Homilía del Arzobispo Aguiar en la Misa de envío a la Megamisión 2020
"La experiencia de misión promueve el bien de la sociedad y además fortalece ciertamente nuestro espíritu".
“Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay sino un solo Dios” (1a. Tim. 2, 3-4).
Con qué claridad San Pablo expresa la raíz del Ecumenismo y la indispensable conveniencia de una buena relación entre todas las religiones: “No hay sino un solo Dios”, por tanto, la manera como busquemos a Dios y como desarrollemos nuestra relación con Él es secundaria. Unas religiones ayudan más, tienen más historia recorrida, más experiencia, otras tienen más herramientas para acrecentar la espiritualidad de la persona, mejor pedagogía, pero todas las búsquedas sinceras de Dios, de una u otra forma llevarán al único Dios Creador.
Segundo aspecto, san Pablo al declarar que Dios es único y que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, está afirmando que Dios quiere que toda religión, que busca a Dios se convierta en un camino, que finalmente conduzca al verdadero y único Dios. Por tanto, como Iglesias y religiones debemos establecer relaciones positivas, cordiales, y propositivas, que ayuden a la humanidad a entender que creer en Dios, es lo mejor que nos puede pasar en la vida.
El sustrato que descubrimos de estas afirmaciones, conduce a la confirmación del diálogo como el camino, que debe aprender y vivir en la cotidianidad toda sociedad. Cuando el diálogo es la escucha del otro en reciprocidad, no solamente facilita entender las posiciones del otro, sino completa y enriquece la visión y concepción del mundo y de la vida humana; cuando el diálogo es sobre la experiencia de Dios, él interviene para conducir más temprano que tarde a la comunión.
Además, el Profeta Isaías anuncia que Dios está en la mejor disposición de actuar en favor de la humanidad, está esperando que nosotros expresemos la necesidad de su ayuda, y señala cómo debemos prepararnos: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse”.
Él entrará en acción si nosotros cuidamos que se respeten los derechos de los demás, y practicamos la justicia, estas dos condiciones pide Dios para intervenir en favor de la humanidad. Por eso afirma el Profeta Isaías en nombre de Dios: “mi templo será la casa de oración para todos los pueblos”. Y por Jesucristo, sabemos que el verdadero templo de Dios somos nosotros, los que formamos su cuerpo y Él es nuestra cabeza.
La Iglesia católica en el tiempo contemporáneo, particularmente desde el Concilio Vaticano II (1962-1965) al día de hoy, viene afirmando la necesidad del Ecumenismo (diálogo entre las distintas Iglesias que creemos en la Revelación de Jesucristo) y del diálogo interreligioso (diálogo con todas las religiones). El mismo Concilio definió a la Iglesia peregrinante, es decir a la Iglesia que integra cada generación en esta vida terrena, afirmando que por su propia naturaleza está fundada para transmitir lo que de Dios ha recibido; tiene su razón de ser en y para la misión.
Así lo define el Decreto “Ad Gentes”: La Iglesia peregrina es por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre (No. 2).
Entonces, si la Iglesia está llamada a promover las buenas relaciones con las demás religiones, ¿cuál es la razón de la misión definida en el mismo Concilio como parte integrante de la naturaleza de la iglesia católica? ¿Qué tipo de misión debe promover?
Convencidos por la fe y la experiencia desarrollada a través de la Historia y actualmente a través de los actuales cristianos, que el amor al prójimo, especialmente a los más necesitados es la mejor manera para intensificar nuestra experiencia de relación con Dios, la misión debe desarrollarse por el testimonio. Al preocuparnos y dar una mano al pobre, al que sufre por enfermedad, por discapacidad, por marginación, por reclusión, por discriminación daremos no solamente una ayuda, sino un testimonio del amor de Dios a través de nosotros.
Envío a la Megamisión
Hoy que celebramos el Domingo Mundial de la Misión, y que inauguramos la experiencia de la Megamisión 2020 de la Arquidiócesis Primada de México, es conveniente clarificar su razón de ser y entender su necesidad.
En primer lugar es fundamental orar por el éxito de la misión, así preparamos nuestro corazón y disponemos nuestra voluntad, por eso san Pablo recomienda a Timoteo: “Te ruego, hermano, que ante todo se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido”.
La experiencia de misión promueve el bien de la sociedad y además fortalece ciertamente nuestro espíritu, por que al entrar en contacto con el prójimo necesitado, descubrimos más fácil y rápidamente la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Las experiencias de misión permiten evangelizar con acciones, dejando las ideas y los conceptos sobre Dios en el silencio.
El desarrollo de los conceptos tienen su tiempo y su lugar en la educación del cristiano, y siempre serán indispensable ayuda para comprender mejor los designios de Dios. Pero debemos evitar que sean objeto de discusiones inútiles, que enfrentan y dividen, que radicalizan las posiciones y polarizan las relaciones. Solo debemos dar cuenta de la doctrina, a quienes se interesan por conocer al Dios revelado por Jesucristo.
De esta manera llevaremos a cabo una experiencia misionera que superará cualquier tentación de proselitismo, y será fuerte testimonio, capaz de generar una atracción al bien. Confiemos en la palabra de Jesús: “sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien con su vida, más que con palabras, dio el testimonio y ejemplo de cómo ser discípula y misionera del amor de Dios.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén
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