MIRAR
En mi pueblo natal, desde el año 1992, unos jóvenes tomaron la iniciativa de hacer una representación de los momentos más importantes de la Semana Santa. Su objetivo no es acrecentar el turismo, ni fomentar la economía, sino expresar su fe en Jesucristo, tener en el corazón el mensaje central de la fe cristiana y convertirnos más al Evangelio. Esto mismo hacen los niños de la catequesis parroquial, para que, desde pequeños, se vayan introduciendo en el misterio redentor. En muchos lugares se hacen estas representaciones, algunas muy famosas y otras pasan desapercibidas por los medios masivos, pero que expresan la trascendencia de la Semana Santa.
Sin embargo, la pasión de Jesús no es algo sólo del pasado. Se actualiza en nuestros días, tanto en las celebraciones litúrgicas, como en tantas historias de dolor y de sufrimiento que se viven en familias, hospitales, cárceles, e incluso en personas que aparentan ser felices, pero que en su corazón llevan llagas y heridas que casi nadie conoce. ¡Cuantos sufrimientos de quienes viven en guerras, secuestrados, desaparecidos, extorsionados y migrantes! Comparto sólo unos casos que he vivido muy de cerca en estos días.
Una esposa, casada por ambas leyes con su marido, tuvo que separarse de él porque no deja de embriagarse, no busca trabajo, no da para el gasto diario, es agresivo con ella e irresponsable con dos hijos que tienen, uno de trece años y otra de apenas dos. Se fue a vivir con sus padres, que bondadosamente la acogieron. ¡Cuánto dolor de ella, de los hijos, de los abuelos y del mismo esposo! Porque es indudable que él también sufre mucho y sólo borracho quisiera olvidarse de su situación.
Al salir de casa e ir a consultas médicas, veo a muchas personas que venden una gran variedad de cosas en las esquinas, o limpian parabrisas y llantas de los vehículos, para adquirir unos centavos y llevar el pan de cada día a la familia. Hay también ancianas y migrantes, que luchan por la vida hasta altas horas de la noche. Soportan frío, lluvia, calor, cansancio y desprecios. Nunca tienen vacaciones. ¡Cuántas angustias y penas!
Vive conmigo una hermana, mayor que yo, que desde hace unos tres años padece alzheimer. No nos pesa tenerla con nosotros y disfrutamos juntos muchos momentos; la hacemos reír y recordar historias de su pasado; la llevamos a todas partes donde vamos. Hacemos cuanto podemos por que se sienta bien y no le falte lo necesario, sobre todo nuestro cariño y apoyo; pero sufre mucho. Hace poco se quejaba y le pregunté qué le dolía; su respuesta fue: me duele el alma… Esto porque dice que ya no hace nada, que ya no sirve, que no la queremos, que la regañamos, que mejor la echemos a la calle… Nos relata que entraron personas a la casa y se llevaron sus cosas, lo cual no es cierto; pero estas y otras imaginaciones la hacen sufrir. Con frecuencia llora y no atinamos a saber el motivo. En días pasados, me acerqué y le pregunté por qué lloraba; me dijo que ya quería morirse; cuando le pregunté la razón, me relató problemas familiares que se imagina, pero que no son reales. Si le decimos que no es como afirma, aunque se lo decimos con cariño intentando evitarle sufrimientos, nos contesta: entonces, ¿estoy loca? Hacemos cuanto podemos para que se sienta bien, pero su cruz es dolorosa.
Como estas historias, hay millones en el mundo, unas muchísimo más dolorosas que estas.
DISCERNIR
El Papa Francisco, en diferentes ocasiones, nos ha recordado que la pasión de Jesús se sigue viviendo en nuestros días. Dedicó varias catequesis a los ancianos, haciéndonos ver su sufrimiento y soledad. La semana pasada, dijo a un grupo de migrantes reunidos en Lajas Blancas, Panamá, que acababan de pasar por el llamado Tapón de Darién, entre Colombia y Panamá: “Quisiera estar ahora acompañándoles personalmente. Yo también soy hijo de migrantes que salieron en búsqueda de un mejor porvenir. Hubo momentos en que ellos se quedaron sin nada, hasta pasar hambre; con las manos vacías, pero el corazón lleno de esperanza.
Agradezco a mis hermanos obispos y agentes de pastoral. Ellos son el rostro de una Iglesia madre que marcha con sus hijos e hijas, en los que descubre el rostro de Cristo y, como la Verónica, con cariño, brinda alivio y esperanza en el viacrucis de la migración. Gracias por comprometerse con nuestros hermanos y hermanas migrantes que representan la carne sufriente de Cristo, cuando se ven forzados a abandonar su tierra, a enfrentarse a los riesgos y a las tribulaciones de un camino duro, al no encontrar otra salida” (21-III-2024).
En un videomensaje a quienes hacen las representaciones de la Semana Santa en Mérida, España, les dijo: “Que la Semana Santa deje huella, huella indeleble y permanente en las vidas de todos los que contemplan las Estaciones de Penitencia. No es un acontecimiento de espectáculo; es una proclamación de nuestra salvación; por eso debe dejar huella.
En la Semana Santa es necesario dedicar tiempo para la oración, para acoger la Palabra de Dios, para detenerse como el samaritano ante el hermano herido: El amor a Dios y al prójimo es un único amor. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos y percibimos a los demás con nueva intensidad.
La Semana Santa es un tiempo de gracia que el Señor nos da para abrir las puertas de nuestros corazones, de nuestras parroquias. Abrir y salir es lo que se nos pide en la Semana Santa, abrir el corazón y salir al encuentro de Jesús y de los demás y también para llevar la luz y la alegría de nuestra fe. ¡Salir siempre! Y hacer esto con amor y con la ternura de Dios, con respeto y paciencia, sabiendo que nosotros ponemos nuestras manos, nuestros pies, nuestro corazón, pero que es Dios el que nos guía y nos marca el camino”.
ACTUAR
Ayudemos a los que sufren a llevar su cruz y no hacérselas más pesada; que la contemplación del Cristo sufriente nos impulse a servirlo en los hermanos en quienes Él sigue sufriendo.
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