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Lectio Divina

Mons. Florencio Armando Colín   ¿Qué dice el texto? Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice […]

Mons. Florencio Armando Colín

 

¿Qué dice el texto?

Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”. El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”. Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.

Para una mejor comprensión del texto

El capítulo dos, como parte de los evangelios de la infancia, comienza con la narración del nacimiento de Jesús, que incluye a los ángeles y los pastores. Nos lleva al pasaje del evangelio que se nos ha proclamado hoy, la presentación de Jesús en el templo y su regreso a Nazareth. Le sigue el pasaje donde Jesús, a la edad de doce años, se queda en el templo hablando con los doctores de la Ley, en su participación a la primera pascua.

Los textos del Antiguo Testamento en los que al parecer se inspiró el autor para redactar este fragmento del evangelio sostienen la tradición hebrea, tan arraigada en el pueblo. El centro teológico de esta sección es la presentación de Jesús como el Salvador, el Mesías y el Señor, en quien se cumplen plenamente las promesas que Dios había hecho a su pueblo. Se señala de manera insistente que es el Espíritu Santo quien actúa.

María y José, como familia practicante de la ley, dan cabal cumplimiento a la misma, de tal manera que al término de la purificación de María llevan a presentar a Jesús al templo. María va al atrio de las mujeres para que ahí el sacerdote la declare totalmente pura; ya que en este tiempo ella quedaba “legalmente” impura, presenta sus ofrendas como mujer pobre: pichón o tórtola. La mujer de mejor condición económica ofrecía un cordero. María, purificada de este modo, pasa junto con José al templo a presentar al Niño Jesús. La Ley Mosaica, que rige al judío, indica que todo varón primogénito será presentado ante el Señor para su consagración a Él.

Simeón y Ana reconocen en este Niño al Mesías esperado. Simeón descubre en Él al Salvador de todos los pueblos, la Luz que ilumina a las naciones, y a la gloria del pueblo de Israel. La salvación prometida ha llegado, no sólo para el pueblo hebreo, sino para todo el mundo.

Meditatio

¿Qué me dice este texto?

En el evangelio de hoy descubrimos una vez más la absoluta fidelidad de la Sagrada Familia a Dios. La escritura señala que llegó el día de la purificación, y de acuerdo con la Ley Mosaica, llevaron al Niño a presentarlo al templo, y Él no hizo alarde de su categoría de Dios. Haciendo un paralelismo, cuando la Virgen María recibió el anuncio del Ángel de que sería la Madre de Dios, tampoco hizo alarde, sino que pronto se puso en camino al encuentro de su prima Isabel para servirle, pues ésta estaba esperando a Juan el Bautista. San José escuchó en sueños la voz del Ángel y tomó a la Virgen calladamente. Cada uno de ellos ha sido un ejemplo de docilidad y fidelidad al plan de Dios. Jesús, mientras crecía, fue aprendiendo a relacionarse con su Padre Dios a ejemplo de José y María. Así, en las familias católicas los papás se esfuerzan y encaminan a los hijos al templo para empezar a cumplir la ley de Dios con el Bautismo, y así integrarlos a la Iglesia.

Descubrimos también a Simeón, un hombre piadoso que se dejaba conducir por el Espíritu Santo. ¡Cuánto debemos desear nosotros también dejarnos conducir por Él! Por su docilidad, y la gracia del Espíritu Santo, Simeón pudo ver en la fragilidad de este Niño la salvación, la luz y la gloria. En este día, donde la luz cobra un papel importante, debemos dejarnos iluminar por el Señor, mostrarle toda nuestra vida a Jesús para que Él la ilumine.

Hoy se nos invita a poner nuestra mirada en la familia como un espacio privilegiado de la encarnación silenciosa del mismo Hijo de Dios. Ser cristiano, como María, es confiar, es amar, es estar de pie, decir amén y dejarse conducir por el Espíritu Santo.

Oratio

¿Qué le digo yo al Señor, Palabra viva?

Llenos de gozo, pidamos, como la Sagrada Familia, que sepamos ser fieles a Dios en todo, y como Simeón sepamos descubrir al Señor que viene a nuestra vida y trae la salvación y la gloria.

Te alabamos y te bendecimos, oh Padre, porque mediante tu Hijo, nacido de mujer por obra del Espíritu Santo, has llenado nuestra existencia de luz y esperanza nueva. Haz que nuestras familias permanezcan unidas, sean fieles a tus proyectos y sostengan en los hijos el nuevo entusiasmo, los cubran de ternura, los eduquen en el amor a Ti y a todas las criaturas. A Ti nuestro Padre, todo honor y gloria.

Contemplatio-Actio

¿A qué me comprometo con la Palabra encarnada?

La enseñanza del evangelio de este domingo es en relación con la familia. Como propósito para este 2018 cabría preguntarnos: ¿Qué ideal de familia nos presenta el evangelio de hoy? ¿Estos días no son un buen espacio para que la construyamos? ¿Qué habría que hacer? Cada uno de nosotros hagamos nuestro propósito.