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COLUMNA

Columna invitada

La cuarentena pone a prueba mis conocimientos de madre

"Procuraremos darle sentido e intención a cada día, haremos llevaderas nuestras quejas ofreciéndolas por los enfermos y los enfermeros".

28 marzo, 2020

Día 12 de cuarentena. Para cuando las maestras enviaron las tareas y el trabajo en casa, ya había sacado mi lado creativo, paciente y multitarea, ese que yo creía que ya tenía despierto. Reconozco que todavía, de vez en cuando, me rebasa la logística y pierdo la paciencia, pero menos que en mi vida antes del COVID-19.

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Si antes de la emergencia sanitaria ya admiraba a mi mamá –más desde que tuve a mis hijos-, ahora Dios me está dando una probadita de lo que ella vivió hace unas décadas.

Mi madre aprendió a manejar después de tener a su cuarto hijo, pues no saberlo limitaba al mínimo sus salidas. En aquel tiempo, los niños entraban a la escuela a edades más tardías, así que fue toda una madre y maestra; además, con las crisis cíclicas de la época debía administrar perfectamente los fondos de casa.

También he tenido la oportunidad de disfrutar –y ESCUCHAR- a mis hijos jugar, sus diálogos, sus modos y gustos. Me he reflejado en el vocabulario que usan y ha sido tanto una sutil llamada de atención como un deleite. Ya no tuve que leer más posts, manuales o memes de educación para comprender que cada una de nuestras palabras y gestos moldea a nuestros hijos.

Confieso también que hace apenas pocos días me senté a escribir un horario real, el menú de los próximos días y a dosificar todas las actividades que preparé para mis hijos. He aprendido que sin planeación seguro habrá caos, tentaciones y enemigos.

Mi esposo y yo no nos proponemos encarnar a las maestras de mis hijos ni a sus compañeros de clase, pero sí hemos hecho el compromiso de generar para ellos una dinámica de paz, respeto y, sobre todo, de Iglesia doméstica, donde aprenderán que primero está Dios y, al final del camino, también está Dios.



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Perdí el miedo a sentarlos durante un misterio del Rosario –o más-, a preguntar por sus intenciones y a que ellos dirijan la oración. Ahora, comenzaré a intercalar vidas de santos con cuentos. Recuerdo cómo mi mamá nunca quitó el dedo del renglón en la transmisión de la fe y por eso le estaré eternamente agradecida.

No estoy segura de que, pasada la emergencia, mis hijos volverán a la escuela con los libros llenos o los aprendizajes curriculares, pero en esta cuarentena aprenderán a poner la mesa, a hacer su cama, limpiar sus juguetes y ayudar en casa. Eso sí.

Procuraremos darle sentido e intención a cada día, haremos llevaderas nuestras quejas ofreciéndolas por los enfermos y los enfermeros, por quienes sufren económica y anímicamente; maduraremos como lo hacían las antiguas generaciones y haremos fértil la tierra de nuestros corazones, para que crezca la semilla de humanidad.

Al final de esta tormenta, tanto nuestros niños como nosotros saldremos fortalecidos y seguros de que, aunque todo vaya y venga, el amor en familia permanece y de la mano de la oración, crece y se purifica.




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