alegrarse. San Serafín de Sarov (1759-1833), el santo ruso, enseñaba: “Cuando un pensamiento viene de Dios, nos alegra; cuando viene del maligno, nos desalienta y entristece”. El cristiano, puesto que ha recibido el Espíritu Consolador, debe ser una persona alegre; o, si no lo es, tiene que aprender a serlo, sacando de su interior todo el gozo que Dios ha depositado en él y que se halla oculto bajo toneladas de ansiedad y preocupaciones. Dicho con otros términos: el cristiano o es alegre o no es aún plenamente cristiano.
c) Ειρηνη (eiréne), que quiere decir paz. El cristiano, según San Pablo, tiene que ser un hombre pacífico, o bien, pacificado. Cuando lo agreden, sabe perdonar, y si le dan un golpe, no responde con otro golpe. ¿Y qué hay de más viril que un hombre que, cuando todos tiemblan de miedo, se siente seguro? En El tren,una intensa novela de George Simenon (1903-1989), aparece un anciano que cuando ve que todos corren a la estación de ferrocarriles porque se acercan al pueblo los alemanes, durante la segunda guerra mundial, dice al protagonista con imperturbable serenidad: “Estamos a merced de la Providencia. Si ha de protegernos, lo hará aquí igual que en cualquier otro sitio”, y se queda donde está. Éste es el hombre de Dios. Está en paz y sabe transmitirla a los espíritus agitados e inquietos.
d) Μακροθυμια (makrotymía), que se traduce por paciencia. La versión castellana que hemos citado al principio dice tolerancia. Será cuestión de discutir cuál de ambos términos es más correcto. Sea de ello lo que fuere, paciente fue aquel hombre de la parábola que sembró buen trigo en su campo y al que un enemigo suyo, por la noche, le sembró cizaña. ¿Qué hace ahora que su terreno está contaminado? Se muestra paciente, o, en todo caso, tolerante, pues dice a sus servidores: “Dejemos que crezcan juntos el trigo y la cizaña hasta el día de la siega”. El cristiano –dice el Papa Francisco en La alegría del evangelio-“cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña… Cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas” (n. 24). Él, porque vive ya en cierto sentido en la eternidad de Dios, sabe esperar. Y, por tanto, tolerar…
e) Χρηστοτης (chrestótes): amabilidad. Se refiere esta palabra a la capacidad de acoger. ¿No nos hemos topado a menudo con personas con las que hay que hablar de prisa porque nunca tienen tiempo que darnos u ofrecernos? Y, sobre todo, ¡qué difícil es llegar a ellas! Son literalmente inaccesibles. Pues bien, nada hay más lejos de un cristiano verdadero que esta actitud displicente. Para San Pablo, el discípulo de Cristo debe ser amable, bondadoso, cálido: tierno, en una palabra. La chrestótes invita al otro a sentarse y a dialogar reposadamente; a la conversación pausada; a la palabra dulce y no cortante ni atrevida…
f)Αγαθωσυνη (agathosyne), bondad. Al cristiano debería uno poder acercársele sin ningún miedo, pues sabemos que no nos hará daño: es una persona en la que se puede confiar. No es tanto “un buen hombre”, sino “un hombre bueno”, lo que no es lo mismo. Lo primero es sinónimo de bonachón, pero lo segundo es sinónimo de rectitud moral. De él no puedes esperar un desplante desconsiderado ni un golpe bajo.
g)Πιστις (pístis), o sea, fe, pero en el sentido de fiabilidad o de confianza. El cristiano es una persona en la que se puede tener confiar, porque es de fiar. Si le prestas, sabe que tiene que pagarte; si le confías un secreto, sabe que no debe revelarlo; y, si lo necesitas, allí estará siempre para lo que haga falta y apoyarte.
h)Πραυτης (praítes): mansedumbre. El cristiano no quiere hacer daño y, en vez de cometer una injusticia, preferiría antes padecerla. Lo suyo no son los golpes, sino la palabra persuasiva y respetuosa. Quiere ser manso y nunca feroz.
j)Εγκρατεια (enkratéia). Esta palabra puede significar dos cosas: castidad, o bien dominio de sí mismo. Lo natural sería dejarnos llevar por nuestro instinto y nuestros apetitos, pero saberse detener para salvaguardar unos límites que no deberán ser de ninguna manera traspasados, eso es la enkratéia, y eso, también, lo que pide San Pablo a los cristianos. ¡Dios mío, qué lejos estamos del ideal!
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