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Homilía del Cardenal Aguiar en el Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

15 septiembre, 2019
Homilía del Cardenal Aguiar en el Domingo XXIV del Tiempo Ordinario
Foto: INBG/Cortesía

La gracia de nuestro Señor se desbordó sobre mí, al darme la fe y el amor, que provienen de Cristo Jesús (1 Tm 1,14). 

Con estas palabras de la segunda lectura hemos escuchado este testimonio tan hermoso del Apóstol Pablo a su discípulo Timoteo. Esta experiencia de conversión que desarrolló el Apóstol Pablo, nos ayuda también a nosotros -a partir de la lectura del Evangelio de hoy- a interrogarnos, cuál es mi experiencia en mi relación con Dios.

Y nos ayuda el Evangelio si nos preguntamos: ¿yo sería como el hermano mayor o como el hermano menor, que se fue y despilfarró lo que recibió de su padre? (Lc 15, 1-32) ¿Con quién me identifico? Cada uno piénselo.

Si soy como el hermano mayor, yo creo que la mayoría de los que estamos aquí, nuestra experiencia es como la del hermano mayor, por eso venimos a Misa, cumplimos con los mandamientos de la ley de Dios, tenemos la precaución de portarnos bien, de cumplir bien lo que aprendemos de la enseñanza de la Iglesia como lo hacía Pablo, él era rigurosamente estricto en el cumplimiento de todos los mandamientos cuando perteneció a la escuela farisaica, con su maestro.

¿Somos así nosotros?, o quizá más de alguno de los aquí presentes es como el hijo menor que ha tenido una vida libertina, que ha buscado el placer por el placer, que ha despilfarrado lo que tenía, que se ha sentido en lo más profundo de un abismo, que no sabía qué hacer, pero que ha regresado y ha encontrado el amor de Dios nuestro Padre.

¿Por qué es importante esta pregunta? Porque lo importante en la vida es descubrir a este Dios Padre, que es amor y misericordia. Si, por ejemplo, somos como el hijo mayor que desde niños tratamos de ser bien portados, pero a lo mejor tenemos ese pensamiento de decir: “soy bueno porque yo me he comportado y me he exigido a mí mismo, soy bueno porque he hecho este esfuerzo y me ha costado trabajo y por eso desconfió de los que se portan mal, por eso los juzgo como gente que no merece el respeto porque se ha perdido y ya no es recuperable, se dió a las adicciones, al vandalismo, a la indigencia”.

Si somos así, entonces nos tenemos que preguntar sobre el cumplimiento que hemos hecho para ser buenos discípulos de Cristo. ¿Mi preocupación es cumplir con lo ordenado o a través de lo que hago descubrir la mano de Dios en mi vida? La intervención de Dios en lo que voy realizando, en mis relaciones, en mis actitudes, ¿estoy descubriendo el amor de Dios, la bondad que tiene conmigo, la providencia que guarda para que yo me preserve de una manera saludable, sana en mis relaciones con los demás?

¿Veo que la acción del Espíritu de Dios se mueve en mi corazón, agradezco la misericordia que Dios tiene conmigo, tengo esta actitud de gratitud? De forma que puedo afirmar como San Pablo: doy gracias a aquel que me ha fortalecido, a nuestro Señor Jesucristo por haberme considerado digno de confianza al ponerme a su servicio a mí, que antes fui blasfemo y perseguía a la Iglesia con violencia, pero Dios tuvo misericordia de mí. (1 Tm 1, 12-13)



Dios tuvo misericordia de mí…, qué importante es que tengamos esa experiencia en nuestra vida, por eso es tan importante darnos un momento antes de dormir para que analicemos si en el día, en alguna forma, experimenté que Dios me acompañó, ¿dónde pasó Dios en lo que hice en este día?

Esa constante revisión de mi acción, no es simplemente para ver si cumplí bien, sino para ver cómo Dios estuvo conmigo, cómo me fortaleció, me acompañó, estuvo pendiente de mí. Y entonces, tendré esa hermosa experiencia como la expresa San Pablo. Entonces sabremos decir cómo la gracia de Dios nos está constantemente fortaleciendo y ayudando para afrontar cualquier adversidad, cualquier problema; y experimentaremos que no estamos solos, que estamos acompañados por alguien que nos ama profundamente y que nunca nos dejará de su mano.

Esto es lo que vivió María, esto es lo que vivió Pablo, esto es lo que han vivido a lo largo de la historia tantos cristianos y que hoy en día es indispensable vivirlo también nosotros.

Pidámosle a María de Guadalupe, Ella cercana, tierna y amorosa, que nos ayude a descubrir la mano de Dios en nuestra vida.

Que así sea.

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