MIRAR
En el proceso electoral que se vive ahora en los Estados Unidos, el tema migratorio es muy importante en las campañas. Donald Trump promete expulsar a miles de migrantes y cerrar la frontera con México, porque los considera un daño para la economía y para la tranquilidad social; los juzga como lo peor. Como allá hay todavía mucho racismo (igual que aquí), tiene muchos seguidores.
Lo más triste es que bastantes mexicanos allá, migrantes también, lo apoyan, fijándose quizá sólo en que éste no favorece el aborto, sin darse cuenta de que desprecia la vida de los migrantes y apoya la fabricación y venta de armas letales. Kámala Harris es más moderada en este punto, pues quisiera combinar la protección de su país y un trato más benigno hacia los migrantes, pero es decididamente
proabortista, y esta es una de sus banderas electorales, apoyada por tantos que están a favor de destruir vidas inocentes en el seno materno. Sus posturas están marcadas por el interés de lograr más votos, como si fuera lo más importante, más que las vidas humanas.
La migración siempre ha existido, pero en la actualidad tiene acentos dramáticos. Es un fenómeno mundial. Europa es invadida por miles de personas que huyen de la pobreza, de la violencia y la guerra en sus países. Por México pasan grandes cantidades intentando llegar a los Estados Unidos, por las mismas razones. Muchos ya se han asentado entre nosotros; por ello, vemos migrantes por todas partes, donde antes no había. De nuestro propio país, desde hace años, han emigrado millones de paisanos hacia el Norte. En fechas recientes, es muy dolorosa y preocupante la huida de cientos de chiapanecos hacia Guatemala, para escapar de los cárteles y grupos armados mexicanos que les han arrebatado la paz y sus pocos bienes que tenían, desprotegidos por nuestras autoridades civiles.
De mi pueblo y mi región, aunque hay trabajos con sueldos adecuados, sobre todo en el sector agrícola, varios siguen emigrando. Algunos van a Canadá, con todos sus documentos en regla y con contratos de trabajo bien definidos, con sus derechos asegurados. Ese modelo de trabajadores temporales es una muy buena medida, que ojalá se incrementara mucho más, para evitar la migración ilegal. Pero algunos todavía se arriesgan a irse sin los permisos necesarios, fiándose de coyotes que les ofrecen hacerlos
llegar a su destino mediante grandes cantidades de dólares. Esto se ha agravado porque los extorsionadores armados, que dominan estos lugares, les cobran dos mil dólares para no causar daño ni a ellos ni a sus familias; y si se van con un coyote no autorizado por ellos, el costo es de tres mil dólares. ¡Y no hay quien los defienda!
DISCERNIR
El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en su Declaración sobre la Dignidad Humana, dice: “Los emigrantes están entre las primeras víctimas de las múltiples formas de pobreza. No es solo que su dignidad viene negada en sus países, sino que su misma vida es puesta en riesgo porque no tienen los medios para crear una familia, para trabajar o para alimentarse. Una vez llegados a los países que deberían poder recibirlos, no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca de cualquier persona. Nunca se dirá que no son humanos; pero, en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. Por tanto, es siempre urgente recordar que todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación. Su acogida es una forma importante y significativa de defender la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o
religión” (40).
Los obispos mexicanos, en el Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, expresamos: “Una de las características propias del hombre, desde su origen, ha sido su movilidad. El deseo de conocer, viajar y descubrir cosas y lugares nuevos, lo ha llevado a un continuo desplazamiento. El avance de la técnica y la construcción de modernas maquinarias han facilitado el desplazamiento de muchas personas a lugares remotos y desconocidos. Por otro lado, también aquí, se encuentra uno de los dramas de nuestro tiempo y de este fenómeno globalizador: la migración forzada de millones de seres humanos que ha obligado a muchos hermanos a dejar su pueblo y su cultura, lo que deriva en pobreza, violencia, falta de oportunidades, rechazo racial, político y religioso, desintegración familiar, trata de personas, necesidad de refugio, constitución de nuevas familias, soledad, desarraigo y una vulnerabilidad jurídica ante su situación de inmigrantes indocumentados” (38).
Jesús, “de recién nacido vivió, junto a su familia, la experiencia del migrante refugiado. La vida de refugiado pone delante de nosotros la cruda experiencia de quien tiene que huir a causa del odio de los demás, pero también el rostro de una paternidad responsable en la persona de San José, que carga con su familia para darle protección, atención y cuidado.
La familia de Nazareth es signo de fortaleza para todas las familias que sufren dejando su lugar de origen por razones de seguridad o buscando mejores condiciones de vida” (114).
El Papa Francisco, en su reciente su visita a Bélgica, dijo: “Hoy se celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado con el lema ‘Dios camina con su pueblo’. Desde este país, Bélgica, que ha sido y sigue siendo aún hoy meta de tantos emigrantes, renuevo a Europa y a la Comunidad internacional mi llamado a considerar el fenómeno migratorio como una oportunidad para crecer juntos en fraternidad e invito a todos a ver en cada hermano y hermana migrante el rostro de Jesús que se ha hecho huésped y peregrino entre nosotros” (29-IX-2024).
ACTUAR
Los obispos mexicanos, en nuestras propuestas pastorales, sugerimos: “Recibir con caridad, acompañar, defender los derechos e integrar a los hermanos y hermanas migrantes que transiten o deseen permanecer con nosotros” (PGP 176 f). Esta actitud fraterna es la base para una actitud más cristiana ante los migrantes, aunque se deben seguir buscando formas de eliminar en los países las causas de la emigración forzada.
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