El juez y los ratones
Meditemos hoy sobre un versículo evangélico. Les propongo aquel en el que Jesús dice: “Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vas todavía de camino; no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel” (Mt 5, 25).Bien, imaginemos la siguiente situación: […]
Meditemos hoy sobre un versículo evangélico. Les propongo aquel en el que Jesús dice: “Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes, mientras vas todavía de camino; no sea que te entregue al juez, y el juez al guardia, y te metan en la cárcel” (Mt 5, 25).
Bien, imaginemos la siguiente situación: dos hombres se dirigen al mismo lugar siguiendo idéntico camino. Pueden ser discípulos, ya que el Señor solía mandarlos de dos en dos. De pronto, algo sucede
entre ambos: parece una discusión, tal vez hasta un pleito. Ignoramos la causa; lo que aquí nos interesa subrayar es que ha ocurrido algo desagradable: uno ha ofendido al otro; uno –como dice el texto- ha metido pleito al otro. Es decir, uno ha decidido convertir el viaje del otro en un calvario.
Sobre esta cuestión, el Maestro no se detiene en detalles; lo que hace es apelar a la responsabilidad de cada cual, diciéndole: “Busca un arreglo con el que te pone pleito, cuanto antes”. O bien: “Arréglense entre ustedes, y no dejen que la cosa pase a mayores. Si un juez entra a tomar parte en el pleito, entonces sí que estarán perdidos”. Para explicar los fines del Maestro, me valdré de antigua fábula castellana:
“Había una vez dos ratones muy amigos, que hicieron un día un hallazgo felicísimo, algo que por su materia era exquisita golosina, por su tamaño incalculable riqueza, y por su forma podía transportarse fácilmente a donde se le quisiera llevar. Para decirlo ya, lo que se habían encontrado era un queso de bola, un queso enorme y fresco cuyo aroma ponía los dientes largos y cuya corteza, blanca y sonrosada, estaba diciendo: comedme.
“No hicieron tal los ratones, porque riqueza semejante no era para consumirse en dos bocados, y optaron por empujar el queso, llevándolo por delante y discurriendo por el camino qué era lo que debían hacer con aquel por tento que les había deparado la suerte. ‘El queso es de los dos’ – dijo uno de ellos, pero ¿cómo partirlo?’. Y acordaron acudir al juez para que hiciera la repartición.
“El juez era un mono muy astuto y avispado. Enterado de la súplica de los ratones, descolgó de un clavo la espada de Temis y de otro la balanza de Astrea. Cogió el queso y se dispuso a administrar justicia. Después de muchas pruebas y tanteos partió el queso y puso cada mitad en un platillo de la balanza. El
fiel se inclinó una migajilla por un lado. ‘No hay que apurarse’, dijo el mono, que mordió el pedazo mayor y volvió a pesar. Entonces pesaba más del otro lado.
‘Con otro mordisco se arregla’, dijo el juez. Volvió a pesar, y he aquí de nuevo el desequilibrio.
“El mono volvió a morder y a pesar, y a repetir ambas operaciones. Y el tamaño del queso iba menguando. Y los ratones, a cada mordisco, se miraban el uno al otro sumamente perplejos. Bueno,
los mordiscos acabaron con el queso de bola, y los ratones se fueron cada uno por su lado, algo
tristes, es verdad, pero muy agradecidos con el mono que, después de todo, se había tomado el
trabajo de hacerles justicia”.
Con esta historia espero haber dejado claro, señores, el consejo de Jesús, Señor nuestro, a quien sean la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.
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