Los santuarios, con los santos que los habitan y las peregrinaciones que los irrigan, son, en
México, referentes de sacralidad marginal. Evidentemente, el santuario no es sólo un lugar,
también constituye un engrane crucial
de un sistema mucho más amplio y complejo; se
convierte en punto de referencia regional, baluarte de identidad, garante simbólico de
legitimidad territorial, centro de peregrinaje (vitalizando la interacción social de los
alrededores).

Por ello, consideramos como conjunto el santuario, vinculándolo con los
personajes sagrados que los habitan y las peregrinaciones que les confieren fuerza dinámica
de interacción social. En todo caso, es importante considerar que los fenómenos religiosos
que se aglutinan en derredor de la figura del santuario,
atienden a la lógica cultural interna
de los pueblos que dan vigor y persistencia a estas manifestaciones religiosas y están
integradas plenamente en su cosmovisión, atendiendo a la particularidad histórica del lugar
específico donde se encuentran, pues de ello depende la comprensión cabal y justa del
fenómeno religioso, no desde universalizaciones descontextualizadas, sino desde el lugar y
tiempo concretos propios de la condición humana, en este sentido, es obvio que la
ubicación del santuario en México, responde muchas veces a un antecedente religioso
mesoamericano que nos recuerda los intrincados y complejos procesos socio-culturales e
identitarios implícitos en la labor evangelizadora inicial en territorios indígenas, tal es el
caso de Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac, El Señor de Chalma en el interior de
la barranca en el Estado de México, San Miguel del Milagro en Tlaxcala justo a un costado
de Cacaxtla, Santa Ana (la abuela de Cristo) en Santa Ana Chiautempan, Tlaxcala donde se
veneraba a Toci, nuestra abuela, la abuela de los dioses, Mitla en Oaxaca y Tzintzuntzan en
Michoacán, ambas iglesias construidas prácticamente como una extensión de las antiguas
construcciones religiosas, etc.

No obstante estas primeras referencias al horizonte cultural indígena sobre el cual se
empalman el mensaje cristiano y los procesos inherentes de occidentalización, no
pretendemos reducir toda expresión religiosa contemporánea acerca de los santuarios a ese
origen.
En este sentido, conviene recordar lo que apunta Báez-Jorge: “En el transcurso del
periodo colonial, a partir de las imágenes transterradas, la población criolla fincaría otro
tipo de santuarios, expresiones novohispanas de la religiosidad popular floreciente en el
mundo ibérico, lo que lleva a precisar que en nuestras tierras, el cristianismo no siempre se
sustenta en la antigua cosmovisión autóctona” 1 .

Las innumerables manifestaciones religiosas populares, en torno a los santuarios en
México,
parecieran atestiguar una y otra vez esa realidad descrita en una sacralidad de
cimientos terrenales o una realidad cuyas aspiraciones de trascendencia no le bastan para
desarraigarse de la inmanencia. La aspiración del ser humano por el mañana y el porvenir
eterno no le sustrae de su humanidad, la cual sólo puede cifrarse desde el aquí y el ahora.
Tanto la peregrinación, como el santuario y los santos que lo habitan, nos hablan de este

1 Félix Báez-Jorge, “Los santuarios mexicanos: religión popular, región e identidad”, en La Palabra y el
Hombre, pp. 45-56, octubre-diciembre 1995, núm. 96, Xalapa, Universidad Veracruzana, p. 47.

drama humano y narran una relación con lo sagrado desde el lenguaje único de su cultura e
historia específicas.

El santuario legitima un territorio regional al atraer como imán devocional a innumerables
pueblos que se aglutinan en una configuración territorial cifrada desde la decisión de un
ente sagrado (el Santo, Cristo o Virgen presente en el santuario) que –a los ojos de los
devotos- por un acto de su voluntad decidió estar allí, eligió ese lugar, distinguiendo desde
un ámbito sagrado a los pueblos involucrados en esa región.

La peregrinación, en esa dinámica religiosa popular, y desde la perspectiva cosmovisional de estos pueblos, mantiene viva la memoria histórica, las redes de relaciones sociales interpueblerinas y la
identidad de estos grupos culturales. En este sentido, en santuario es el corazón palpitante de la espiritualidad de estos pueblos bajo el sello característico de la religiosidad popular, y así mismo entonces, las peregrinaciones son el torrente sanguíneo que mantiene esa sacralidad en movimiento, vida y salud, mientras que los santos (o más precisamente las imágenes religiosas), son los personajes centrales de este drama de interacción y convivencia humana-divina.

Autor: Dr. Ramiro Gómez Arzapalo Dorantes. Docente de la Universidad Intercontinental (UIC) en las Lic. de
Filosofía, Teología, y Maestría en Filosofía y Crítica de la Cultura. Dirige el Observatorio
Intercontinental de la Religiosidad Popular UIC.

Dr. Ramiro Gómez Arzapalo Dorantes

Es director del Observatorio Intercontinental de la Religiosidad Popular de la Universidad Intercontinental (UIC).

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