¿Qué es la libertad según el Evangelio?
La libertad según el Evangelio no se reduce a un concepto político ni a una autonomía sin límites, sino que se enraíza en la verdad revelada por Cristo.
Jorge Arévalo Nájera es director de la Dimensión de Biblia de la APM, licenciado en Ciencias Religiosas por la Universidad La Salle y maestro en Ciencias de la Educación Familiar por el Instituto de Enlaces Educativos CDMX. Docente en La Universidad L Salle, IMDOSOC y diversas instancias formativas en el área de Teología Y Biblia.
Hablar de la libertad es tocar uno de los anhelos más profundos del corazón humano. Desde los orígenes, el hombre ha buscado ser libre: libre de opresiones externas, libre de ataduras interiores, libre para realizar su vocación y alcanzar la plenitud. Sin embargo, la libertad según el Evangelio no se reduce a un concepto político ni a una autonomía sin límites, sino que se enraíza en la verdad revelada por Cristo, que nos muestra que la verdadera libertad es amar y vivir en comunión con Dios.
1. La libertad y la verdad
Jesús mismo lo expresó con claridad en el Evangelio de san Juan: “La verdad los hará libres” (Jn 8,32). Aquí aparece un principio fundamental: la libertad no se entiende como la posibilidad de hacer cualquier cosa sin restricciones, sino como la capacidad de elegir el bien, lo que conduce a la vida. La mentira y el pecado, por el contrario, esclavizan al hombre.
Así, Cristo revela que la libertad se alcanza en la medida en que la persona se abre a la verdad que él mismo encarna. No es casualidad que Jesús se presente como “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). Quien camina en él descubre la liberación de toda falsedad y el acceso a una vida plena.
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2. Libertad frente al pecado
El Evangelio insiste en que el pecado esclaviza. Jesús afirma: “Todo el que peca es esclavo del pecado” (Jn 8,34). Esto significa que las decisiones que aparentan autonomía pero que contradicen el amor de Dios terminan sometiendo al corazón humano a cadenas interiores: la avaricia, la lujuria, el egoísmo, la violencia. La libertad, lejos de ser un campo sin reglas, encuentra su sentido en la capacidad de elegir lo que construye y no lo que destruye.
La Buena Noticia es que Cristo vino precisamente a romper esas cadenas: “El Espíritu del Señor está sobre mí… me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos” (Lc 4,18). La redención se presenta entonces como la restauración de la libertad perdida por el pecado.
3. Libertad como don del Espíritu
El apóstol Pablo afirma: “Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Co 3,17). La libertad cristiana no es fruto de un esfuerzo meramente humano, sino don del Espíritu Santo. El cristiano, guiado por el Espíritu, ya no vive bajo la ley como imposición externa, sino que descubre la ley interior del amor. Por eso san Pablo puede decir: “Ustedes han sido llamados a la libertad; pero no tomen de esa libertad pretexto para la carne; al contrario, háganse servidores unos de otros por amor” (Ga 5,13). Aquí se revela la paradoja cristiana: la libertad alcanza su plenitud no en la autosuficiencia, sino en el servicio.
4. Libertad y amor
El Evangelio ilumina que la libertad auténtica se expresa en el amor. Jesús mismo, siendo el Hijo de Dios, libre de toda atadura, eligió entregar su vida por nosotros: “Nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18).
En la cruz se manifiesta la libertad llevada al extremo: elegir amar hasta el sacrificio. Así, la libertad no se mide por lo que uno acumula o disfruta, sino por la capacidad de darse. Amar es la forma más alta de ser libre, porque el amor no nace de la imposición, sino de una decisión consciente y generosa.
5. Libertad y seguimiento de Cristo
El discipulado cristiano es, en este sentido, una escuela de libertad. Seguir a Jesús implica renunciar a falsas seguridades y ataduras, para vivir la radicalidad del Evangelio.
No se trata de perder la vida, sino de encontrarla en un nivel más profundo: “El que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,25). La libertad evangélica, entonces, no es un fin en sí mismo, sino un medio para acoger el Reino de Dios y participar en su justicia.
Conclusión
La libertad según el Evangelio es un don y una tarea. Es don, porque Cristo nos libera del pecado y nos abre a la vida nueva en el Espíritu. Es tarea, porque exige una decisión constante de caminar en la verdad, de elegir el bien, de amar y servir.
Vivimos en una época en la que muchas veces se confunde la libertad con la ausencia de límites. Al respecto, el Evangelio nos recuerda que sólo quien se arraiga en la verdad de Cristo es verdaderamente libre.
Ser libres, en clave evangélica, significa vivir como hijos de Dios, en comunión con los hermanos, capaces de amar hasta el extremo.
Así, según la bella definición de Santo Tomás de Aquino, “la libertad consiste en la capacidad de dirigirse, libre y voluntariamente, hacia el bien”.