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Participación del Card. Carlos Aguiar este jueves en la CAL

LA MUJER EN LA SOLIDARIDAD CON LOS POBRES Y EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN.

Hablar sobre “la mujer” en relación de solidaridad con los pobres y el cuidado de la casa común, es presentar uno de los signos de los tiempos, de los cuáles Dios, tanto hoy como ayer, ha tenido a bien para revelar a la humanidad una especial ternura y un camino que es propuesta de dignidad para quienes lo aceptan.

La especial pedagogía que Dios tiene en los signos de los tiempos, es la de manifestarse en la realidad más precaria del ser humano y dónde el ser humano se encuentra más abatido. La primera es reconocer que el ser humano es vulnerable y la segunda que existen realidades que lo llevan a esta circunstancia. Veamos cómo Dios mismo al hacerse hombre en la persona de Jesucristo, asume la realidad más vulnerable de su creación, que es la condición humana, y nace en un lugar dónde muchas circunstancias, entre ellas, el egoísmo del hombre, le ponen en condiciones de precariedad, de las cuáles el Hijo de Dios, no es ajeno.

La Encarnación, representada en la imagen de Jesucristo en el pesebre, nos permite contemplar la persona de María, la mujer, unida a la humanidad de su hijo, mostrando así que el primer rostro que Jesucristo reconoce en las condiciones de vulnerabilidad, es un rostro femenino, un rostro de mujer. Así pues, la relación de la mujer con las realidades más vulnerables, han sido y son, un signo de los tiempos.

La pobreza es una verdad, pero no se puede aclarar con una visión unilateral de ella, ya sea como una mera estadística, como una condición social o parámetro establecido entre ambas. Hablar de pobreza es entender al ser humano en condiciones que van desde lo interno de su persona hasta lo externo en su relación social, lo que implica elementos de educación, comprensión antropológica y de fe. Y factores o circunstancias, que lo colocan en esta posición, es decir, no es lo mismo ser pobre a ser empobrecido.

La mujer, cuya presencia en la sociedad contiene la especial sensibilidad a las condiciones de vulnerabilidad humana, expresa su solidaridad cuando se descubre como la primera implicada en lo que le es propio como elemento constitutivo de su naturaleza, y en lo que le es particular en tanto su identidad en el rol social.

A ella le es propio la capacidad de gestar la vida, por decirlo así, mujer y solidaridad con la vida, son concomitantes. Aunada a esta capacidad natural, se encuentra la expresión de su identidad en el rol social, lo que la constituye un elemento fundamental de su construcción y progreso en distintos ámbitos, especialmente el moral.

La mujer es educadora, es decir, tiene la capacidad de permitir que se exprese lo mejor de cada persona cuando acompaña este noble proceso. Al hacerlo, se convierte en baluarte de extensos y diversos campos sociales, lo que permite ahondar en el discernimiento de su responsabilidad social, dado que en la figura de la mujer hoy por hoy se sigue haciendo presente el más importante rol social que es el educativo.

Una sólida y sana comprensión de la antropología en los tiempos actuales, nos permite distinguir la unidad por la correlación y complemento entre hombre y mujer; y también, que sus reales diferencias no son un factor despectivo, sino que potencializan y enriquecen a ambos. Las claras diferencias en sociedad entre hombre y mujer son un factor humanizante de la misma. En ello, la mujer, se solidariza con una justa visión de su ser que desplanta de un claro sustento antropológico, pues sólo con la claridad de la antropología se puede hacer frente a las ideologías que muchas veces disfrazan de derechos factores que con el tiempo reducen el rol social de hombres y mujeres, desvaneciendo su identidad para constituirlos en sujetos de mero producto.

La solidaridad de la mujer con su clara identidad que parte de la visión antropológica la constituye en fuerza de la sociedad, de otra manera, corre el peligro de ser cosificada.

