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La comunión, ¿por qué podemos decir que un valor de la familia?

19 julio, 2020
La comunión, ¿por qué podemos decir que un valor de la familia?
El amor es un valor que se transmite en la familia. Foto: Cathopic.

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El rico ambiente de nuestras familias representa para todos una extraordinaria oportunidad para colmarnos de esa “riqueza de humanidad” que sólo ellas nos pueden dar. En estos meses hemos experimentado “la alegría del amor que se vive en las familias”(AL 1), debido a tantos momentos que sus miembros han pasado juntos a causa del confinamiento; si bien no en todas las familias se ha experimentado de igual forma, por sus condiciones de vida, o por las limitaciones de todo tipo sin excluir la fractura y la violencia que tanto duelen.

Al hablar de la riqueza de la familia me gustaría abordar un tema especialmente sensible y del que hice mención en una nota anterior: “la comunión”, y ahora ahondar en cómo ésta tiene su origen en la familia.

En su Exhortación Apostólica Familiaris consortio, san Juan Pablo II nos enseñaba que “En el matrimonio y en la familia se constituye un conjunto de relaciones interpersonales -relación conyugal, paternidad-maternidad, filiación, fraternidad- mediante las cuales toda persona humana queda introducida en la “familia humana” y en la “familia de Dios” que es la Iglesia”.

Y es que justamente el regalo de la comunión se aprende y se vive desde nuestra casa; donde han faltado relaciones sanas y fuertes, vemos una serie de carencias que tienen su más claro reflejo en la dificultad para establecer relaciones interpersonales maduras y bien dispuestas para edificar una comunidad.

Vale la pena por ello preguntarnos, ¿y cuál es el principio y la fuerza para la comunión? Nos lo recuerda el mismo Papa Santo en su Encíclica Redemptor hominis: “El hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa de él vivamente”.

El amor que se recibe y que se da, abre la posibilidad para ir construyendo la comunión, pues ya desde aquí podemos intuir que ésta no es algo acabado, más bien se edifica día a día: en el cuidado y el amor hacia los más pequeños, los enfermos, los ancianos; con el servicio mutuo, al compartir los bienes, las alegrías y los sufrimientos.

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Cuando se van ofreciendo “las partes” que integran esta construcción, podemos identificar como momento privilegiado el servicio que se da al educar en la familia. Valores como el amor, el respeto, la obediencia, van poniendo “de pie” la comunidad humana y de fe.



En este servicio considero verdaderamente importante la transmisión del tesoro invaluable que poseen nuestras familias en México: las devociones, entendidas éstas en su sentido más genuino y auténtico, como lo diría San Francisco de Sales en su Introducción a la vida devota, “como el amor de Dios, que tiene que ver con la ternura de corazón, y nos permite actuar el bien con frecuencia y prontitud”.

Y es que es en nuestra familia donde se nos enseñan las primeras oraciones, el signarnos con un poco de agua bendita al salir de casa, rezar el Santo Rosario, peregrinar a los santuarios, arrullar la imagen del Niño Jesús, portar el escapulario; y tantas otras que abren de par en par el corazón a la vida de fe.

Una delicada tarea a la comunión con Dios y con los hermanos es la realizada por los abuelos y los padres al enseñar nuestras devociones a los niños, los adolescentes y los jóvenes. Sólo un trabajo constante en favor de la comunión puede ir reconstruyendo el tejido social tan gravemente dañado por la corrupción, el egoísmo, la violencia y a final de cuentas el amor principio y fuente de la comunión.

Monseñor Salvador González es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México. 

 

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Autor

Es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México. 

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