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Homilía del Cardenal Carlos Aguiar en el V domingo de Cuaresma

7 abril, 2019
Homilía del Cardenal Carlos Aguiar en el V domingo de Cuaresma
Foto: Luis Patricio/ Basílica de Guadalupe.
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“No recuerden lo pasado, ni piensen en lo antiguo, yo voy a realizar algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?” (Isaías 43, 18-19).

El profeta Isaías en estos textos que hoy escuchamos se dirige a la comunidad del pueblo de Israel en el tiempo del exilio, cuando ya ha quedado destruida Jerusalén y el templo, y el pueblo está en Babilonia, como esclavos; escuchan esta palabra del profeta Isaías en pleno cautiverio, y al poco tiempo de esta profecía se empiezan a dar cosas admirables que lograrán el regreso a la tierra prometida, a Jerusalén.

Las palabras que hoy escuchamos históricamente se cumplieron, hubo algo nuevo y hubo la reconstrucción del pueblo, de la ciudad de Jerusalén y del templo de Jerusalén, pero ahora son dichas para nosotros, esa historia también hoy se repite, la acción del Espíritu de Dios no deja de intervenir en la vida humana y la liturgia al proclamarlo, como palabra de Dios en una asamblea, en una Eucaristía como ésta, también es una voz profética que dice, no recuerden lo pasado, ni piensen en lo antiguo, yo voy a realizar algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan? (Isaías 43, 18-19).

El Evangelio de hoy nos ayudará a entender si algo está pasando nuevo en nosotros o no. La escena permite con claridad ver la actitud y la mirada que tiene Jesús para los que han pecado, para los que han transgredido los mandamientos de Dios, no es una mirada de sentencia condenatoria, es una mirada salvífica de perdón, de reconciliación y una nueva oportunidad de vida; eso es lo que recibe la mujer adúltera, de parte de Jesús, ante la insistencia de los fariseos, que querían apedrearla conforme a la ley, por lo que había hecho (Juan 8, 1-11).

Nosotros somos discípulos de Jesucristo, y un discípulo tiene que aprender del maestro, y ese aprendizaje es mirar como mira Jesús, contemplar al ser humano por encima de su conducta, aunque sea plenamente negativa, para mostrarle que algo nuevo puede pasar en ella, que es la oportunidad magnífica de una conversión de fondo que genere una nueva criatura.

Hace algunos meses visité uno de nuestros centros de rehabilitación penitenciaria, y dentro de esa visita una mujer, después de celebrar la Eucaristía, se acercó a mí y me dijo: le quiero contar una cosa, yo soy una mujer que efectivamente está aquí por los delitos que cometí, es justa la sentencia que se me ha dado, y sé que el resto de mis días los pasaré aquí porque los años de condena me rebasarán, sé que no volveré a salir de la cárcel, pero quiero decirle que aquí he encontrado a Jesús, y mi vida ha cambiado, y soy feliz porque he encontrado el amor de Dios, y ahora, en este medio estoy transmitiendo mi experiencia y ayudando a otras mujeres que llegan aquí desconsoladas, abandonadas, sin esperanza, para que también encuentren a Jesús.

Ella colabora con los padres capellanes de la atención pastoral de la cárcel, no piensa en salir porque ha encontrado lo más valioso de la vida, estar recluida no la atormenta, y lo que la hace feliz es transmitir su experiencia de una criatura nueva, de poderles ayudar a quienes pasan por esa misma situación.



Ella, como dice aquí el profeta Isaías, no recuerda el pasado, ya no piensa en sus delitos, en lo antiguo, piensa en algo nuevo que el Señor le ha dado: la libertad interior, y ha aprendido a amar, y eso lo transmite en ese mundo tan difícil, como bien sabemos, de una cárcel, sin esperanza de salir de ahí.

Vean ahora y entenderemos mejor lo que hemos escuchado del testimonio de Pablo en la segunda lectura: “todo lo que era valioso para mí lo consideré sin valor a causa de Cristo, más aún pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi señor, por cuyo amor he renunciado a todo y todo lo considero como basura con tal de ganar a Cristo y de estar unido a Él (…) Para conocer a Cristo, experimentar la fuerza de su Resurrección, compartir su sufrimientos y asemejarme a él en su muerte con la esperanza de resucitar con Él de entre los muertos” (Filipenses 3, 7-11)

Y hermanos, dice Pablo, “considero que todavía no lo he logrado todo, pero eso sí, olvido lo que he dejado atrás”. Vean, ya no se acuerda de lo antiguo. “Y me lanzo hacia delante en busca de la meta y del trofeo al que Dios por medio de Cristo Jesús nos llama desde el Cielo” (Filipenses 3, 13-14).
Esta es la fuerza del espíritu de todo ser humano que conoce a Jesucristo, que se deja contemplar por su mirada de amor, que cree en su misericordia y que por tanto puede generar una vida nueva en Él.

Hermanos, éste es el sentido de la Cuaresma, nos acercamos a los días santos, la Semana Santa, en donde contemplaremos a Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección, es la oportunidad de reencontrarnos con Jesús, que es la vida misma. Si ahí en nuestro corazón hay algo que nos distorsiona, algo que nos hace perder el sentido y el amor a la vida, es la oportunidad de redescubrir a Jesús, que manifiesta el infinito amor que Dios nos tiene.

Pidámosle a María de Guadalupe, que ella, que conoció a Cristo hasta lo más íntimo, y que por eso tuvo la valentía de padecer el ver morir a su hijo en la Cruz, ella también nos ayude a que las palabras del profeta Isaías se hagan una realidad en nuestro entorno: “No recuerden más lo antiguo, ni piensen en lo pasado, yo voy a realizar algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?” (Isaías 43, 18-19).

Que así sea.





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