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La identidad cristiana no es de laboratorio

La Iglesia de occidente debe voltear de nuevo a Dios para salir de sí misma, del egoísmo y de la superficialidad.

30 septiembre, 2018

“Un alma fuerte permite resistir y construir”. Esta fue la clave del mensaje que el Papa Francisco llevó a Lituania, Letonia y Estonia en su más reciente viaje apostólico. Palabras de aliento, pero especialmente de reconocimiento a la Iglesia católica en esos países que formaron parte del territorio de la antigua URSS durante casi medio siglo.

Lo que se advertía como un difícil desafío pastoral para el Santo Padre, debido a la complejidad histórica de la Iglesia en aquella región, concluyó en una experiencia poderosamente ilustrativa. 25 años después de que Juan Pablo II visitara esos pueblos recién independizados, Francisco acudió a manifestarles la alegría del Evangelio con toda la fuerza de su carisma, y a encender la mecha de la misericordia en los países bálticos.

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El reconocimiento de tantos mártires anónimos que soportaron la persecución en esas tierras para sembrar la semilla de la Buena Nueva, se convierte al mismo tiempo en un transparente llamado a la Iglesia de occidente, que se encuentra en crisis por confiar menos en Dios que en el prestigio, la riqueza y el poder.

El Papa acaba de ser testigo de un catolicismo que ha florecido después de décadas de persecución y martirio, pues la Iglesia báltica supo poner su esperanza en el Creador y no en el hombre. Francisco sintió la esencia de una Iglesia capaz de derrumbar muros y construir puentes con la fuerza de un pasado adverso; un pasado que, sin embargo, le enseñó el valor de la fraternidad y la solidaridad.

Así, la Iglesia de occidente debe voltear de nuevo a Dios para salir de sí misma, del egoísmo y de la superficialidad; está llamada a buscar la santidad a partir de una cultura de encuentro y comunión, a regresar a la vida religiosa desde sus fuertes raíces cristianas y a predicar con valentía la alegría y la paz del Reino de Dios. Porque –como ha dicho el Papa– no existen las “identidades de laboratorio o destiladas”. La identidad cristiana es genuina y para bien de toda la humanidad.



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