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Estuvo 9 meses secuestrado: asistía a Misa en su mente y rezaba con sus captores

257 días secuestrado fueron una experiencia traumática, pero también una escuela de amor y confianza en Dios para Bosco Gutiérrez Cortina.

17 septiembre, 2025
Estuvo 9 meses secuestrado: asistía a Misa en su mente y rezaba con sus captores
Imágenes compartidas por Bosco Gutiérrez Cortina en su cuenta de Instagram.

El 29 de agosto de 1990, un miércoles cualquiera, la vida del arquitecto mexicano Bosco Gutiérrez Cortina dio un giro inesperado. Aquella mañana, después de asistir a Misa como de costumbre, se dirigía a su trabajo cuando fue interceptado por dos hombres armados.

Lo golpearon, lo vendaron y lo subieron a un automóvil. A partir de ese momento, Bosco quedó privado de su libertad durante nueve meses, en manos de una banda de secuestradores que exigía un millonario rescate.

Sin embargo, lo que parecía un infierno marcado por la violencia y el miedo, se convirtió en una escuela interior de fe y oración.

El inicio de la prueba

Bosco fue llevado a un pequeño cuarto, desnudo, vigilado día y noche, sin contacto con el mundo exterior. Los primeros días estuvieron llenos de incertidumbre, rabia y desesperación.

Pronto comprendió que la única manera de sobrevivir sin perder la cordura era volcarse por completo a Dios y, en medio del dolor, descubrió algo que marcaría toda su experiencia: la oración constante.

“No rezar dentro de esa circunstancia era perder el tiempo. Yo rezaba 24 horas al día, si no es que dormido también. Me convertí en un experto en oración, profundicé tan grande que logré una paz impresionante”, contó en el podcast Más Allá del Rosa de la influencer Jessica Fernández.

Bosco asegura que esa paz nunca la ha vuelto a sentir en su vida. Era una serenidad sobrenatural, un consuelo inexplicable, como si Dios mismo hubiera entrado a ese cuarto y lo hubiera envuelto en su presencia.

Para no perder la noción del tiempo y conservar la salud mental, Bosco organizó su día por horas. Dividió las raciones y las actividades para simular una jornada: desayuno, comida y cena en horarios espaciados; media hora de lectura en la mañana y otra en la tarde; Rosarios repartidos a lo largo del día; y “Misas” en las que se unía espiritualmente a celebraciones que imaginaba que ocurrían en cualquier parte del mundo.

“En la mañana leía mucho el Antiguo Testamento y en la noche el Nuevo Testamento. Hacía media hora en la mañana de oración y media hora en la tarde”, relató. Además, adaptó la liturgia: se unía mentalmente a la Misa que imaginaba, ofrecía su secuestro en el ofertorio, y se alimentaba espiritualmente con la comunión al imaginar a su esposa Gaby comulgando. Esa práctica le dio “una fuerza… una vitamina diaria”.

También escribió ocho reglas que colocó frente a él y rezaba diariamente. Eran pautas de ánimo y disciplina espiritual que lo ayudaron a mantener perspectiva. Estas son las que compartió:

  1. Recuerda que, como hijo de Dios, quien dispone y permite todo es Dios. Acepta su voluntad.
  2. Espera pacientemente; durará lo que Dios permita.
  3. No te angusties en exceso; preocuparse solo perjudica la salud.
  4. Aprovecha para rezar mucho. Sumérgete en las Escrituras; practica mortificación y abandono.
  5. Llénate de fe y esperanza: cada día que pasa es un día menos.
  6. Saca propósitos prácticos para mejorar a tu regreso en todos los ámbitos.
  7. Sé optimista. Descarta pensamientos negativos. Renace cada día con un propósito.
  8. Piensa en cuánta gente reza por ti y da gracias por ese apoyo.

Una Navidad secuestrado

Uno de los episodios más conmovedores ocurrió en diciembre de ese año. Para entonces, Bosco llevaba más de 100 días en cautiverio. El dolor lo atravesaba cada vez que pensaba en su esposa Gaby y en sus nueve hijos celebrando sin él. En medio de esa tristeza, decidió escribir un mensaje a sus guardianes:

“Señores guardianes, hoy es Navidad. Hoy no hay secuestrado ni secuestradores, todos somos hijos de Dios y a las 8 de la noche vamos a rezar juntos”.

