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Otro país, desde la familia

30 junio, 2021

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Se nos ha descompuesto mucho el país, por la pandemia, la corrupción, la pobreza, y sobre todo por la violencia, por el dominio del crimen organizado, por sus amenazas si no cumples sus exigencias, por las extorsiones a los pobres y la sensación de que el gobierno central les ha abandonado, porque éste tomó la opción política de no declararles la guerra, con lo cual ellos se sienten dueños de vidas y territorios, con capacidad armada para hacer dinero en formas muy arbitrarias. Esos grupos no entienden buenas razones. ¿Qué hacer? ¿Sólo quejarnos contra el gobierno? Tenemos un recurso fundamental: las familias bien constituidas, que educan para el amor fraterno, para el trabajo honrado y para la paz social. Muchos de nosotros procedemos de hogares sencillos y pobres, con limitaciones, pero trabajadores y honrados, fieles a sus compromisos familiares y solidarios con los demás. Allí aprendimos el valor de la fraternidad, el respeto a los demás, el trabajo sacrificado, el perdón mutuo, la austeridad, la fe en Dios y el amor al prójimo. ¡Qué valiosas son nuestras familias! Nos educaron para ser ciudadanos responsables, cristianos conscientes, miembros respetuosos de la comunidad y solidarios con los pobres. ¡Estas son las familias que pueden salvar a un pueblo y a un país!

Pensar

Sobre estas realidades, el Papa Francisco nos dijo a los obispos mexicanos, en la Catedral de la Ciudad de México: “Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anti cívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia. La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando a las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada” (13-II-2016) En atención a este llamado del Papa, los obispos mexicanos elaboramos nuestro Proyecto Global Pastoral 2031+2033, en que decimos: “Hoy vivimos situaciones que nos han rebasado en mucho y que son un verdadero calvario para personas, familias y comunidades enteras, en una espiral de dolor a la que por el momento no se le ve fin. Muchos pueblos en nuestro país experimentan constantemente la inseguridad, el miedo, el abandono de sus hogares y una completa orfandad por parte de quienes tienen la obligación de proteger sus vidas y cuidar sus bienes. Tal parece que esta situación de violencia ha rebasado a las autoridades en muchas partes del país, los grupos delincuenciales se han establecido como verdaderos dueños y señores de espacios y cotos de poder y, debido a la furia y a la capacidad de terror de muchos de ellos, han puesto a prueba la fuerza de la ley y del orden. Son muchos los sufrimientos que a causa de la violencia a lo largo de estos últimos años se han ido acumulando en las familias del pueblo mexicano” (PGP 56). “El panorama social se ha ido ensombreciendo paulatinamente por el fortalecimiento alarmante del crimen organizado que tiene múltiples ramificaciones y un entorno internacional que lo alimenta y fortalece, corrompiendo la mente y el corazón de personas y autoridades.  La introducción de una narco-cultura en nuestra sociedad mexicana, de conseguir dinero rápido, fácil y de cualquier forma, ha venido a dañar profundamente la mente de muchas personas, a quienes no les importa matar, robar, extorsionar, secuestrar o hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos. Hechos tristemente exaltados cada día como material mediático por los medios de comunicación. Son muchas las causas que alimentan esta hoguera y que mantienen encendida esta llama de dolor: la pérdida de valores, la desintegración familiar, la falta de oportunidades, los trabajos mal remunerados, la corrupción galopante en todos los niveles, la ingobernabilidad, la impunidad, etc. Esta sociedad que tendría que ofrecer a todos los ciudadanos las condiciones necesarias para vivir con dignidad, está dañada y es necesario que todos como miembros de ella tomemos conciencia de esta realidad y nos hagamos responsables, para que pueda cumplir como un espacio de vida digna para todos sus miembros” (PGP 57). Ante esta realidad, sostenemos que hay esperanza para transformar el país, a partir de familias bien constituidas: “Nos alegra y damos gracias a Dios por el don de la familia en nuestro pueblo mexicano. Nosotros amamos nuestra familia porque ella constituye una de las bases fundamentales de la sociedad y de la Iglesia. Cuánta alegría encontramos en aquellos espacios domésticos que tejen con cariño cada día la vida de los esposos, hijos, nietos, hermanos, y todas aquellas relaciones familiares que fortalecen a la persona, experimentando constantemente la solidaridad y el cariño en ella. Esta realidad humana sigue siendo motivo de esperanza porque constituye el lugar fundamental donde se forman los verdaderos ciudadanos y cristianos para nuestra patria. Cuánto bien nos hace ver la fidelidad, la entrega, el trabajo de cada día, el amor de padre y madre, abuelas, tíos y madres solteras criando y educando a sus hijos” (PGP 49).

Actuar

Nuestro episcopado propone “atender especialmente a las necesidades materiales y espirituales de la familia, base fundamental de la sociedad y de la Iglesia, para que cumpla su misión de educar en los valores humanos y cristianos” (PGP 173 d). Apreciemos nuestra familia y hagamos hasta lo imposible para que no se destruyan los hogares, que se mantengan fieles, que eduquen a sus hijos en el amor, el trabajo y la solidaridad social. Eduquemos a los jóvenes para que aprendan a valorar la familia y le pongan sólidos cimientos a su posible matrimonio. Desde la familia, podemos reconstruir nuestro país. *El Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel es obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas. Los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de Desde la fe.

