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COLUMNA

Columna invitada

El GPS educativo, la ruta para una buena formación

Son muchos los factores que influyen en la educación de las nuevas generaciones, pero la base está en la familia.

19 febrero, 2020
Para muchos padres de familia, llevar a nuestros hijos a la escuela se puede resumir en una sagrada rutina que se cumple de manera automática: inscribirlos, comprarles sus útiles (que a veces ni usan ni se acaban), tener sus uniformes limpios, prepararles el lunch, darles para “gastar” en el recreo, recogerlos, supervisar que hagan la tarea y firmarles los permisos para la salida al museo, entre otros menesteres. Y así, se nos va la vida, sumidos en la abnegación de trabajar para una buena formación y para que no les falte nada, incluso, trabajando tiempo extra "para que tengan lo que yo no tuve”. Puedes leer: Cómo apoyar a tus hijos en su educación Inmersos en esa rutina, ¿estamos educando? Desde luego, porque los hábitos se van forjando en el día a día. Nuestros hijos nos observan, nos escuchan, incluso, juzgan nuestra coherencia. La educación se va dando, antes que nada, con nuestras actitudes como adultos; es allí donde marcamos la forma de responder ante los retos y estímulos que se van presentando, mientras tanto, los críos siguen observando, aprehendiendo (con “h”, porque lo hacen suyo) y vamos  influyendo en sus vidas. A lo largo de la historia, cuatro mediadores han tenido la función formativa de la sociedad: Estado, Iglesia, Escuela y Familia. El pilar de la educación, por ser la primera, es la familia. Es allí donde se aprende a decir: ‘gracias’, ‘con permiso’ y ‘por favor’; desarrollamos las habilidades para relacionarnos con los demás y, sobre todo, los adultos responsables de las nuevas generaciones son referencia clave para aprender a mirar el mundo, para enseñarles a discernir lo bueno, lo bello y lo verdadero; para aceptar al otro, al diferente, al necesitado. Todo ello depende de nosotros, responsables de una educación que les forje para toda su vida y sean motores de esperanza para la sociedad. Por otra parte, está la escuela, donde los niños y niñas también aprenden a mirar el mundo, las formas de describirlo desde los distintos ámbitos de la ciencia y las humanidades; es allí donde se ponen en práctica los valores adquiridos en la familia; cada uno de los estudiantes contrasta su experiencia de vida con la de los demás, la comparte y enriquece. Es por ello que una escuela, más allá de ser un proveedor, una guardería o un centro de entretenimiento o de concentración, es una comunidad educativa que integra a las familias enteras, teniendo como eje el desarrollo de las habilidades y conocimientos para que los niños puedan desenvolverse integralmente, estén donde estén. Es por ello que la dinámica de relación entre las familias y la escuela no se reduce a la simple entrega de calificaciones o al festival del 10 de mayo, sino a una constante, fluida, oportuna y respetuosa colaboración para favorecer la educación de los niños y adolescentes. Lo anterior se acentúa cuando el colegio es católico. Un reduccionismo muy frecuente es pensar que las religiosas o los sacerdotes del colegio van a educar en la fe a nuestros hijos. Un colegio católico realmente es una comunidad educativa católica; es allí donde la responsabilidad de vivir los valores del Evangelio entre todos los adultos del colegio es clave para que el mensaje sea creíble, y por lo tanto, asimilable desde los sentidos de los alumnos. Como padres de familia debemos saber a dónde queremos llevar a nuestros hijos desde la educación, que inicia en el hogar. Sabernos facultados y guiados por el Señor para esta gran misión, en sintonía con los profesores, formamos una red de ‘Queridos Educadores’ como nos llama el Papa Francisco, a todos los que estamos incidiendo en las nuevas generaciones para construir la paz desde el encuentro y el diálogo, porque es posible un mundo mejor. *Abraham Flores es Director de PPC México/Escuela Católica SM
Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
POR:
Autor

Educador. Casado y padre de tres hijos. Ingeniero químico con estudios de filosofía, antropología, teología e impro teatral. Desarrollador de procesos creativos para empresas, instituciones (eclesiales y gubernamentales), organizaciones de la sociedad civil. Evaluador de proyectos de inversión y consultor en procesos de desarrollo del cliente. Flp 4,13. 

