Mirna, la fiel que decidió vestir a su esposo fallecido de san José
Si Mirna tomó una decisión así de original, no creo que haya sido por sentimentalismo.
CON TODAS LAS GANAS comparto lo que me platicaron apenas ayer: que la señora Mirna decidió –contra toda expectativa familiar- vestir a su recién fallecido esposo ¡de San José!; en efecto, tal decisión sorprendió a sus 7 hijos, a dos nueras y tres yernos, no tanto a sus 12 nietos y sí mucho a sus vecinos y demás familiares que jamás habían visto o sabido de tal modalidad…
ME DICEN QUE la determinación vino luego de vivir el Adviento y la Navidad de 2017, y como su esposo falleció el domingo después de Navidad, 30 de diciembre en aquel año –día en que celebramos a la Sagrada Familia- pues ni lo había premeditado pero ni le costó ni le pensó dos veces; ¿quieres saber la razón?…
AUNQUE NO QUIERAS saber el motivo de tal decisión, pues aquí estoy para contártelo y muy lejos de que sea mero chisme o información banal, pues a mí mismo me sorprendió su simple y profundo razonamiento: “Es que para mí, mi esposo siempre fue como San José”…
NI MÁS, NI MENOS; y yo mismo me lleno de admiración más que de preguntas ociosas y/o morbosas como las que ahora enumero: ¿sería porque su marido era carpintero?, ¿sería porque antes de que vivieran juntos ya había sucedido qué cosa?, ¿acaso porque su esposo vivía muy calladito?, ¿tal vez porque la llevó a Egipto sin su permiso?, (no, amable lector, no me vayas a echar en cara mi ociosidad)…
NO ME DIJERON LA RAZÓN, pero rápido pensé en lo mejor de San José, no en circunstancias secundarias; rápido vinieron a mi mente razones del corazón y no de la cabeza; rápido vinieron a mi mente la ternura y valentía, la sinceridad y confianza en Dios, la entrega y la gallardía, la nobleza y la disponibilidad de aquel hombre, de la estirpe de David, que mereció aparecer como el padre, protector, providente, custodio, guía, tanto de María como del Redentor…
LO PIENSO Y LO VUELVO a pensar, y el resultado es el mismo: yo no merecería que mi mortaja fuera un atuendo como con el que solemos distinguir a San José, pues muy lejos estoy de llegarle siquiera a los talones, más lejos de una obediencia a la voluntad de Dios que supo descubrir en sus ideales (o en sus sueños), y más lejos aún de una entrega generosa, constante, fiel, amorosa y discreta…
YO NO CONOZCO a Mirna pero sé que muchas mujeres son como ella y me ahorro las descripciones, pues ciertamente tampoco se han de parecer mucho a la Virgen María; quiero subrayar que si Mirna tomó una decisión así de original, no creo que haya sido por sentimentalismo telenovelero, ni por pretensión presuntuosa, sino más bien por un conocimiento y devoción al Carpintero de Nazaret y por una experiencia conyugal así de especial…
SI EN ESTA COLUMNA pidiera que levantaran la mano todas las esposas que se animarían a vestir a su difunto marido como a San José, tendría yo que plantear antes tres o cuatro preguntas (ni tan ociosas ni tan morbosas como las anteriores): ¿estás segura de que primero morirá tu maridito?, ¿en verdad le estás dando trato actual como María trató a José?, ¿acaso conoces a San José –y a tu marido- en serio, o solo en lo superficial?, ¿ya platicaste con tú cónyuge qué hacer en caso de que llegue a faltar cualquiera de los dos?…
SON DÍAS DE NAVIDAD y no es para ponerse dramáticos ni fúnebres, y te diré que me llena de gusto y admiración un dato de la vida de San José que no aparece en el texto del Evangelio pero lo supongo sin obstáculo histórico, teológico, litúrgico o pedagógico: lo mejor que le sucedió a San José fue que ciertamente murió acompañado de Jesús y de María…
Y SI HAY ALGUIEN que con argumentos claros, directos y contundentes me compruebe que no murió así, de todos modos vuelvo a argumentar que lo mucho o poco que haya vivido aquel “hombre justo”, pues sencillamente lo vivió junto a Jesús y María, ni más, ni menos…
SE ACABA EL AÑO 2021 y como propósito para el Año Nuevo me plantearé seguir presentando la figura, la obra, la entrega y cariño de San José, hombre que no pasa de moda ni se avejenta, hombre de silenciosa elocuencia y de trabajo tenaz, hombre que en sus sueños y sus ideales supo descubrir la voz de Dios, hombre que al aceptar a María y a su Hijo, se convirtió en el colaborador más cercano al proyecto del Padre Eterno, hombre que fortalece la paternidad humana porque supo aceptar y custodiar la maternidad divina…
El padre Eduardo Lozano es sacerdote de la Arquidiócesis Primada de México.
Más de este autor: Ángelus dominical. Un viaje a la vida de santa Juana de Arco