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Se nos ha descompuesto mucho el país, por la pandemia, la corrupción, la pobreza, y sobre todo por la violencia, por el dominio del crimen organizado, por sus amenazas si no cumples sus exigencias, por las extorsiones a los pobres y la sensación de que el gobierno central les ha abandonado, porque éste tomó la opción política de no declararles la guerra, con lo cual ellos se sienten dueños de vidas y territorios, con capacidad armada para hacer dinero en formas muy arbitrarias. Esos grupos no entienden buenas razones.

¿Qué hacer? ¿Sólo quejarnos contra el gobierno? Tenemos un recurso fundamental: las familias bien constituidas, que educan para el amor fraterno, para el trabajo honrado y para la paz social.

Muchos de nosotros procedemos de hogares sencillos y pobres, con limitaciones, pero trabajadores y honrados, fieles a sus compromisos familiares y solidarios con los demás. Allí aprendimos el valor de la fraternidad, el respeto a los demás, el trabajo sacrificado, el perdón mutuo, la austeridad, la fe en Dios y el amor al prójimo. ¡Qué valiosas son nuestras familias! Nos educaron para ser ciudadanos responsables, cristianos conscientes, miembros respetuosos de la comunidad y solidarios con los pobres. ¡Estas son las familias que pueden salvar a un pueblo y a un país!

Pensar

Sobre estas realidades, el Papa Francisco nos dijo a los obispos mexicanos, en la Catedral de la Ciudad de México:

“Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anti cívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia. La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando a las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada” (13-II-2016)

En atención a este llamado del Papa, los obispos mexicanos elaboramos nuestro Proyecto Global Pastoral 2031+2033, en que decimos:

“Hoy vivimos situaciones que nos han rebasado en mucho y que son un verdadero calvario para personas, familias y comunidades enteras, en una espiral de dolor a la que por el momento no se le ve fin. Muchos pueblos en nuestro país experimentan constantemente la inseguridad, el miedo, el abandono de sus hogares y una completa orfandad por parte de quienes tienen la obligación de proteger sus vidas y cuidar sus bienes. Tal parece que esta situación de violencia ha rebasado a las autoridades en muchas partes del país, los grupos delincuenciales se han establecido como verdaderos dueños y señores de espacios y cotos de poder y, debido a la furia y a la capacidad de terror de muchos de ellos, han puesto a prueba la fuerza de la ley y del orden. Son muchos los sufrimientos que a causa de la violencia a lo largo de estos últimos años se han ido acumulando en las familias del pueblo mexicano” (PGP 56).

“El panorama social se ha ido ensombreciendo paulatinamente por el fortalecimiento alarmante del crimen organizado que tiene múltiples ramificaciones y un entorno internacional que lo alimenta y fortalece, corrompiendo la mente y el corazón de personas y autoridades.  La introducción de una narco-cultura en nuestra sociedad mexicana, de conseguir dinero rápido, fácil y de cualquier forma, ha venido a dañar profundamente la mente de muchas personas, a quienes no les importa matar, robar, extorsionar, secuestrar o hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos. Hechos tristemente exaltados cada día como material mediático por los medios de comunicación. Son muchas las causas que alimentan esta hoguera y que mantienen encendida esta llama de dolor: la pérdida de valores, la desintegración familiar, la falta de oportunidades, los trabajos mal remunerados, la corrupción galopante en todos los niveles, la ingobernabilidad, la impunidad, etc. Esta sociedad que tendría que ofrecer a todos los ciudadanos las condiciones necesarias para vivir con dignidad, está dañada y es necesario que todos como miembros de ella tomemos conciencia de esta realidad y nos hagamos responsables, para que pueda cumplir como un espacio de vida digna para todos sus miembros” (PGP 57).



Ante esta realidad, sostenemos que hay esperanza para transformar el país, a partir de familias bien constituidas:

“Nos alegra y damos gracias a Dios por el don de la familia en nuestro pueblo mexicano. Nosotros amamos nuestra familia porque ella constituye una de las bases fundamentales de la sociedad y de la Iglesia. Cuánta alegría encontramos en aquellos espacios domésticos que tejen con cariño cada día la vida de los esposos, hijos, nietos, hermanos, y todas aquellas relaciones familiares que fortalecen a la persona, experimentando constantemente la solidaridad y el cariño en ella. Esta realidad humana sigue siendo motivo de esperanza porque constituye el lugar fundamental donde se forman los verdaderos ciudadanos y cristianos para nuestra patria. Cuánto bien nos hace ver la fidelidad, la entrega, el trabajo de cada día, el amor de padre y madre, abuelas, tíos y madres solteras criando y educando a sus hijos” (PGP 49).

Actuar

Nuestro episcopado propone “atender especialmente a las necesidades materiales y espirituales de la familia, base fundamental de la sociedad y de la Iglesia, para que cumpla su misión de educar en los valores humanos y cristianos” (PGP 173 d).

Apreciemos nuestra familia y hagamos hasta lo imposible para que no se destruyan los hogares, que se mantengan fieles, que eduquen a sus hijos en el amor, el trabajo y la solidaridad social. Eduquemos a los jóvenes para que aprendan a valorar la familia y le pongan sólidos cimientos a su posible matrimonio. Desde la familia, podemos reconstruir nuestro país.

*El Cardenal Felipe Arizmendi Esquivel es obispo emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas en Chiapas.

Los artículos son responsabilidad de sus autores y no necesariamente representan la opinión de Desde la fe.





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