Hechos contrarios a las palabras

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Homilía del Cardenal Aguiar en el II Domingo del Tiempo Ordinario

Homilía del Arzobispo Primado de México en la Basílica de Guadalupe.

19 enero, 2020
Homilía del Cardenal Aguiar en el II Domingo del Tiempo Ordinario
El Arzobispo Primado de México, Carlos Aguiar Retes en Basílica de Guadalupe. Foto: INBG

Juan dio este testimonio. Vi al Espíritu descender desde el cielo en forma de paloma y posarse sobre Él (…) Yo lo vi y doy testimonio, de que éste es el Hijo de Dios (Jn 1, 31-34).

Teniendo en cuenta los diferentes relatos de los Evangelios sobre la figura de Juan Bautista podemos descubrir con facilidad lo importante que fue el testimonio de Juan, no solamente para el pueblo en general que había acudido a él, preparándose por su predicación a la conversión de corazón, al arrepentimiento de su mala conducta, de sus fallas, de sus errores; pero faltaba la culminación de ese proceso, faltaba saber si de verdad recibíamos el perdón de Dios.

Y sobre todo, algo que Dios tenía reservado para nosotros, como lo explica la segunda lectura, del apóstol San Pablo, cuando dice: a todos ustedes a quienes Dios santificó en Cristo Jesús, que son su pueblo santo (1 Co 1,1-3). El perdón nos lleva a la amistad y unión con Dios, el perdón que Dios nos da, nos lleva a la capacidad de ser también como Dios: santos.

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Por eso fue importante el testimonio de Juan Bautista para muchos, que lo habían escuchado y lo habían seguido, cuando afirmó: Jesús, es el Hijo de Dios, es el que quita el pecado del mundo, porque ha sido enviado y ha recibido el Espíritu Santo. Como narra el evangelista san Juan, de allí dos de ellos, de entre la gente que seguía a Juan, seguirán a Jesús: Felipe y Andrés. Ellos comienzan a seguirlo y después otros dos, y así Jesús inicia su misión, y proclama: el Reino de Dios ha llegado, y es para todos. ¿Ven la importancia del testimonio de Juan?

Hoy nos podemos preguntar, ¿por qué si somos santos, si hemos recorrido el proceso de arrepentimiento, reconociendo lo que hemos hecho mal, si hemos sido perdonados por Dios, y desde nuestro Bautismo tenemos acceso a la santidad de Dios cuando estamos en amistad con él, por qué entonces vivimos con tantos problemas, con tantos conflictos, con tantos homicidios, suicidios, agresiones, situaciones indignas para el ser humano?

Hoy la palabra de Dios nos ayuda a entender la importancia del testimonio. Porque muchos de nosotros somos católicos y hemos aprendido, hemos recibido una catequesis, nos han formado en lo más básico e importante del seguimiento de Cristo, pero muchas veces, se ha quedado en una formación meramente teórica, de conceptos. Los conceptos, las ideas, el saber cuál es la doctrina de Jesús es la puerta de entrada, pero no basta entrar, hay que saber a dónde vamos.

Lo que necesitamos es generar y promover como cristianos, como pueblo de Dios, el testimonio con nuestra propia conducta, viviendo la enseñanza de Jesús. Nosotros transmitiremos así la experiencia de Dios, de un Dios que camina con nosotros, de la fuerza de Dios a través del Espíritu Santo en todas las situaciones difíciles, adversas, e incluso en las alegres, aquellas que haciendo lo que Dios nos pide hacer, salen bien, y nos dan una gran alegría.

Estas experiencias de vida, hacer experiencia de vida la enseñanza de Jesús nos da la convicción de que aquello que aprendimos como doctrina es verdad, no es simplemente una hipótesis, una teoría. Tenemos que ponerla en la práctica para que llegue a ser en nosotros una convicción. Saber detectar la acción de Dios en nuestras vidas, cuando esto sucede, nuestra conducta se vuelve coherente, atractiva y también un fuerte testimonio, de que realmente el Espíritu Santo está para acompañarnos en la vida humana.

Ese testimonio es el que nos falta como sociedad. Esa fuerza de la convicción de quienes somos discípulos de Cristo, de quienes tratamos de aplicar en nuestra vida y en nuestro entorno las enseñanzas de Jesús.

Al inicio de esta Eucaristía les informaba que el Papa pide dedicar este domingo a la Palabra de Dios y apreciarla, porque la Palabra de Dios ofrece estos testimonios, esta enseñanza y estos ejemplos para poderlos seguir.

Este domingo la primera lectura del profeta Isaías se dirige a nosotros, ahora habla el Señor, el que me formó desde el seno de mi madre para que yo fuera su servidor, para hacer que Jacob volviera a él y congregar a Israel en torno suyo (Is 49, 5).

Eso que se realizó en el pueblo judío para que se diera el nacimiento de Jesús en ese pueblo y para que Jesús pudiera encarnarse, ahora está dirigido a nosotros, está dirigido para que seamos esos servidores de Dios.

Dios nos mira, nos está siguiendo, está pendiente de nosotros para ayudarnos a que seamos estos servidores, que como dice más adelante el profeta: porque es poco que mi siervo sólo sirva a las tribus de Judá… yo quiero que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la Tierra (Is 49, 6).

Por tanto, nos necesita a nosotros; ya que somos los últimos rincones de la Tierra. No debemos de pensar en lo más distante de nosotros, nosotros estamos en un rincón de la Tierra. En ese rinconcito donde yo vivo, en ese espacio y en ese ambiente, ahí tenemos que llevar la salvación, y la salvación eso es: tener experiencia y dar testimonio de que Dios camina conmigo y con nosotros.

¿Ven?, cuando dice entonces el Señor que he aquí a mi Siervo hoy en esta Eucaristía, nos está contemplando a nosotros, Jesús nos está viendo y está esperando que le digamos, aquí estoy Señor para hacer tu voluntad, como cantábamos en la hora del Salmo: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Pidámosle al Señor que nos dé esa valentía que sólo con la fe podemos dar ese paso, creyendo que si aplicamos la doctrina de Jesús transformaremos nuestras realidades y seremos la familia de Dios que Él quiere de nosotros.

Pidámosle a María de Guadalupe, pues para eso vino aquí, para mostrarnos el amor de Dios, para decirnos que está pendiente de nosotros, para a través de esta exquisita y tierna imagen que tiene siempre la mujer, María de Guadalupe hacia todos nosotros, que ella nos ayude también como lo hizo en carne propia al manifestar a su hijo Jesús, a darle vida a Jesús.

¡Démosle vida, desde nuestra propia vida, a Jesucristo en el mundo de hoy! Que así sea.

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