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Esta mamá nos cuenta por qué adoptar es una elección de amor

Elegir esta forma de ser mamá es una muestra de generosidad, paciencia y confianza en la grandeza de Dios.

14 mayo, 2019
Esta mamá nos cuenta por qué adoptar es una elección de amor
Beatriz González nos cuenta su experiencia al adoptar. Foto: Cortesía

“Mi maternidad comenzó el día que decidimos adoptar.” El proceso de ‘gestación’ es diferente, pues puede durar años, por todos los papeleos y estudios. Sin embargo, la espera vale la pena, pues el día del parto es maravilloso; es decir, el momento en que dan el sí a la adopción y puedes tener al bebé por primera vez en tus brazos”, dice Beatriz González.

Pasaron ocho años para que ella y su esposo aceptaran que no podían tener hijos biológicos, pero pese a ello, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia, jamás recurrieron a la reproducción asistida”.

La decisión de ser padres

Beatriz comenta que la infertilidad ocasiona baja autoestima en la pareja. “Al casarte, piensas que el siguiente paso son los hijos; cuando no sucede así, te cuestionas y cuestionas a las circunstancias. Pero finalmente logras ver todo con una óptica diferente, con la certeza de que la vida es un regalo”.

Como pareja llegaron a un proceso de discernimiento, y al final hallaron en la adopción la vocación de ser padres. “Hablamos mucho, eso nos fortaleció. Además, trabajamos la paciencia y la fe; teníamos la certeza de que un bebé llegaría a nuestro hogar por obra de Dios”, detalla.

“Ser papá por elección es darte generosamente. La adopción es recibir a una personita que no sabes si es niña o niño, ni si es lactante o mayor; pero lo esperas con mucho amor e ilusión”.

Considera que hay muchos prejuicios en el tema de la adopción, que provienen del desconocimiento y la falta de sensibilidad. “Se dice que la genética de los niños es importante, pero para nosotros la formación es una cuestión cultural”.

‘Gestación’ prolongada

Describe que su primera ‘gestación’ fue de cuatro años, con “J” (12 años), y la segunda de dos, con su pequeña “M” (10 años).

Asegura que cuando vio a sus pequeños por primera vez sintió un amor infinito; con el primero la espera fue tan larga que, cuando por fin llegó, la pareja se sentía “como un ave con las alas plegadas”, y desplegarlas les costó trabajo. “Era chiquito, con los pelitos parados, una fragilidad”. A la segunda, “la casa cuna nos la entregó como una muñeca, vestida de azul. ¡Nunca los he dejado de abrazar! Dios es grande y todo lo puede”.