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COLUMNA

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Carta a un cristiano perplejo

Dios ama y crea. Crea porque ama. En otras palabras: tú amaste hasta después lo que Dios ya había amado mucho antes que tú.

29 abril, 2024

Querido amigo:

Hace unos días leí la respuesta que diste a un periodista cuando éste te interrogó acerca de las verdades de tu fe. Te preguntó, por ejemplo, si creías en Dios, en la resurrección de los muertos, en la existencia de Dios uno y trino, de la vida eterna, etcétera. Entonces –si el entrevistador no tergiversó ninguna de tus palabras-, le respondiste así:

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“-Me abstengo de pensar en lo que ocurre después de la muerte. Pero el solo hecho de decir eso equivale a declarar que, por lo menos, se ha pensado en ello. Pues bien, eso forma parte de la línea no global de mis creencias, a saber, que la supervivencia de algo después de la muerte y la existencia de Dios no me parecen unidas. En los 99 por ciento de los instantes de mi vida, estoy casi persuadido de que después de la muerte no hay nada. La nada. Sin embargo, esto no cambia mi actitud interior, ello no me impide creer en Dios. En realidad, no sabría explicar mi pensamiento”.

Dices, si no entendí mal, que crees en Dios, pero no en la vida eterna. Pero, te pregunto: ¿cómo puedes disociar ambas cosas? Yo creo que no se puede, que no es posible, so pena de ir a dar a un callejón sin salida. ¿Me permites que te explique por qué?

¡Oh, no te escribo para reprocharte nada! Tampoco para darte lecciones de teología: no soy teólogo de oficio, sino un simple cristiano de a pie, y en este sentido carezco, por decirlo así, de cartas credenciales. Te escribo únicamente para decirte –para compartirte, se dice hoy- cómo concilio yo esas verdades que a ti, según has dicho, no te parecen unidas, en espera de que mis humildes razonamientos puedan servirte de algo.

Dijiste al periodista: “La supervivencia de algo después de la muerte y la existencia de Dios no me parecen unidas”. Y, sin embargo, lo están, y de tal manera que si crees en lo segundo no puedes no creer en lo primero.

No pienses, por lo demás, que yo me he hecho estas preguntas: me las he hecho infinidad de veces, y he aquí lo que he encontrado:

Imagina que amas a alguien. O, mejor dicho, piensa en la persona que más amas. ¿Qué es lo que quieres para ella, puesto que la amas? Una respuesta demasiado obvia podría ser ésta:

-La felicidad.

Tú quieres, pues, que la persona que amas sea feliz. Pero si observas detenidamente tu respuesta, verás que has dado por supuestas muchas cosas, o por lo menos una: el ser, la existencia del ser amado. Estarás de acuerdo conmigo en que antes de ser feliz es preciso, y antes que otra cosa, simplemente ser. El que no es, ¿cómo va a ser feliz? Con esto quiero decirte lo siguiente: que lo primero que quiere el amor es el ser del amado, es decir, que éste viva y, a ser posible, cerca, muy cerca de ti. Si realmente amas a la persona en la que has pensado, ¿cómo vas a querer que se muera o que se vaya? La quieres, pero además la quieres cerca.



La persona que ama, aunque no lo declare expresamente, dice siempre así: “Puesto que te amo, lo primero que quiero es que vivas, que no te mueras. Y luego que seas feliz. Pero feliz no de cualquier manera, sino a mi lado”. ¿O es que el amor, amigo mío, quiere otra cosa?

Bien, ya hemos dado el primer paso. Demos ahora el segundo: traspongamos todo lo dicho a Dios. Si Dios existe y nos ama, entonces Él nos dice también: “Puesto que te amo, lo primero que quiero es que vivas, que no te mueras. Y luego que seas feliz. Pero feliz no de cualquier manera, sino a mi lado”.

Aquí conviene detener la marcha, o por lo menos aminorarla. ¿Te has dado cuenta de una cosa? Que el amor que Dios tiene a la persona que amas es más completo y perfecto que el tuyo. Porqué sólo Él puede decir lo primero, en tanto que tú únicamente lo segundo. Y no sólo lo dice, sino que además lo hace. “Quiero que vivas”, dice Dios. Y entonces crea, cosa que tú no puedes hacer. Tú te limitaste a amar, pero no pudiste crear. Dios ama y crea. Crea porque ama. En otras palabras: tú amaste hasta después lo que Dios ya había amado mucho antes que tú. Y porque ama, dice también: “Quiero que no te mueras”, con todo lo que esto puede significar para Dios, que es todopoderoso.

Los Padres de la Iglesia solían decir: “Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera dios”. El hombre abandonado a sí mismo no podría hacer esto ni nada, y si hubiese sido abandonado a su finitud, entonces sí, como has dicho al periodista, después de su muerte no habría nada. Pero, puesto que es amado, y sólo porque lo es, puede el hombre esperar vivir en la eternidad del Dios, que es el Amante.

Para decirlo de una vez, si Dios y vida eterna no te parecen unidos es porque faltaba el eslabón que los une, y este eslabón es el amor que Dios tiene por su creatura.

Te invito a leer a San Juan: “Nosotros, dice en una de sus cartas, hemos creído en el amor que Dios nos tiene” (1 Juan 4, 16). Y al hablar de nosotros se refiere a los cristianos. Cristiano, según el evangelista, es aquel que ha creído en el amor que Dios le tiene. Y si cree en este amor, si cree de veras en él, no puede no creer ya en la vida que no se acaba.

“Puesto que te amo, lo primero que quiero es que vivas, que no te mueras. Y luego que seas feliz. Pero feliz no de cualquier manera, sino a mi lado”. Si es Dios quien dice esto, amigo, entonces el problema está ya resuelto. Porque Dios es eterno, estar a su lado significará, como ya lo he dicho, vivir de su eternidad.

Sencillo, ¿no?




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