MIRAR

Es frecuente escuchar a nuestros máximos líderes políticos, de la presidencia para abajo, que sus decisiones están sustentadas porque el pueblo les apoya y está de acuerdo con ellos. Presumen porque hacen una consulta a mano alzada y, como la mayoría de los participantes son sus correligionarios, todos están de acuerdo. Legisladores aprueban leyes porque dicen que así lo quiere el pueblo, que sus decisiones de cambios constitucionales son mandato del pueblo, porque ganaron las elecciones pasadas. Pero, ¿de qué pueblo hablan? Recuerdo las cifras que compartí hace ocho días: Obtuvieron para la presidencia de la República sólo 36 millones de votos; 64 millones de mexicanos, entre la oposición partidista y el abstencionismo, no les apoyaron. ¿Dónde está el mandato del pueblo? Si en el tradicional Grito de Independencia, el 15 de septiembre por la noche, en el aniversario de nuestras gestas de independencia, se llenó el zócalo de la Ciudad de México, de ello deducen que la mayoría del pueblo les apoya; pero esto es tener una visión muy parcial de la realidad. Muchos van a ese evento por convicción y por apoyar al gobernante en turno, sin duda; pero muchos otros van acarreados, por curiosidad, o por escuchar gratuitamente a los conjuntos musicales que ambienten ese momento. ¿Y tantas manifestaciones que hubo para que no se aprobara la reforma judicial, no son expresión de un pueblo? ¿A qué pueblo se refieren?

Siendo obispo en Chiapas, de cuando en cuando llegaban a verme grupos, a veces numerosos, para pedirme, por ejemplo, la destitución de un párroco, y siempre me decían que el pueblo lo pedía. Mi deber era escucharles atentamente, tomar en cuenta y analizar sus razones, pero no siempre era el pueblo quien pedía tal cosa, sino sólo un puñado de gente lidereada por alguien que había tenido problemas con el párroco.

En la selva chiapaneca, algunas comunidades me exigían celebrar la Misa con hostias de maíz y un vino que no era de uva; prácticamente toda la población lo urgía. Por el hecho de que todo el pueblo así lo pedía, ¿yo debía acceder? En este caso, como se cambiaría la materia del sacramento, que sería diferente a la que usó Jesús, si yo hubiera cedido, sería infiel a Jesús. Desde luego que no lo acepté, aunque durante algunos años me rechazaron. Con el tiempo, las cosas cambiaron. Escuchar siempre, eso sí, pues somos un cuerpo, una familia, una comunidad; pero hay decisiones que trascienden opiniones mayoritarias. En este asunto, tenemos una cabeza, Jesucristo, no elegida popularmente, y es quien nos ha marcado el sendero.

En mi pueblo natal, cuando ya estábamos saliendo de las restricciones por la pasada pandemia Covid19, tuve que enfrentar a dos líderes locales de grupos armados que insistían al párroco que se hicieran por las calles las tradicionales Posadas del novenario antes de Navidad, y decían que así lo quería el pueblo. ¿A quiénes se referían? A su grupito de seguidores, que estaban a sus órdenes por diversos intereses, sobre todo económicos. La mayoría de los creyentes estaban devotamente rezando el Rosario en el templo, y no por las calles. Aludir al pueblo como sustento de una exigencia, no siempre corresponde a la realidad popular, sino a simpatías o antipatías, que dependen de muchos factores. Nuestro deber pastoral es analizar lo que se nos plantea, escuchar opiniones, dialogar con los supuestamente afectados; pero nunca decidir sólo por presiones de grupos.

Elegir por voto popular a los jueces, a los integrantes de las instancias judiciales, no fue decisión de una consulta pública debidamente reglamentada, sino propuesta del alto jefe gobernante. Y como sus partidarios no se atreven a llevarle la contra, para no exponerse a su rabia, a sus descalificaciones y amenazas, incluso penales, aprobaron el respectivo cambio constitucional. Pero no se puede aducir que es decisión del pueblo. ¿Cuál pueblo?

DISCERNIR

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, afirma:

“Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad. El servicio que prestan, aglutinando y conduciendo, puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a otros en pos del bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad” (159).

“Los grupos populistas cerrados desfiguran la palabra ‘pueblo’, puesto que en realidad no hablan de un verdadero pueblo. En efecto, la categoría de ‘pueblo’ es abierta. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por otros, y de ese modo puede evolucionar” (160).

“Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad. En esta línea dije claramente que ‘estoy lejos de proponer un populismo irresponsable’. Por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable. Por otra parte, los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras” (161).

ACTUAR

En todo organismo vivo social (familia, pueblo, nación, Iglesia, etc.), como en el cuerpo humano, hay muchos miembros, muy diferentes entre sí. Para que el cuerpo tenga vida sana, no pelean unos miembros contra otros, ni intentan destruirse, sino que se respeta lo que compete a cada uno y, juntos, crecen, se desarrollan y viven. Así deberíamos ser en la sociedad y en la Iglesia.

*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamenteia representan el punto de vista de Desde la fe

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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