La voz del Obispo

Consagrados, testigos de la esperanza por su alegría

Hoy celebramos la Jornada de la Vida Consagrada y el Jubileo de los religiosos, es por ello que he querido considerar la esperanza que los religiosos nos testimonian con su particular modo de vivir.

El Catecismo de la Iglesia Católica habla de la esperanza como virtud que “corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre” (n. 1818). Es por eso que, desde un particular punto de vista, encontramos a los religiosos y religiosas como testigos de la felicidad en medio del mundo, y por tanto, de la esperanza cristiana.

La experiencia de un mundo carente de una relación de fidelidad y de amor, lleva a la tristeza y a la esterilidad; es por eso que la potencia y la santidad de Dios restablecen el sentido y la plenitud de vida y de felicidad.

Ahora bien, el apóstol Pablo tiene una afirmación contundente para ayudarnos a entender la vinculación entre alegría y esperanza: “…, no estén tristes como quienes no tienen esperanza” (1Tes 4,13).

La alegría no es un adorno superfluo, es exigencia y fundamento de la vida humana. Tenemos mil motivos para permanecer en la alegría, la cual se nutre en la escucha creyente y perseverante de la Palabra de Dios.

También cuando Dios nos llama, nos dice: ¡Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo! Jesús a cada uno de nosotros nos dice esto. ¡De ahí nace la alegría! La alegría del momento en que Jesús me ha mirado.

Pero cuando Cristo llama a seguirlo en la vida consagrada, esto significa realizar continuamente un “éxodo”, del futuro consagrado mismo, para centrar su existencia en Cristo y en su Evangelio, en la voluntad de Dios, despojándose de los propios proyectos, para poder decir con san Pablo: “No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).

En la expresión del Papa Francisco, sería la invitación recibida para hacer de toda “la existencia una peregrinación de transformación en el amor”.

Y por supuesto, la relación con Jesucristo necesita ser alimentada por la inquietud de la búsqueda.

La Vida Consagrada está llamada a encarnar la Buena Noticia, en el seguimiento de Cristo, muerto y resucitado, a hacer propio el “modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos”.

La inquietud de la búsqueda de la verdad, de la búsqueda de Dios, se convierte en la inquietud de conocerle cada vez más y salir de sí mismo para darlo a conocer a los demás. Es justamente la inquietud del amor.

Por eso, quien ha encontrado al Señor y los sigue con fidelidad, es un mensajero de la alegría del Espíritu. Ahora bien, la fidelidad es conciencia del amor que nos orienta hacia el Tú de Dios y hacia cada persona, es gracia y ejercicio de amor, ejercicio de caridad oblativa. Finalmente, la fidelidad en el discipulado para y es probada por la experiencia de la fraternidad.

Cada uno de estos aspectos es para los cristianos un referente y una motivación, y para el resto de la humanidad, la vida de los consagrados resulta un motivo de esperanza.

Mons. Salvador González

II Obispo Electo de la Diócesis de Cancún Chetumal

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