Es innegable la enorme cantidad de logros alcanzados por las mujeres. Si hay algún siglo interesante para ser mujer es este. Estos avances se han logrado después de un largo recorrido. Quizás uno de los momentos más importantes fue en 1995 en el que se llevó acabo la IV Conferencia Mundial y se aprobó la plataforma de acción.
Cambiaron las políticas públicas y fueron apareciendo las llamadas Acciones Afirmativas. Por ejemplo: se llevaron a cabo programas de becas educativas dirigidas a las niñas para que no las regresaran a las casas después de cursar el 3er grado de primaria; los programas de transferencia directa condicionada (como Oportunidades) se dirigieron hacia las mujeres; los programas de salud como el Seguro Popular se idearon para dar un servicio a quienes no contaban con los servicios de salud por un empleo formal –la mayoría fueron mujeres las que se beneficiaron; y así se generaron muchos programas sociales que tuvieron como fin lograr cerrar la brecha de oportunidades educativas, económicas, políticas y sociales entre mujeres y hombres.
De la mano del ingreso de las mujeres a la política, también entraron temas como el de personas con discapacidad, comunidades indígenas, infancia y medio ambiente, es decir, se fue humanizando la política con la incorporación de las mujeres.
Podríamos seguir hablando de los avances, pero hay condiciones de inequidad que operan contra las mujeres y su desarrollo y, por esa razón, también operan contra el desarrollo de México.
Si queremos una política que acelere un cambio en favor de las mujeres, no son suficientes las buenas voluntades ni los buenos discursos. Algunas acciones son fundamentales.
En lo económico, debemos buscar no sólo el aumento de pensiones a las mujeres mayores de 65 años, sino también la importancia de generar condiciones para que una mujer pueda obtener créditos y no sólo microcréditos; generar los incentivos correctos para que la mujer pueda ingresar al mercado laboral de manera justa y no con diferencias salariales. Muchos son los estudios que demuestran la movilidad social y económica que se logra cuando las mujeres salen a trabajar fuera de la casa. Y como la profesionalización de la mujer no debe excluir la maternidad, se requiere la portabilidad para acceder a los servicios de los cuidados de los hijos mientras se está en el trabajo.
La violencia hacia las mujeres es una de las expresiones más inhumanas y destructoras de una sociedad. Hoy nuestro país tiene una crisis de violencia contra las mujeres que se manifiesta, entre otras cosas, a través de delitos como el de la trata de personas y el feminicidio; además, se expresa en el acoso y la violencia física, verbal y psicológica. El Estado debe tener como prioridad nacional prevenir y sancionar esa violencia, desde la administración de la justicia hasta los programas sociales y educativos.
Además de lo que tiene que hacer el gobierno, las autoridades a través de las políticas públicas, todos tenemos algo qué hacer. Fortalecer la imagen de las mujeres en sus aportaciones en la vida de nuestro país. Y pienso, por ejemplo, en “Las Patronas” que se preparan para dar consuelo a migrantes, o en las mujeres valientes que hace unos años se plantaron contra la destrucción de un manglar; en las deportistas que siguen dando medallas para nuestro país; en las periodistas que cumplen su función de informar a sabiendas que corren el riesgo de que las denigren; en las jóvenes misioneras que cumplen con su vocación de servicio; en las voluntarias que se dedican a causas sociales, en las estudiantes que donan su talento y su pasión en las organizaciones dedicadas a los derechos humanos, a la seguridad y a la legalidad; en las religiosas que construyen caminos de servicio a través de la educación y como trabajadoras sociales y de la salud; afortunadamente podemos pensar en miles de mexicanas que construyen la Patria.
Desde la fe, las políticas públicas y cada acción en favor de las mujeres, tiene una dimensión distinta que no podemos dejar a un lado y que también nos obliga a trabajar en la promoción del valor de las mujeres para evitar la violencia y lograr un acceso a la justicia. Y no estaría mal que algunos esfuerzos se dirijan a las mujeres de fe que luchan todos los días, ya sean religiosas o laicas, pero que están ahí y que en muchas ocasiones no son escuchadas, ni valoradas y que mucho aportan en la construcción de la Iglesia, del bien común y el reconocimiento de la dignidad de la persona humana. Para ellas, mi gratitud, con la certeza de que la historia de Salvación pasó por la mirada y la acción de las mujeres, y no podrá seguir narrándose sin ellas. No quiero dejar pasar que, en estos días de Navidad, recordamos a la Mujer que dijo SÍ desde la sencillez y la migración, desde el dolor y la alegría de servir: María.
*Margarita Zavala fue militante del PAN por 33 años hasta su renuncia en 2017, para lanzarse como candidata independiente a la Presidencia. Fue diputada local y federal, consejera jurídica, Secretaria Nacional de Promoción Política de la Mujer y Consejera Nacional. Dirige la asociación Libertad y Responsabilidad (LIBRE).
Esta columna forma parte de la edición 10 respuestas que México necesita donde también participan Norma Romero, Pedro Kumamoto, Martí Batres, Juan Pablo Castañón, Javier Sicilia, Mario Romo, Monseñor Felipe Arizmendi, el Padre Mario Ángel Flores, y el Cardenal Carlos Aguiar Retes.
Este texto pertenece a nuestra sección de Opinión, y no necesariamente representa el punto de vista de Desde la fe.
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