Dar los primeros pasos siempre resultará especial, y con algunos ejemplos me entenderás: los primeros pasos de una criatura a sus ocho o nueve meses de edad, los primeros pasos del hombre en la Luna, los primeros pasos luego de una cirugía en la cadera, los primeros pasos para una expedición, para una competencia atlética, para aprender un oficio, para la reconciliación, para la jubilación…
Y siempre, pero siempre es muy recomendable gatear, o prepararse, o calentar músculos, o revisar el proyecto, calcular bien las fuerzas, prever los riesgos, sopesar las alternativas, dialogar el proyecto.
Quien pretenda caminar sin gatear, quien vaya a la competencia sin calentar, quien se lance a una empresa o inversión sin calcular, quien quiera cocinar un mole sin preparar los ingredientes, pues les voy a decir a quien se parece y lo haré con palabras de Jesús: “se parece a un hombre necio e insensato que edificó su casa sobre la arena” (Mt 7,26), o también: “¿Quién de ustedes si quiere edificar una torre no se sienta primero a calcular los gastos?” (Lc 14, 28-30)…
Y luego de vencer los miedos naturales, las reticencias obvias, las dudas sanas, pues sigue entrarle con todo el corazón y dando paso a la confianza; ¡cuánta felicidad se ve en el chilpayate cuando logró el equilibrio y la primera caminata!, ¡qué satisfacción llegar a la pista de carreras en la competencia crucial, o avanzar en el encuentro de paz largamente esperado!…
Si te empeñas en el error no pasarás de ser un necio y testarudo, pero cuando te esfuerzas en el bien y la paz tu empeño se llama perseverancia, virtud que nos ubica en la obtención de un objetivo bueno y útil, en la consecución de un noble fin; y ni para qué buscar qué cosa es peor, si alguien que se aferra a lo que no tiene sentido ni bondad o alguien que se da por vencido y pierde la esperanza a las primeras de cambio o ante las ordinarias contrariedades…
Una y otra vez me encuentro con jóvenes inexpertos o ignorantes (¿quién ya lo sabe todo o quién nace con experiencia integrada?), pero con la ilusión y las ganas de crecer, y aunque no pueda enseñarles y sea yo más ignorante e inexperto en lo que pretenden, pues me empeño en animarlos y discernir con ellos sobre el camino más adecuado aunque cueste, descubrir la estrategia más pertinente aunque no sea fácil, y el resultado casi siempre es el mismo: nos animamos a hacer frente al ideal a pesar de dificultades, volvemos a constatar que vale la pena empeñarse en nobles tareas y que no nos va a llenar lo insulso y facilón por vacío y superficial…
Estaremos tratando muy mal a las nuevas generaciones si les endulzamos los retos, si les banalizamos la existencia con automatizaciones y dádivas, si les alfombramos el camino y les acojinamos la cruz; alcanzo a ver que tanto tú como yo nos crecemos ante la dificultad y saboreamos mejor el triunfo si se consiguió con auténtico esfuerzo; ¿acaso los altos índices de criminalidad no serán resultado de falta de ideales y querer lograr lo mejor sólo con apretar un botón?…
Aquella mamá casi llora y se desarma cuándo ve a su primer hijo caer en el intento de caminar, pero fue necesario que el crío experimentara el golpe para que calculara el siguiente intento y reforzará sus músculos afianzando el paso; así que una buena madre no es la que evita el esfuerzo del hijo y le suaviza las dificultades, sino la que favorece el descubrimiento de las capacidades infantiles y le adiestra en resolver los problema y superar los obstáculos…
Escuché hace unos días que un profesor recomendaba: “Ponle a tu hijo el modo difícil, el nivel más alto, que así desarrollará su capacidad y se habituará a los retos, que si lo dejas en el modo fácil y ante lo más sencillo seguramente se frustrará cuando aparezca la primera dificultad”; y me vienen a la cabeza –nuevamente- la palabra de Jesús: “El Reino de los cielos es de los que lo conquistan con esfuerzo” (Mt 11, 12); así que a dar los primeros pasos y rápidamente seguir dando los siguientes.
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