Contra todo pronóstico, aquella noche los cinco captores, encapuchados y armados, aceptaron la invitación. Se acercaron, cruzaron los brazos sobre sus metralletas y se mantuvieron en silencio. Bosco, desnudo, sin haber preparado un discurso, pidió a Dios que le inspirara las palabras.

Tomó la Biblia que tenía en su celda y leyó el Evangelio del nacimiento de Jesús. Luego les habló con sencillez de lo que significaba la Navidad en su familia: colocar al Niño Dios en el pesebre, cantarle, brindar, darse la paz y compartir juntos.

“Después les dije: vamos a rezar un Padre Nuestro y diez Aves Marías por su familia y por la mía. Yo rezaba y ellos no respondían, pero yo seguía. Y al terminar, uno por uno, se acercaron con lágrimas bajo la capucha y me dieron la mano”.

Cuando hablamos de Dios, pasan cosas buenas

“Pasó algo inesperado: me empezaron a tratar con más dignidad. Me dieron esta sudadera, shorts, calzones, calcetines… y unas chanclas. Porque cuando no hablamos de Dios, puede que no pase nada. Pero cuando sí hablamos de Dios, pasan muchas cosas buenas”, escribió en su cuenta de Instagram.

La noche del 11 de mayo de 1991, Bosco se sentía desesperanzado, pues el cuaderno donde escribía sus pensamientos se acabó. Cuenta que rezó toda la noche para pedirle a Dios fortaleza. Pero el 12 de mayo, todo cambió. Bosco experimentó un momento inesperado: el silencio. La música que lo acompañaba a diario estaba apagada, la cámara de vigilancia no funcionaba y el guardia habitual parecía ausente. El arquitecto, que había pasado meses fabricando en secreto una cuña y un alambre para manipular la cerradura, percibió que estaba solo. En ese instante, entendió que debía decidir entre permanecer en la seguridad de lo conocido o arriesgarlo todo por la libertad.

“Me persigné y me puse una medalla de la Virgen que tenía colgada en un clavito”, narró. Con la calma que le daban sus largas horas de oración, probó el mecanismo que había construido pacientemente. La puerta cedió. Su corazón latía con fuerza, consciente de que aquel acto podía significar tanto la vida como la muerte.

Se deslizó por una ventana angosta y comenzó un recorrido incierto: pasadizos oscuros, un cuarto que lo llevó a través de un clóset y, de pronto, la escena más angustiante: un secuestrador dormido a escasos centímetros. “Ahí pensé que moría”, confesó. Sin embargo, nadie lo detuvo. Avanzó como si una mano invisible lo protegiera.

El camino lo llevó hasta un garaje con autos estacionados y, finalmente, hacia una salida que parecía imposible. Bosco entendió su escape no solo como un acto de astucia humana, sino como un milagro concedido tras meses de oración. “Me encomendé a Dios y avancé”, contó. Cada paso, cada puerta abierta y cada guardia distraído fueron para él una confirmación de que la Providencia lo guiaba hacia la libertad.

La paz en la adversidad

Bosco confiesa que la mayor paz de su vida la experimentó allí, en esa celda sin ventanas, rodeado de violencia y desnudez. Una paz que no venía de sí mismo, sino del poder de la oración y del abandono en manos de Dios.

“Nunca he vuelto a sentir esa paz. Fue un regalo de la oración. Era inexplicable, pero real”, contó.

Para él, el secuestro fue un hecho traumático, pero también una escuela de amor y confianza en Dios. Aprendió a orar sin descanso, a ofrecer cada día por su familia y a perdonar en lugar de odiar.

“El secuestro fue la prueba más dura de mi vida, pero también el lugar donde más cerca estuve de Dios. Ahí entendí que, aunque el mundo te quite todo, si tienes fe, nunca estás solo”.



Autor

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