El Papa Francisco ha querido preparar el Jubileo 2025 con un año dedicado a la oración. La celebración de un Año Santo, que encuentra su origen más remoto en la tradición hebraica del jubileo (yobel), como tiempo de perdón y reconciliación, representa, a partir del año 1300, una ocasión especial para meditar sobre el gran don de la misericordia divina, que siempre nos espera, y sobre la importancia de la conversión interior, necesarios para vivir los dones espirituales otorgados a los peregrinos durante el Año Santo, renovando la relación que une a los bautizados, como hermanos y hermanas en Cristo, y con toda la humanidad en cuanto amada por Dios.
San Agustín nos recuerda que: “Tú mismo deseo es tu oración; si el deseo es continuo, continua es tu oración. Tu deseo continuo es tu voz. Callas si dejas de amar. Si subsiste el deseo, también subsiste el clamor; no siempre llega a los oídos de los hombres, pero nunca se aparta de los oídos de Dios”.
San Juan Pablo II señalaba que: “Quien dice que no reza por falta de tiempo, lo que le falta no es tiempo, lo que le falta es amor”.
La gran Santa Teresa de Jesús escribe sobre la oración lo siguiente: “Me parece muy importante que antes de hacer una oración vocal (el rosario, los salmos…), dediquemos unos momentos a considerar a quién vamos a hablar, quiénes somos nosotros y qué vamos a decirle o pedir. De este modo nuestra oración vocal será mental. Es mental, porque nuestra mente está en lo que hacemos. Y es vocal porque utilizamos los vocablos, las palabras, proferidas por el Maestro u otras personas”.
Santa Teresa de Calcuta se expresa con estas palabras: “La oración ensancha el corazón, hasta hacerlo capaz de contener el don de Dios. Sin Él, no podemos nada”. Y la gran patrona de las misiones santa Teresita del Niño Jesús nos recuerda que: “Para mí la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús”.
Los grandes santos y los santos de la puerta de al lado han vivido unas fuertes experiencias de encuentro personal con Jesús que les ha cambiado su modo de vivir.
El Papa, en una audiencia general, compartía lo siguiente: “Todo en la Iglesia nace en la oración, y todo crece gracias a la oración. Cuando el Enemigo, el Maligno, quiere combatir la Iglesia, lo hace primero tratando de secar sus fuentes, impidiéndole rezar. […] La oración es la que abre la puerta al Espíritu Santo, que es quien inspira para ir adelante. Los cambios en la Iglesia sin oración no son cambios de Iglesia, son cambios de grupo”.
En esta época de cambios, necesitamos una oración contemplativa silenciosa. Oramos con nuestro propio cuerpo que es la vía para la interioridad. Nos hemos llenado de tantos documentos, que nuestra fe la hemos intelectualizado, y no la hemos dirigido al corazón.
Toda acción pastoral, si no tiene una base en la oración, se queda en un evento altruista. Una vida de oración contemplativa se inicia cuando empiezas a vivir, dejando a un lado la autoreferencialidad y el narcisismo espiritual, que nos invade por todas partes, cuando dejas de construir castillos en el aire y pisas la realidad.
Las situaciones de pobreza y vulnerabilidad nos hacen encontrarnos con Jesús en la a oración. Y una oración contemplativa nos hace ir a la solidaridad con todos. La oración tiene el poder de transformar en bien lo que en la vida de otro modo sería una condena; y también tiene el poder de abrir un horizonte grande a la mente y de agrandar el corazón.
Una sana pastoral no está condenada a llenar el calendario de múltiples eventos a favor del prójimo, del plan arquidiocesano debe penetrar el espíritu de contemplación. San Agustín, respecto al pasaje de Marta y María, decía que María es una visión de nuestra situación en el cielo, por lo tanto, nunca podemos tenerla completamente en el cielo, más bien la debemos sentir en toda nuestra actividad diaria.
Aprovechemos estos últimos días del año para no perdernos en el activismo, más bien para dejarnos penetrar en nuestra actividad por la luz de la Palabra de Dios, y así aprender de lo esencial de la vida, de las personas que necesitan una palabra de ánimo y un pequeño detalle de ternura que es donde esta verdaderamente la luz de Dios.
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