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Homilía del Cardenal Carlos Aguiar en la Capellanía Castrense

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Homilía del Cardenal Carlos Aguiar en la Capellanía Castrense
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El saber que permanecen fieles al Señor nos llena ahora de vida (1 Tes. 3,7-10).

Con estas palabras, que hemos escuchado en la primera lectura, se refiere el Apóstol San Pablo a la comunidad de Tesalónica. Él está distante, quiere volver a verlos, y les envía este mensaje: “En medio de las dificultades y tribulaciones, la fe de ustedes nos ha dado un gran consuelo (1 Tes. 3,7-10).

En 1979 por primera vez un Papa vino a México, San Juan Pablo II, y en su primera homilía, en la Catedral de México, expresó que la fidelidad tenía cuatro dimensiones. Vamos a recordarlas para ayudarnos a entender cómo es que un hombre, Juan Bautista, llega a dar la vida por la verdad, y otro hombre, Herodes, por un gusto corrompe no solamente su corazón, sino deja de lado su responsabilidad, y encadena a otros: en su mujer Herodías, la venganza; y en su hija Salomé, la ejecutora de una muerte injusta que ni pensaba, ni lo hubiera imaginado.

La fidelidad al Señor –dice San Pablo– es la que da vida (1 Tes. 3,7-10), por eso es importante. El Papa afirmó en México que la fidelidad tiene cuatro dimensiones: la búsqueda, la aceptación, la coherencia y la perseverancia. ¿En qué consiste cada una de ellas?

La búsqueda es el punto de partida, y sabemos qué importante es el inicio de algo, son como los cimientos. La búsqueda es mirar nuestro interior, descubrir nuestras inquietudes y discernir cuáles son buenas y cuáles son negativas. Y discernir entre las buenas cuáles me apasionan, cuáles me seducen, presentándolas en oración al Señor para recibir de Él su Espíritu, y poder elegir la que Él me está induciendo. La búsqueda consiste entonces en descubrir lo que Dios quiere de mí.

La aceptación es la segunda dimensión. Una vez que se descubre qué es lo que Dios quiere de mí, aceptarlo, decir: “Lo quiero, lo voy a hacer, además voy a ponerlo al servicio con todas las consecuencias que eso lleva. No las conozco, no sé hasta dónde me va a llevar esta decisión, pero la acepto”.

La tercera dimensión es la coherencia; es decir, si yo ya decidí esto, por ejemplo, si yo ya decidí ser sacerdote, y decidí también aceptar el celibato, pues debo ser consecuente y seguir hasta el final. La coherencia es poner mi conducta, a lo largo de la vida en relación con la decisión que asumí, que libremente acepté.

La cuarta dimensión de la fidelidad es la perseverancia. El Papa decía: “Es fácil ser coherente un día, ¿pero serlo toda la vida?” Y es aquí donde entra la necesidad de la oración, la necesidad de la ayuda divina, de su Espíritu que fortalezca a mi pobre espíritu. Esta es la razón de la alegría de San Pablo en la comunidad de Tesalónica: “El saber que permanecen fieles al Señor nos llena ahora de vida” (1 Tes. 3,7-10).

Esta comunidad parroquial es fiel a alguien que les ha entregado muchísimos años, como ha sido el padre Otto, ahora Monseñor, y como lo ha sido en un pequeño tiempo el Padre Jorge –y que ahora viene de nuevo a servirles–, y ustedes aquí están, y les han aplaudido con mucho entusiasmo. Es parte de esa aceptación de su ser cristiano, de formar esta comunidad cristiana.

Ahora fíjense, si todos seguimos este camino de la fidelidad, entonces lograremos incluso lo que Juan Bautista: dar su vida por la verdad, cosa que a veces no es tan fácil, es muy frágil nuestra condición. Por eso, en la primera dimensión, la de la búsqueda, ese discernimiento no basta que sea individual. Lo tenemos que compartir de forma comunitaria, a veces en familia, a veces en círculos de amigos, a veces en el círculo laboral, a veces en el círculo eclesial.

Dependiendo la opción que se haya tomado, será el ambiente propicio para hacerlo, porque cuando se comparte una decisión con otros, los otros al conocer lo decidido, me van a apoyar en la realización como me apoyaron en el discernimiento de la decisión que tomé. Esa es la ayuda mutua que realiza una comunidad cristiana. Por eso nos reunimos en la Eucaristía, recordando esta Palabra de Dios, recordando que la fuerza nos viene de lo alto, del Espíritu Santo.

En cambio, Herodes, que era el rey, tenía que velar por el bien de sus ciudadanos, de su gente, y vemos lo que hace: se deja llevar por un gusto. A la muchacha le ofrece lo que quiera, y aunque ésta le pida algo que es injusto: la muerte de un encarcelado que no merecía la muerte, se la concede, y pone a Salomé como ejecutora de la muerte de Juan el Bautista. Finalmente en consecuencia Herodías, la mujer del rey, que fue la que sugirió a Salomé que pidiera eso, realiza por odio una venganza.

¿De qué le servía la cabeza de Juan a Salomé? Hubiera podido pedir tantas otras cosas que hubieran sido buenas. Pero a la hora del discernimiento, su madre no le supo ayudar, sino ejecutar su venganza, su inquietud y sentimiento negativo.

¡Qué importante es que nos ayudemos los unos a los otros en estas circunstancias de decidir qué debo hacer! Nunca nos quedemos aislados, hagamos siempre este ejercicio de compartir nuestras aspiraciones, nuestras ilusiones, nuestros anhelos, nuestros proyectos, y muchos otros se sumarán y nos apoyarán. Y con la ayuda del Espíritu seremos capaces incluso de dar la vida por lo que hemos elegido.

Que el señor nos ayude como comunidad cristiana a ser como Juan el Bautista.

¡Que así sea!

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