Imagen de la Virgen de Guadalupe. Foto: María Langarica
Veneramos a la Virgen de Guadalupe muchas veces a lo largo del día, pero ¿alguna vez te has preguntado de dónde viene su nombre o quién se lo dio?
De acuerdo con el Nican Mopohua, el relato más antiguo sobre las apariciones, escrito por Antonio Valeriano en el siglo XVI, la Virgen reveló su identidad en dos momentos distintos. Primero, al aparecerse a San Juan Diego, se presentó como “la Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive”. Más tarde, cuando sanó milagrosamente a su tío Juan Bernardino, le confió su nombre completo: “la Perfecta siempre Virgen Santa María de Guadalupe”.
Durante siglos se han propuesto distintas interpretaciones sobre el origen del nombre “Guadalupe”. Algunos autores antiguos, como Luis Becerra Tanco en 1675, pensaron que provenía de un término náhuatl como “Tequatlanopeuh” o “Tequantlaxopeuh”. Sin embargo, no existe ningún documento ni autor de la época que llame así a la Virgen.
Lo que sí se usaba entre los pueblos originarios era el título de “Tonantzin”, que en náhuatl significa “Nuestra madrecita”. Muchos la llamaban “Tonantzin Guadalupe”, expresión que puede traducirse como “Nuestra venerable Madre Guadalupe”.
El nombre “Guadalupe” tiene raíces árabes y puede derivarse de la expresión “Wadi al-Lub”, que significa “río de grava negra”, “lecho del río” o “cauce del río”. Así, su nombre completo, Santa María de Guadalupe, puede interpretarse como “el santo cauce del río que porta la Luz verdadera y el Agua viva.”
Ella no es la luz, sino quien conduce hacia la Luz, que es Cristo. Tampoco es el agua, sino quien lleva el Agua viva, que es Jesús. En su nombre se unen de manera simbólica las dos grandes raíces religiosas del mundo: la judía y la árabe, que en María se encuentran en armonía. En ella, los pueblos que alguna vez estuvieron enfrentados encuentran reconciliación.
Cuando la Virgen pronunció su nombre ante Juan Bernardino, no solo reveló su identidad celestial; también se entregó al pueblo. El anciano representa la sabiduría y la autoridad de los pueblos originarios, y al dirigirse a él, María abrazó la fe, la historia y el corazón de toda una cultura.
Esta nota fue elaborada a partir del material informativo difundido en la Basílica de Guadalupe y de entrevistas con el Pbro. Eduardo Chávez, director del Instituto Superior de Estudios Guadalupanos y canónigo de la Basílica.
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