Angelus dominical: El encuentro con Dios
"La Iglesia no cesa de invitarnos a la conversión, al encuentro con Dios, a la reconciliación con los hermanos", escribe el P. Eduardo Lozano.
HE DE ESCRIBIR esta página con toda la prisa que te puedas imaginar, aún así quédate con la seguridad que estoy poniendo el corazón en cada línea, en cada idea, pues la finalidad de esta columna (y de cualquier otra página de esta revista) no es llenar el hueco y que todo salga bonito, mejor todavía: tenemos el objetivo de compartir la riqueza de la propia fe, las razones de nuestra esperanza, los motivos de la caridad…
MUY A TONO CON los domingos inmediatos pasados, seguiré abordando el tema de la fiesta; la razón es simple y la expreso en tres puntos: 1) Jesús vino al mundo para darnos la Buena Noticia de la salvación, 2) quienes abrimos el corazón a Dios no podemos quedarnos con los brazos cruzados ni satisfechos que haber sido “los elegidos” o cosa parecida, y 3) la mejor respuesta que podemos dar a Dios es la acción de gracias en la persona del mismo Jesús, Salvador del mundo, es decir, en la Eucaristía, que es “fuente y culmen de toda la vida cristiana”…
ESTA ÚLTIMA EXPRESIÓN viene desde el Concilio Vaticano II (LG 11) y pasa por el Catecismo de la Iglesia católica (n. 1324); ahí mismo se añade que el resto de los sacramentos son preparación o consecuencia de la Eucaristía, y son –por lo tanto- motivo de alegría compartida, de júbilo por la salvación de Dios, son anticipo de la eternidad, es decir: son razón suficiente para que hagamos fiesta con Dios…
LES COMPARTIRÉ QUE cuando me dispongo a celebrar cualquiera de los sacramentos, busco poner el corazón y todas mis ganas sencillamente porque es motivo de felicidad y fuente de satisfacción, es poner en concreto dones y cualidades que Dios me ha dado, es vincularme a tantos bautizados a lo largo de los siglos y a lo ancho de los pueblos, es asociarme a la entrega de Cristo hasta el extremo de la cruz…
TAMBIÉN LES PUEDO compartir que una fuente de frustración y hasta de enojo, la tengo cuando constato que no nos hemos preparado lo suficiente, cuando tomamos a la ligera el bautismo o la reconciliación, cuando vivimos los sacramentos como requisito, como queriendo “pagar a Dios”, como evento meramente social o como rutina que alimenta nuestra soberbia (¡yo no falto a Misa y me confieso cada mes, sin falta!)…
Y YA ENTRADOS EN CONFIDENCIAS hasta les puedo decir que experimento lo que dice Jesús mismo en el Evangelio: “Les aseguro que hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lc 15, 7), y esto lo veo cuando el penitente se acerca en serio, en profundidad, en búsqueda de encuentro con Dios (¡ah!, ¿¡y cómo no van a dar ganas de hacer fiesta!?)…
ME PONGO A ANALIZAR la razón por la que Jesús compara el reino de los cielos con un banquete de bodas (Lc 14, 15-24), y también pienso en la “sinrazón” de aquellos que rehúyen la invitación y se afanan en sus deberes materiales, perdiendo la oportunidad de una gran fiesta…
Y BRINCA MI CORAZÓN con emoción cuando vuelvo a leer que aquel hijo volvió con su Padre y la consecuencia del regreso fue una gran fiesta (Lc 15); y ya no le busco más porque ando de prisa y todo cuanto encuentre será poco para decir: “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo se nos da como alimento, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!” (oración con original en latín y que ha cruzado los siglos con música muy sabrosa)…
ALLÁ EN 1965, en la clausura del Concilio, el Papa San Pablo VI se dirigía a los jóvenes (para ellos fue el último mensaje de aquel acontecimiento) diciendo que “la Iglesia es la verdadera juventud del mundo”; y eso me da pie para pensar que en un joven auténtico (no los fabricados a base de modas y consumo) lo central y básico es la disponibilidad y la apertura, la emoción y esperanza, el ideal y la entrega: ¡puros elementos de fiesta y encuentro, de alegría y plenitud!…
LA CUARESMA AVANZA y su destino es la Pascua, en ese hecho tan sencillo podemos entender que “era necesario que el Mesías padeciera para así en entrar en la gloria” (Lc 24, 26), y por eso la Iglesia no cesa de invitarnos a la conversión, al encuentro con Dios, a la reconciliación con los hermanos, a la construcción de un mundo nuevo, y que por ahí siga nuestro itinerario cuaresmal…
Y CON TODA PRISA (y con todo respeto) concluyo e invito a quien no tenga ganas y necesidad de fiesta, pues a que le dé vuelta a la página o a que apague la luz y se meta en su tumba, a que siga acartonado y se almacene en bodega baratona, a que vea si es posible que lo reciclen y al menos sirva de confeti en una pachanguilla ocasional…