Aunada a la acción solidaria de la mujer con la educación y la identidad que le son propias, surge una sublime y noble dimensión de la conciencia humana, que es la fe. Conciencia y fe están intrínsecamente unidas, pues, “cómo podremos decir que amamos a Dios a quien no vemos si no amamos al prójimo que tenemos cerca” ( 1 Jn 4, 20) es decir, la fe que nos lleva al conocimiento de Dios implica el reconocimiento del hombre, y esto es una exigencia de la conciencia.



Surge así, pues, la reflexión, si la educación es camino de humanización y la clara visión del papel de la mujer en sociedad parte de su identidad: ¿qué papel protagónico tiene la mujer en la toma de conciencia y en la justificación operativa de ser solidaria con las personas que son empobrecidas?

Como mencionamos anteriormente, el primer rostro que el Hijo de Dios vio en las condiciones de vulnerabilidad, fue un rostro femenino, un rostro de mujer. Cabe resaltar que la experiencia de la humanidad es ésta también, ver el rostro de una mujer de la cual se bebe la ternura primordial, así que Jesucristo asume la experiencia de todo hombre y mujer en su infancia. De este modo, es signo de los tiempos, que en las condiciones donde el ser humano es sujeto de empobrecimiento, el rostro femenino aparezca confiable y tierno, y al mismo tiempo profético para con las personas dolientes por las circunstancias que viven, y al mismo tiempo, aporte a las instituciones públicas y privadas, políticas y laborales, su especial sensibilidad y compromiso con los más vulnerables; así revelará el rostro de los pobres, a quienes tienen responsabilidades sociales desde las instituciones, y desde las mismas y por su presencia en la sociedad, el rostro de Dios a quienes son empobrecidos, el cual seguirá siendo un rostro femenino, un rostro de mujer.

Si la mujer no es la primera comprometida con la vida, con la educación y con su identidad de género, y esta falta de solidaridad la convierte en sujeto vulnerable de la misma época y de la decadencia humana e institucional, su presencia jamás será este catalizador positivo y signo de los tiempos para con los pobres y los empobrecidos.

El Magisterio del Papa Francisco con fuerza profética nos ha dado todos los elementos para que nadie quede excluido de la responsabilidad para con la “casa común”, y tanto el hombre como la mujer, tienen esta encomienda, que desde la fe es de cara a Dios, y en su devenir histórico de cara a la humanidad.

Un punto clave en el cuidado de la casa común, que se convierte posiblemente en uno de los más grandes retos para el bienestar de la humanidad y el porvenir del planeta, es encontrar la sabiduría de aunar los avances científicos y tecnológicos a los discernimientos éticos. Y si la política global camina emancipada de la moral y se conforma con un mero pragmatismo, reflejado en la economía y el mercado, terminará por llevar al colapso la ecología global, lo que afectaría a todo ser viviente sobre la tierra

No es casualidad que la relación con la tierra sea femenina, pues es una dimensión propia y natural su capacidad de gestar la vida. Hemos dicho que mujer y solidaridad con la vida son concomitantes, de ello también podemos expresar que la relación con la vida del ecosistema es consecuencia de esta misma solidaridad.

Mujer y vida o gestación de la vida están estrechamente relacionadas. Surge así la noción de que ella es especial custodio de la misma. Por tanto, la vida de la casa común queda aunada a la figura de la mujer. Desde los multiformes ámbitos en que se genere una influencia en la gestación de la cultura y un cambio positivo en la misma.

La solidaridad de la mujer con los pobres y el cuidado de la casa común, para no quedarse en mera reflexión de papel y tinta, requiere que a ello se sume la voluntad de a quienes compete, generar escuelas de reflexión y ahondamiento en el tema, y discernir los modos de operatividad, por caminos de paz y de justicia, conscientes de la responsabilidad e impactos sociales, de cara a Dios por la fe, y  de cara a la humanidad en la Historia.

Muchas gracias a la PCAL por la elección de este tema para esta Asamblea, y gracias por su atención a esta reflexión.





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