‘Un extraño en el camino’, análisis del 2do capítulo de Fratelli tutti
¡Qué tentación tan grande tenemos al querer vivir ignorando a nuestro hermano que sufre!
Participa cada lunes a las 21:00 horas (tiempo del centro de México) en La Voz del Obispo en Facebook Live. Este lunes 19 de octubre podrás conversar con el autor de este texto, Mons. Héctor Mario Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México, quien hablará sobre el segundo capítulo de Fratelli tutti, la encíclica del Papa.
El Papa Francisco nos ha regalado este mes su tercera encíclica, Fratelli Tutti o Hermanos todos. Con ella continúa las temáticas que más caracterizan a san Francisco: renovar su Iglesia (encíclica Evangelii gaudium); su amor por la creación (encíclica Laudato Sí), por la fraternidad y la paz (Fratelli Tutti).
Lo increíble de esto es que han pasado 799 años de la muerte de Francisco, el pobrecillo de Asís, y estos temas siguen siendo de grande actualidad; y tristemente, este tema de la fraternidad y la amistad social, es hoy un tema “contra cultural”. Es decir, amarnos como hermanos para vivir en paz es un grito profético en medio de una selva de “tribus” egoístas e individualistas que han creado de “lo extranjero” un enemigo; o de unos grandes señores de la selva que quisieran que todos consumieran, pensaran y se comportaran como ellos quieren.
Dos grandes amenazas existen hoy: el localismo que encierra o la globalización que uniforma; ambas, se cierran a la experiencia del diverso, del más débil, en pocas palabras, de su prójimo. Ambas impiden un diálogo constructivo, que se enriquezca de las opiniones del diverso.
Ante ello, el Papa Francisco nos ofrece una imagen narrada en la parábola del Samaritano. Es la imagen de aquel hombre que, dejándose afectar por su prójimo que sufre, se atrevió a dejar todo a un lado y ponerse a servirle. Como anti-samaritanos están el sacerdote y el fariseo; ambos personajes iban por el camino con tal certeza de estar bien con Dios, que justificaban en esa experiencia su actitud indiferente hacia el débil que sufría a un lado del camino.
¡Qué tentación tan grande tenemos al querer vivir ignorando a nuestro hermano que sufre, o peor aún, viviendo a costa de su desgracia!
La parábola del Buen Samaritano nos recuerda que no hay manera de recorrer la vida con plenitud si lo hacemos a costa de nuestro prójimo. En ella se muestra que el amor nos abre, nos lleva a caminos de encuentro y nunca de encierro. El buen Samaritano es el modelo del amor cristiano, “a este amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa.” (FT 62).
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Esta parábola ya nos había sido propuesta por el Papa Pablo VI al concluir el Concilio Vaticano II. En aquel entonces, en diciembre de 1965, Pablo VI recordaba a los padres conciliares que toda la atención que había mostrado el Concilio por escuchar al hombre, amarlo, y donde fuera necesario, secundarlo, estaba motivada precisamente en la espiritualidad del Buen Samaritano; pues no bastaba conocer al hombre para conocer a Dios, había que agregar que, para conocer a Dios, ¡hay que amar al hombre!
El Papa Francisco, retomando las enseñanzas del Evangelio y del Concilio nos recuerda el rol fundamental que nuestro prójimo tiene para reconstruir el tejido social. No es sólo una cuestión personal, esta parábola nos lleva a “que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado siempre nuevo, aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano” (FT 66).
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Se sorprende el Papa cuando ve todavía a pueblos cristianos que no sólo dejan a un lado al prójimo débil y extranjero, sino que además hay quienes “parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes” (FT 86).
Estas actitudes han de cambiar en todos los ciudadanos del mundo, ¡pero especialmente en los católicos! Pues como bien lo recordó el Concilio Vaticano II: “Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1) Claramente lo afirmó también la 1 carta de san Juan: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,2o).
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