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El papel del agua para la purificación en las bodas de Caná

16 enero, 2022
El papel del agua para la purificación en las bodas de Caná
Durante las bodas de Caná, Jesús convirtió el agua en vino.

Primero, leamos este pasaje del Evangelio:

Del santo Evangelio según san Juan: 2, 1-11

En aquel tiempo, hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Éste y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”.

Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévense lo al encargado de la fiesta”. Así lo hicieron, y en cuanto el encargado de la fiesta probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al esposo y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora”.

Esto que hizo Jesús en Caná de Galilea fue el primero de sus signos. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Palabra del Señor.

Cultura Bíblica

En el relato de las bodas de Caná, ¿tiene alguna relación el que se haya acabado el vino con que no tuvieran agua para la purificación?

El evangelio de san Juan es una obra llena de simbolismos que no saltan a la vista desde el comienzo, sino cuando nos detenemos a mirar las desproporciones o las referencias que tienen ciertas palabras con el Antiguo Testamento. Este es el caso del relato de las Bodas de Caná.

En primer lugar es importante recordar que una boda es una alianza y el Antiguo Testamento tiene como eje central la Alianza que Dios realizó con su pueblo en el monte Sinaí, por medio de Moisés. Jesús proviene de este pueblo, por ello nos dice el texto que la madre de Jesús ya se encontraba en la boda. En cambio, el autor sagrado establece cierta distancia con respecto a esa boda de parte de Jesús y sus discípulos, de quienes dice que llegaron a ella.

El punto central del relato es, sin duda, la conversión del agua en vino, pero resalta que se declara la falta de una y otra cosa durante aquella boda. La simbología del vino en el Antiguo Testamento sigue dos vertientes, la primera de ellas es el vino como símbolo de la alegría (cfr. Jr 48,33; Sl 4,7). La segunda vertiente de significación es la “inspiración profética” (Is 28,1).

Ambas posibles significaciones pueden estar presentes en este relato, la Alianza del Sinaí había perdido presencia inspiradora del Espíritu de Dios y también había perdido la alegría de la relación entre Dios y su pueblo. Vale la pena preguntarnos si esto era una situación providencial, es decir, prevista por Dios, o bien se debía a la tibieza de fe de los judíos.



Para dar respuesta a esta cuestión es oportuna la consideración de la falta de agua. El autor sagrado dice que había seis tinajas cuya capacidad era aproximadamente cien litros cada una. Esas tinajas eran normales para la ciudad de Jerusalén, colocadas en sitios especialmente destinados para la purificación ritual, antes de que los hombres ingresaran al Templo. Una pequeña población de Galilea no era sitio para esto, entonces podemos pensar en el rol simbólico de las tinajas vacías.

La forma en que las autoridades judías solían interpretar la ley, según lo dice Jesús (Mt 23,4), se había convertido en cargas pesadas que ellos mismos no querían cargar. Estas seis tinajas parecen evocar estas palabras de Jesús. Las estructuras por sí mismas no producen el efecto para el que fueron ideadas.

Jesús hace que aquellas tinajas, sean llenadas de agua para la purificación, por tanto les devuelve el sentido original. Cuando estas cumplen su cometido, entonces Jesús puede obrar la maravilla de entregar el vino.

 

Mons. Salvador Martínez es rector de la Basílica de Guadalupe. 

 

 





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