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Homilía del Arzobispo Primado de México en Basílica de Guadalupe

23 junio, 2019

¿Quién dice la gente que soy yo? (Lc 9,18).

Jesús pregunta a sus discípulos ¿qué han escuchado? Hace una especie de evaluación de su predicación, de sus enseñanzas, de su testimonio de vida. Y en las respuestas vemos que lo identifican como un profeta, alguien que habla en nombre de Dios, pero Jesús es más que eso, y por eso a sus apóstoles, que lo conocen más de cerca, que conviven con él, les pregunta, y según ustedes ¿quién soy yo?

Pedro le responde: el Mesías de Dios (Lc 9,18-20). Gradualmente han crecido los discípulos en el conocimiento de Dios. Jesús es un profeta, sí, habla en nombre de Dios, pero es más que un profeta, es el Mesías esperado. El líder social y espiritual que trae la gran novedad del establecimiento del Reino de Dios en medio de nosotros. Cuando los discípulos aciertan a decirle esta respuesta, entonces Jesús les habla de lo que implica la misión suya, y lo que implica a quienes quieran seguirlo.

Cualquiera de nosotros en una situación semejante hubiéramos dicho palabras de aliento y motivación para que sigan conmigo mis discípulos: “les va a ir bien, vamos por buen camino, no se desanimen”; sin embargo, Jesús, con toda claridad les indica que para anunciar y establecer el Reino de Dios, les dice claramente, es necesario que el Hijo del Hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas y que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día.

Con toda claridad les dice el camino. Y por si alguno se quiere echar para atrás en vez de dar una palabra consoladora, les sigue diciendo: si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga, así encontrará la verdadera vida (Lc 9, 23-24).

Son tres aspectos que acontecieron en la historia de Jesús y sus discípulos, pero ahora esta Palabra de Dios está dirigida a nosotros, hoy ha sido proclamado este Evangelio para ustedes y para mí, hoy Jesús nos pregunta: ¿y según ustedes, quién soy yo?

Debemos responder desde lo profundo del corazón a esta pregunta, no simplemente como quien ha escuchado algo de la vida de Jesús, quien ha visto por ahí una película, una serie sobre acontecimientos de la vida de Jesús, eso sería conocer a Jesús de oídas, pero la pregunta para nosotros que somos sus discípulos, como lo recuerda San Pablo, que hemos sido bautizados en nombre de Jesús, es muy importante que respondamos, ¿quién es Jesús para mí? Y para ayudarnos a que nuestra respuesta sea muy sincera y franca, los tres elementos de la advertencia de Jesús a sus discípulos nos pueden ayudar mucho.

Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo. Primera característica del discípulo de Jesús: no buscarse a sí mismo, sino superar el egoísmo interno de preocuparnos por los que convivimos, por los que están cerca de nosotros, por los que encontramos en nuestro caminar de la vida, ¿qué tanto he superado esa tendencia interna de sólo pensar en mi bien y no en el bien de los demás?

Segundo. Que tome su cruz cada día. La vida no es sólo éxito, bienestar, no sólo es que las todas cosas salgan bien. Sino conlleva, por la libertad de todos con quienes nos toca coexistir, sea en la familia, en el barrio, en la ciudad, en un país, en el mundo, nos afectan las decisiones equivocadas de muchos otros, que toman y que nos duelen porque son trágicas.

La falta de respeto a la dignidad humana de cualquier manera que se haya ejercido es precisamente una situación trágica, dramática y esas situaciones, las que nos tocan a nosotros abordar, las tenemos que asumir como la cruz de Cristo para mí, y al asumirlas, no van a estar ustedes solos, los va a acompañar el Espíritu Santo, como acompañó a Jesús, para ser valiente, fuerte y asumir la muerte injusta que le tocó.

Nosotros, qué tanto asumimos estas situaciones de sufrimiento, de violencia o de un mínimo de falta de respeto en mi dignidad que me hayan hecho a mi propia persona. Todos y cada uno le tenemos que responder a Jesús cómo va nuestro aprendizaje de discípulos suyos.

Y tercero, dice Jesús, el que me siga, que no se eche para atrás, que no se arredre, que no le de miedo. Porque afrontar esas situaciones siempre traerán vida y vida en abundancia, porque “el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá, pero el que la pierda por mi causa, ese la encontrará” (Lc 9,24).

Fíjense qué hermoso, qué alentador, nos debe llenar de esperanza. Lo que le sucedió a Jesús, narra la primera lectura en boca del profeta Zacarías, se cumplió cabalmente, como si estuviera describiendo ese último momento de Jesús en la cruz. Dice el Profeta: Derramaré sobre la descendencia de David -Jesús era hijo de David-, y sobre los habitantes de Jerusalén, un espíritu de piedad y de compasión, y ellos volverán sus ojos hacia mí, a quien traspasaron con la lanza – a Jesús lo traspasaron con la lanza, cuatro siglos después de que el Profeta dijera esto- Harán duelo, como se hace duelo por el hijo único -Jesús era el hijo único de María y de José- y llorarán por él amargamente, como se llora por la muerte del primogénito (Zacarías 12, 10).

¿Quién lloró la muerte de Jesús?: María. Estaba ahí al pie de la cruz. Con Juan, el discípulo amado, y otras tres Marías, discípulas de Jesús.

Por eso hoy al dar nuestra respuesta, los invito a que confíen en María de Guadalupe, por eso vienen ustedes tan contentos a este Santuario, porque la reconocen como nuestra madre, y no simplemente madre, sino madre tierna, compasiva, llena de piedad, que está para ayudarnos, que está acompañándonos sea cuál sea la cruz que nos toque vivir, llorando si es necesario llorar, cargándonos en sus brazos, como lo hizo al descendimiento de Jesús de la cruz, así estará María con nosotros.

Dice el texto del profeta Zacarías, que aquel día brotará una fuente para la casa de David y los habitantes de Jerusalén, que los purificará del pecado y sus inmundicias. (Zacarías 12,8). En efecto, el sufrimiento, el dolor no es estéril, es bueno siempre recordarlo, es fecundo, porque genera vida y porque genera una experiencia, que es una gran oportunidad de descubrir, de qué manera Dios, en la persona de su Hijo, y ayudado por María, nos acompaña.

Y además, san Pablo en la segunda lectura afirma algo que debemos siempre recordar: Si somos buenos discípulos de Jesús, todos ustedes, dice Pablo, son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, por eso ya no existe diferencia entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres, entre varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús, y si ustedes son de Cristo, heredarán lo que Dios ha prometido a ustedes, la vida y la vida eterna (Gálatas 3, 26-29).

Que así sea.

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