Evangelio y lecturas de la Misa del IV Domingo de Adviento 2024

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¿Qué ocurre cuando nos alejamos de Dios? Los riesgos de excluirlo de la familia

Una familia solo puede encontrar plenitud en la gracia y el amor de Dios. Alejarse de eso tiene graves implciaciones.

29 septiembre, 2024

El punto de partida

La perspectiva cristiana sobre la familia supone que ella es tan importante, que existe un sacramento al cual hace referencia desde su fundación. El sacramento del matrimonio. Es un grave error pensar que el matrimonio es la formalización, o la autorización para tener relaciones sexuales. Esto sería reducir gravemente el sentido del sacramento. El camino de amor humano, que es el inicio y fundamento de la familia, cuenta con la presencia poderosa de Dios como garante de las cualidades que cada uno de los contrayentes necesitan para la aventura de compartir la vida hasta sus últimas consecuencias.

Por ejemplo, nadie dice que el sacramento del matrimonio es la oficialización de cuidados para la salud, porque los contrayentes se comprometen a estar presentes el uno al otro activamente en la salud y en la enfermedad. Cuando Dios está presente en el punto de partida de una familia esta presencia garantiza la buena disposición de las capacidades naturales de cada contrayente, pero además capacita  a los contrayentes de modo sobre natural. Quien, por alguna razón que considera válida, saca a Dios del punto de partida de su familia queda expuesto a sus solas fuerzas y a sus no pocas limitaciones.

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El centro de valoración

Uno de los efectos más importantes de la vida sobre natural dentro de una familia es la capacidad que Dios nos da para comprendernos unos a otros y comprender las circunstancias que debe afrontar la familia. Dios amplía la capacidad de las personas, en primer lugar de los cónyuges para considerar aspectos que no fácilmente suelen ver sobre las otras personas y sobre sí mismo.

Una mente iluminada por la gracia del Espíritu está menos sujeta o sometida a las pulsiones emocionales que nos provocan los temores de ser rechazados o de fracasar. Sabemos que podemos equivocarnos o tener opiniones poco fundamentadas, pero esto no implica ninguna tragedia, porque el mundo del amor está resuelto en la otra persona y en Dios. Prescindir de Dios disminuye la amplitud del campo de valoración, o nos deja a merced de muchos temores y complejos.

El horizonte último de la vida de cada miembro

La perspectiva de aquello que marca el final de nuestras vidas suele tener repercusión en nuestra forma de vivir y relacionarnos con los demás, incluido Dios. Cuando una familia mira tan solo al aquí y ahora, pueden pasar dos cosas, una familia altamente competitiva y por tanto unos padres tremendamente exigentes con los hijos porque quieren que triunfen en la vida. Otra posibilidad es la desatención y la ausencia de los miembros, particularmente los papás y mamás porque se enfrascan en sus proyectos presentes de realización personal y los hijos resultan un estorbo.

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Vivir para la vida eterna, nos introduce de inmediato en la necesidad de ser redimidos de este mundo lleno de pecado y maldad. Iniciando desde el propio corazón cada persona ve la vida como un itinerario de preparación para vivir plena y totalmente después de la muerte. Los valores del evangelio, entonces se convierten de costumbres familiares y el efecto se puede palpar en un ambiente agradable y sanador en que vive la familia.

Los efectos de una familia con Dios en su sitio

Vivir en la presencia de Dios da a la vida familiar un antes y un después, un arriba (lo que lleva al cielo) y un abajo (lo que lleva a la perdición). Esto no se reduce al campo del conocimiento, saber lo que es bueno o malo, sino que capacita a sus miembros para mantener un tenor de vida sano y sobre natural.

Los efectos de una familia sin Dios en su sitio

Una familia que ha descuidado el lugar que Dios debe ocupar en su centro y en su fundamento, afronta un sinnúmero de tropiezos y desacuerdos, que pueden llegar a ser contiendas y rencores porque los familiares no tienen un punto de valoración común, puesto que cada quien cree y vive lo que se le ocurre.