Más encendida que nunca, la devoción a la Virgen de Guadalupe
Los fieles hicieron un hermoso regalo a la Virgen Morena en su Casita Sagrada.
Por amor, por ese amor que millones de mexicanos tenemos a la Virgen de Guadalupe, 15 mil velas fueron encendidas en el Tepeyac este 11 de diciembre, sobre un atrio extrañado por no escuchar los incesantes pasos de peregrinos que en años anteriores iban y venían fatigados del camino, heridos por el esfuerzo, pero contentos de estar ahí, frente a Ella, en su día.
A las 17:00 horas, unas cien personas -entre empleados de la Basílica de Guadalupe y voluntarios- comenzaron a encender las velas que se colocaron frente a la puerta principal del recinto, como símbolo de la presencia de todos los devotos que no pudieron acudir al Tepeyac en el 489 aniversario del Acontecimiento Guadalupano por causa de la pandemia de COVID-19.
Debido al viento y una ligera lluvia que se presentó, el encendido se tuvo que suspender de manera momentánea; pero fue retomado apenas la lluvia lo permitió, y las 15 mil velas para la Morenita finalmente pudieron hacer honor a su cometido, quedando completo el tapiz luminoso colocado como guarnición de un magno arreglo floral de 80 mil flores, ofrendado a la Guadalupana en nombre de toda la comunidad.
Las velas, un símbolo de la presencia de todos
La noche en la Basílica de Guadalupe quedó iluminada por miles de flamas silenciosas; bailarinas unas, como evocando las danzas que desde hace siglos muchos de los hijos le traen a la Madre desde distintas regiones de país los días 11 y el 12 de diciembre. Alegres otras, como haciendo presentes a los cantores y sus cantos, entonados desde el corazón para Ella, la Madre de Jesús y Madre nuestra.
Las miles de velas estaban también encendidas por los ciclistas y sus antorchas venidas cada año desde lejos; por los jinetes que al llegar -y sólo hasta llegar-, se quitan el sombrero para saludarla y rendirle honores; por las miles de familias, parientes, amigos o compañeros de camino, que, cansados de tanto conversar, dirigen en silencio sus palabras de amor a nuestra Madre del Tepeyac.
Por el peregrino que, de rodillas lastimadas, insiste en seguir avanzando hincado para presentar a la Guadalupana -menos por obligación que por amor- su sacrificio como ofrenda. Y por la mujer que cada año lleva comida para el caminante desconocido, del que, sin embargo, sabe que vendrá y que llegará con hambre.
Llamearon también por aquel de ojos llorosos y manos ennegrecidas, que año con año llega a decirle a la Virgen: “Gracias, mamita María, porque tengo una silla de ruedas”. Y por el hombre desdentado y en harapos, que una sola cosa tiene en esta vida: su grito enronquecido para Reina de México: “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”.
Lo que el virus se llevó
Lo que el virus se llevó fue un chasco porque no pudo arrebatarnos la fe y el amor a nuestra Madre Morena, porque por primera vez, unidos todos como mexicanos, le hicimos una bella ofrenda: un tapete monumental elaborado con flores que varios fieles acudieron a dejar a la Basílica de Guadalupe en los días previos a las Fiestas Guadalupanas. Iluminado por las velas que otros devotos llevaron, y que, con esfuerzo y mucha fe, un centenar de personas logró encender pese a la adversidad del tiempo.
Lo que el virus se llevó fue una decepción por ver a los mexicanos de pie y celebrando desde sus casas a la Virgen María, que hace casi 500 años quiso hacerse mestiza por amor a estas tierras, para que todos conociéramos a su Hijo Jesús.
Lo que el virus se llevó fue la sorpresa de ver que la Iglesia no se quedó paralizada, sino que, organizada y responsable, confió a la Virgen de Guadalupe el cuidado de sus fieles, para que todos algún día, en un futuro cercano, podamos nuevamente convivir como asamblea en nuestros templos.
¡Viva la Virgen de Guadalupe!
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