Lectura del Santo Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco millones; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue.
El que recibió cinco millones fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió un millón hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores. Se acercó el que había recibido cinco millones y le presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco millones me dejaste; aquí tienes otros cinco que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’.
Se acercó luego el que había recibido dos millones y le dijo: ‘Señor, dos millones me dejaste; aquí tienes otros dos que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’.
Finalmente, se acercó el que había recibido un millón y le dijo: ‘Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu millón bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo’. El señor le respondió: ‘Siervo malo y perezoso. Sabías que cosecho lo que no he plantado y recojo lo que no he sembrado. ¿Por qué, entonces, no pusiste mi dinero en el banco para que, a mi regreso, lo recibiera yo con intereses? Quítenle el millón y dénselo al que tiene diez. Pues al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que tiene poco, se le quitará aun eso poco que tiene. Y a este hombre inútil, échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación’ “. Mateo: 25, 14-30
P. Óscar Arias Bravo
Meditatio
El talento se relacionaba en la antigüedad con la imagen de la balanza inclinada hacia alguno de los lados, en alusión a la balanza en la cual se pesaban las cosas. Así se mantuvo el concepto para referirse a las cosas hacia las que uno tiene una inclinación, facilidad, pasión, don o carisma natural. Es así que el concepto de talento es la inclinación o capacidad natural que tiene una persona para algo determinado. Incluso, puede decirse de alguien que es muy talentoso cuando maneja con destreza algunas disciplinas, saberes o acciones.
La parábola de este domingo se conoce precisamente como la “Parábola de los talentos”; se encuentra entre la que escuchamos el domingo pasado –sobre las jóvenes prudentes que llevaban aceite para sus lámparas, y aquellas descuidadas que no previeron esa necesidad y se quedaron fuera del banquete–, y la del “Juicio final”, aquella que presenta las obras en favor de los necesitados como único argumento válido para entrar en la gloria eterna; porque lo hecho con el más insignificante de los hermanos, es con Dios mismo con quien lo hicimos. Este es el capítulo 25 de Mateo.
Entonces, la “Parábola de los talentos” presenta, pese a que da como ejemplo grandes sumas de dinero –incluso hay quienes comparan el talento con unos 20 kilos de plata–, el encargo que a tres diferentes personas se hace: a uno se le encomiendan cinco talentos, a otro dos, y al tercero sólo uno. La respuesta será como la misma vida, hay quien da frutos abundantes de lo que ha recibido, mientras que otras personas conservan para sí lo poco que tienen.
Contemplatio
Contemplando este evangelio, podría parecer injusto que a una persona se le confíe tanto, mientras que a otra incluso lo poco que tiene se le retire, casi hasta se parece a la actual distribución de la riqueza en el mundo y en nuestro país; quien tiene mucho parece que siempre tendrá más y más; en cambio, quien apenas sale adelante con el trabajo cotidiano, vive al día, le vienen imprevistos y así tiene que hacer frente a necesidades urgentes y vitales, con casi ningún recurso.
Esta semana, mientras nos preparábamos para un jubileo eucarístico que se realiza en una de las parroquias de la vicaría, tuvimos el testimonio de unas misioneras que, siendo originarias de esta Arquidiócesis, llevan el evangelio a Etiopía; allá eligieron vivir, y decían que se asombraban de la manera en que en aquél país las personas que parecen tener menos recursos son tan felices; que ellas habían aprendido mucho de esa gente que parece no tener nada.
Me gusta contemplar la parábola desde este punto de vista; puede ser que quien, teniendo un solo talento, o muy pocos recursos, si de ellos da fruto, sea feliz. También puede ser feliz quien tenga muchas capacidades, siempre y cuando dé fruto de ellas en beneficio de los demás, y no sólo del propio.
En realidad creo que el centro de este relato no está en la cantidad de talentos confiados, sino en la alegría de dar fruto de lo poco o mucho que Dios nos ha dado. Y así seamos ricos o pobres, la felicidad la encontraremos en el buen fruto que demos de los bienes y capacidades que se nos han confiado.
Oratio
Señor Jesús, ayúdanos a darnos cuenta de los innumerables dones que nos has hecho, para ponerlos al servicio de quien más lo necesite, y si de pocas cosas la naturaleza nos ha dotado, permite que en ese pequeño fruto encontremos la felicidad.
Actio
Esta semana hagamos el esfuerzo de poner en práctica algún talento, inclinación o capacidad que el Señor nos haya regalado y tengamos por ahí sin dar fruto, para que se convierta en un bien para los demás.
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