Conoce el pan de ánimas, el origen católico del pan de muerto
Entre flores de cempasúchil y veladoras, el pan de muerto guarda una historia que une el alma de México con la fe cristiana.
El pan de muerto es uno de los elementos que no faltan en el altar dedicado a los fieles difuntos y forma parte de una de las tradiciones más antiguas de México.
La tradición de la ofrenda a los muertos surgió del encuentro entre dos mundos: el indígena y el traído por los conquistadores. Del primero provienen el papel picado, las flores de cempasúchil y la quema de copal son herencia prehispánica, mientras que las fotografías, las imágenes religiosas, las veladoras y la sal corresponden a la tradición católica.
Pero el pan de muerto, ¿de dónde proviene? Es también resultado del sincretismo de ambas tradiciones. Aunque la cultura popular suele atribuirle un origen exclusivamente prehispánico, en realidad tiene raíces hispánicas:
De acuerdo con la investigadora María Rodríguez Álvarez, en su libro, Usos y costumbres funerarias de la Nueva España, en relación con la fiesta del Día de muertos:
“A México llegaría esta costumbre cristiana, con ciertas peculiaridades españolas; por ejemplo, en las provincias vascongadas se acostumbraba hacer ofrendas de trigo, pan y vino, que se llevaban a la misa de difuntos, o bien, se colocaban sobre las propias sepulturas.”
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El origen prehispánico del pan de muerto
Para comprender la tradición católica del pan de muerto, primero hay que mirar su antecedente en la cosmovisión prehispánica y cómo se asociaron ambas tradiciones.
Fray Bernardino de Sahagún, en su Historia general de las cosas de la Nueva España (Libro II), describe que los nahuas realizaban ofrendas que incluían “panes” con las figuras de sus divinidades, elaborados con amaranto, así como panes de maíz seco y tostado.
Su elaboración formaba parte de un ritual llamado tzoalli, que consistía en moler y mezclar el amaranto para formar la masa y elaborar estas figuras. A estas se les llamaba xonicuille o yotlaxcalli, dependiendo de la variación de los ingredientes.
De acuerdo con la revista Arqueología Mexicana, en la vida ritual de los antiguos nahuas las ofrendas de comida tenían un papel fundamental que era el de reforzar los lazos con los dioses y promover la unión comunitaria a través del alimento compartido.
Aunque los nahuas colocaban ofrendas durante distintas festividades a lo largo del año, la más importante era el Miccailhuitl (la fiesta de los muertos), que se celebraba en octubre.
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La llegada del pan de ánimas
Con la llegada de los españoles a tierras nahuas, varios ingredientes que se usaban en rituales, como el amaranto, fueron prohibidos por considerarse profanos. Sin embargo, se sustituyeron por otros traídos de Europa, como la harina de trigo.
De hecho, los frailes misioneros aprovecharon las costumbres existentes para evangelizar, otorgándoles un nuevo sentido cristiano y adaptándolas incluso en la gastronomía, lo que contribuyó al surgimiento del sincretismo cultural.
Esta transformación se vio favorecida además por la coincidencia temporal entre el Miccailhuitl y las celebraciones católicas de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, lo que facilitó la fusión de ambas tradiciones en las ofrendas y en la manera de recordar a los difuntos.
La tradición católica
De acuerdo con la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, durante estas fiestas religiosas en España, las familias solían preparar una cena para recordar a sus difuntos, en la cual se servía un pan especial llamado pan de ánimas (también conocido como pan bendito o pan de caridad).
Cabe señalar que este tipo de panes también se preparaban en otras temporadas y fiestas religiosas, como la Cuaresma y la Semana Santa, como signo de abstinencia.
La costumbre se introdujo en México, pero en lugar de colocarse en la mesa familiar, los panes comenzaron a incluirse en las ofrendas dedicadas a los muertos. Con el tiempo, el pan de ánimas adoptó distintos nombres, formas e ingredientes.
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Una tradición muy viva
La versión más conocida es la redonda, con “huesitos” y un “cráneo” en el centro, espolvoreada con azúcar. En Oaxaca, sin embargo, pueden encontrarse panes con forma de cruz o con figuras de ánimas.
Otro ejemplo es el pueblo originario de San Andrés Mixquic, en la alcaldía Tláhuac, célebre por su fuerte sincretismo prehispánico-católico, especialmente durante el Día de Muertos.
Allí, el pan se prepara de manera artesanal y las familias conservan sus recetas de generación en generación como una forma de recordar a sus difuntos y pedir por el descanso de sus almas.
De este modo, el pan de muerto une las antiguas ofrendas nahuas y la fe cristiana que celebra la vida eterna.
Así, cada Día de Muertos, el pan de ánimas nos recuerda que el amor y la memoria trascienden la muerte, y que compartir el pan sigue siendo un acto de comunión entre los vivos y quienes han partido, pasando de la muerte a la vida eterna.