Para muchos padres de familia, llevar a nuestros hijos a la escuela se puede resumir en una sagrada rutina que se cumple de manera automática: inscribirlos, comprarles sus útiles (que a veces ni usan ni se acaban), tener sus uniformes limpios, prepararles el lunch, darles para “gastar” en el recreo, recogerlos, supervisar que hagan la tarea y firmarles los permisos para la salida al museo, entre otros menesteres. Y así, se nos va la vida, sumidos en la abnegación de trabajar para una buena formación y para que no les falte nada, incluso, trabajando tiempo extra “para que tengan lo que yo no tuve”.

Puedes leer: Cómo apoyar a tus hijos en su educación

Inmersos en esa rutina, ¿estamos educando? Desde luego, porque los hábitos se van forjando en el día a día. Nuestros hijos nos observan, nos escuchan, incluso, juzgan nuestra coherencia. La educación se va dando, antes que nada, con nuestras actitudes como adultos; es allí donde marcamos la forma de responder ante los retos y estímulos que se van presentando, mientras tanto, los críos siguen observando, aprehendiendo (con “h”, porque lo hacen suyo) y vamos  influyendo en sus vidas.

A lo largo de la historia, cuatro mediadores han tenido la función formativa de la sociedad: Estado, Iglesia, Escuela y Familia. El pilar de la educación, por ser la primera, es la familia. Es allí donde se aprende a decir: ‘gracias’, ‘con permiso’ y ‘por favor’; desarrollamos las habilidades para relacionarnos con los demás y, sobre todo, los adultos responsables de las nuevas generaciones son referencia clave para aprender a mirar el mundo, para enseñarles a discernir lo bueno, lo bello y lo verdadero; para aceptar al otro, al diferente, al necesitado. Todo ello depende de nosotros, responsables de una educación que les forje para toda su vida y sean motores de esperanza para la sociedad.

Por otra parte, está la escuela, donde los niños y niñas también aprenden a mirar el mundo, las formas de describirlo desde los distintos ámbitos de la ciencia y las humanidades; es allí donde se ponen en práctica los valores adquiridos en la familia; cada uno de los estudiantes contrasta su experiencia de vida con la de los demás, la comparte y enriquece.

Es por ello que una escuela, más allá de ser un proveedor, una guardería o un centro de entretenimiento o de concentración, es una comunidad educativa que integra a las familias enteras, teniendo como eje el desarrollo de las habilidades y conocimientos para que los niños puedan desenvolverse integralmente, estén donde estén.

Es por ello que la dinámica de relación entre las familias y la escuela no se reduce a la simple entrega de calificaciones o al festival del 10 de mayo, sino a una constante, fluida, oportuna y respetuosa colaboración para favorecer la educación de los niños y adolescentes.

Lo anterior se acentúa cuando el colegio es católico. Un reduccionismo muy frecuente es pensar que las religiosas o los sacerdotes del colegio van a educar en la fe a nuestros hijos. Un colegio católico realmente es una comunidad educativa católica; es allí donde la responsabilidad de vivir los valores del Evangelio entre todos los adultos del colegio es clave para que el mensaje sea creíble, y por lo tanto, asimilable desde los sentidos de los alumnos.

Como padres de familia debemos saber a dónde queremos llevar a nuestros hijos desde la educación, que inicia en el hogar. Sabernos facultados y guiados por el Señor para esta gran misión, en sintonía con los profesores, formamos una red de ‘Queridos Educadores’ como nos llama el Papa Francisco, a todos los que estamos incidiendo en las nuevas generaciones para construir la paz desde el encuentro y el diálogo, porque es posible un mundo mejor.

*Abraham Flores es Director de PPC México/Escuela Católica SM

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.


Autor

Educador. Casado y padre de tres hijos. Ingeniero químico con estudios de filosofía, antropología, teología e impro teatral. Desarrollador de procesos creativos para empresas, instituciones (eclesiales y gubernamentales), organizaciones de la sociedad civil. Evaluador de proyectos de inversión y consultor en procesos de desarrollo del cliente. Flp 4,13.