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El deseo de Santa María de Guadalupe

11 diciembre, 2023

Se acerca la fiesta Guadalupana en la que conmemoramos las apariciones de Santa María de Guadalupe al humilde Juan Diego en el cerro del Tepeyac, un día que para la mayoría de los mexicanos, y para los católicos, es imposible que pase desapercibido, por la trascendencia que el acontecimiento guadalupano ha tenido en la evangelización de estas tierras, pero sobretodo, por el cariño que se le tiene a la morenita del Tepeyac.

Releyendo el Nican Mopohua, en esta ocasión me quise centrar en los diálogos que la Señora de los Cielos tiene con Juan Diego, disfrutando el lenguaje poético de la lengua náhuatl, que a pesar de leer el texto traducido en castellano, el intercambio de deseos y expresiones, te deja vislumbrar la riqueza del texto original.

Fueron varios encuentros los que se dieron entre Juan Diego y la Virgen María; se narra que las apariciones tuvieron lugar entre los días 9 y 12 de diciembre de 1531. En el primer encuentro, Juan Diego se dirigía de Cuautitlán a Taltelolco (Tlatilolco), y escuchó el canto de varias aves que incluso le hacían pensar que estaba en la tierra celestial.

Cesando el canto, escuchó una voz que le decía: «Juanito, Juan Dieguito», no se dirige a él de forma indirecta, sino de personalmente, llamándolo por su nombre, y con mostrando el cariño y la ternura de una madre. Juan Diego acude al llamado de la Reina del Cielo, y en medio del diálogo, la Virgen María manifiesta su deseo:

Sábelo, ten por cierto hijo mío el más pequeño, que soy la perfecta siempre Virgen Santa Maria, madre del verdaderísimo Dios por quien se vive, el Creador de todas las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada en donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto. Lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí, porque allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores….



Quise centrar la reflexión en este primer encuentro, porque podemos correr el peligro de centramos en el hecho maravilloso de haberse quedada plasmada en la tilma de Juan Diego y nos olvidamos del mensaje y la intención de su manifestación. Primero se presenta como la «madre del verdadero Dios por quien se vive», y si bien, su gran deseo es que se levante una casita sagrada, la intensión es para dar a conocer a su propio Hijo, éste que es el Dios por quien se vive, y nos lo quiere dar a conocer a través de su amor, de su mirada compasiva y de su auxilio.

Sin duda, muchos peregrinos han experimentado este amor de Santa María de Guadalupe, por eso, año con año van a visitarla a su casita del Tepeyac, y vienen porque se sienten escuchados por ella, vienen a contar sus tristezas, en busca de solución y cura para sus penas, justo aquello que ella misma expresó en sus palabras.

Desde aquel diciembre de 1531, la Virgen de Guadalupe se ha querido quedar con nosotros para darnos a conocer, a través de la cercanía con ella, al verdadero Dios por quien se vive, en la Basílica de Guadalupe siempre será un lugar para encontrarnos con nuestra Madre y tener un momento de oración y de intimidad con ella, al contemplarla en lo alto de la Basílica nos invita a que le contemos todo lo que nos aqueja, y encontremos la paz al cobijo de su manto; nos muestra a su Hijo que dio la vida para salvarnos, y nos permite vivir los sacramentos, en la reconciliación encontrándonos con la misericordia, y alimentándonos con el pan de la palabra y de la Eucaristía.





Autor

Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 24 de agosto de 2021. Es el primer obispo mexicano emanado del Camino Neocatecumenal. 

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