MIRAR
Hace poco concluyó la segunda sesión del Sínodo de los Obispos y, con ello, esta consulta a la Iglesia universal, convocada por el Papa Francisco. Al terminar, los participantes emitieron un Documento Final, aprobado por la mayoría y difundido por autorización del Papa. Algunos esperaban cambios espectaculares en temas discutibles, y se sienten decepcionados.
Por ejemplo, esperaban que mujeres pudieran recibir el sacramento del orden sacerdotal, para que fueran al menos diaconisas. Sin embargo, el Documento Final es muy cauto; dice: “Esta Asamblea hace un llamamiento a la plena aplicación de todas las oportunidades ya previstas en la legislación vigente en relación con el papel de la mujer, en particular en los lugares donde aún no se han explorado. No hay nada en las mujeres que les impida desempeñar funciones de liderazgo en las Iglesias: lo que viene del Espíritu Santo no debe detenerse. También sigue abierta la cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal. Es necesario un mayor discernimiento a este respecto” (No. 60). Se sigue estudiando el asunto y no está cerrado; en el futuro se podría abrir este camino. Sin embargo, la legislación canónica actual permite que mujeres puedan bautizar y presidir matrimonios, así como otros varios ministerios, sin que sean diaconisas. Pero esto no se ha puesto en práctica en la mayoría de las diócesis del mundo. Yo lo hice en comunidades indígenas sin problemas y con todas las aprobaciones canónicas; además de presidir celebraciones de la Palabra y dar la Comunión, mujeres indígenas podían bautizar y presidir matrimonios.
Otros esperaban que, para ser sacerdote en la Iglesia latina, no fuera indispensable el compromiso de ser célibe. Ya el Informe de Síntesis de la sesión del Sínodo el año pasado había dicho: “Se han expresado distintas valoraciones sobre el celibato de los presbíteros. Todos aprecian su valor profético y el testimonio de conformación a Cristo; algunos se preguntan si su adecuación teológica con el ministerio sacerdotal debe traducirse necesariamente en una obligación disciplinar en la Iglesia latina, especialmente allí donde los contextos eclesiales y culturales lo hacen más difícil. No se trata de un tema nuevo, en el que haya que profundizar” (11 f). Esto quiere decir que este asunto no está por ahora a discusión, pues ya hay varios documentos de la Iglesia que lo han afianzado. Yo soy muy feliz de ser célibe; me siento fecundo, padre, hermano; en una palabra, realizado.
Otros deseaban que se aprobara como moralmente lícita toda relación marital entre personas del mismo sexo. Esto no se abordó ahora, pues ya el Catecismo de la Iglesia Católica es muy claro: La tendencia homosexual no es pecado; “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados… No pueden recibir aprobación en ningún caso” (CATIC 2357).
Sin embargo, se tomó en cuenta lo expresado ya en el Informe de Síntesis del año pasado:
“Si utilizamos la doctrina con dureza y con una actitud sentenciosa, traicionamos el Evangelio; si practicamos una misericordia barata, no transmitimos el amor de Dios. La unidad de verdad y amor implica asumir las dificultades del otro hasta hacerlas propias, como sucede entre verdaderos hermanos. Esta unidad sólo puede lograrse siguiendo pacientemente el camino del acompañamiento. Son muchas las indicaciones que ya ofrece el Magisterio y que esperan ser traducidas en iniciativas pastorales adecuadas. Incluso allí donde se necesitan ulteriores aclaraciones, el comportamiento de Jesús, asimilado en la oración y en la conversión del corazón, nos indica el camino a seguir” (15, f y g). Es decir, hay que combinar la verdad con la caridad, como decía el sabio Benedicto XVI: ni verdad sin caridad, ni caridad sin verdad. Las cosas son como son en cuanto a la verdad; pero esta verdad hay que vivirla con mucha caridad.
También había quienes, en forma explícita o velada, querrían que ya no hubiera jerarquía en la Iglesia y que todo se decidiera por mayoría de votos. En esto, el Documento Final es muy explícito: “En una Iglesia sinodal, la competencia decisoria del Obispo, del Colegio episcopal y del Obispo de Roma es irrenunciable, ya que hunde sus raíces en la estructura jerárquica de la Iglesia establecida por Cristo al servicio de la unidad y del respeto de la legítima diversidad (cf. LG 13) … En la Iglesia, la deliberación tiene lugar con la ayuda de todos, nunca sin que la autoridad pastoral decida en virtud de su oficio” (No. 92).
DISCERNIR
El Papa Francisco insistió en que esta asamblea sinodal no era para decidir sobre algunos temas que libremente se siguen discutiendo, sino para reflexionar lo que implica ser una Iglesia sinodal. El Documento final así lo manifiesta:
“A lo largo del proceso sinodal, ha madurado una convergencia sobre el significado de la sinodalidad que subyace en este Documento: la sinodalidad es el caminar juntos de los cristianos con Cristo y hacia el Reino de Dios, en unión con toda la humanidad; orientada a la misión, implica reunirse en asamblea en los diferentes niveles de la vida eclesial, la escucha recíproca, el diálogo, el discernimiento comunitario, llegar a un consenso como expresión de la presencia de Cristo en el Espíritu, y la toma de decisiones en una corresponsabilidad diferenciada. En esta línea entendemos mejor lo que significa que la sinodalidad sea una dimensión constitutiva de la Iglesia. En términos simples y sintéticos, podemos decir que la sinodalidad es un camino de renovación espiritual y de reforma estructural para hacer a la Iglesia más participativa y misionera, es decir, para hacerla más capaz de caminar con cada hombre y mujer irradiando la luz de Cristo” (No. 28).
ACTUAR
Cada bautizado es miembro del Cuerpo de la Iglesia. La Iglesia no es sólo la cabeza, sino todos los miembros. El proceso sinodal apunta a que todos los bautizados se sientan miembros vivos y no células muertas, y que los pastores tomemos muy en cuenta la dignidad, los derechos y la participación de los que no son clérigos. En esto, hay que seguir avanzando.
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