De acuerdo con un estudio publicado por UNICEF México, en nuestro país, cada año son privados de su libertad en promedio 4,500 adolescentes acusados de haber cometido delitos considerados graves por la ley. Desafortunadamente las conductas delictivas y agresivas en los jóvenes han ido en aumento y recientemente los medios de comunicación han estado presentando noticias lamentables.
Podríamos empezar preguntándonos ¿qué pasa con estos jóvenes?, ¿cómo obtienen armas, y qué pasó con sus padres? Los adolescentes que presentan conductas agresivas comúnmente provienen de familias en las que la violencia es el común denominador en sus hogares, muchos de ellos vivieron episodios de violencia física, psicológica o verbal y, como consecuencia, la manera en la que aprendieron a relacionarse y a resolver sus conflictos es siendo violentos.
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Este tipo de conducta es aprendida, y generalmente los adultos son el referente principal para perpetrar este tipo de acciones. El abandono por parte de alguno de los padres, la falta de amor, los golpes y las amenazas dentro de la familia, son el principal alimento de la violencia.
Es claro que la permisividad en la educación ha ido en aumento y ahora estamos viviendo los resultados catastróficos de una generación sin valores y sin una figura de autoridad que sirva de contención y guía.
Algunos padres cometen el error de querer ser “amigos” de sus hijos; es muy buena la idea de buscar la cercanía con ellos para tener su confianza, tal como debe haberla en cualquier relación amorosa, pero la relación de amor entre padre e hijo está muy por encima de una relación de amistad.
Los jóvenes necesitan a sus padres para poner reglas, límites y ayudarles a estructurar su conducta; sin embargo, para tener estos padres amorosos y que actúen educativamente, es necesario tener matrimonios sanos, donde los esposos tengan una buena comunicación entre ellos, donde la relación de pareja esté basada en la confianza, el respeto y la solidaridad.
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Quitémonos la idea de que ser buenos padres significa ser permisivos, dejemos de justificar las conductas inadecuadas de nuestros hijos convirtiéndonos en sus cómplices. Busquemos formar ciudadanos educándoles en el gobierno racional de su afectividad, empeñémonos en la educación en valores, empezando por vivirlos nosotros personalmente y dejemos de responsabilizar a las escuelas.
Prevenir la violencia desde la familia es muy importante y puede llevarse a cabo con acciones muy sencillas, pero significativas:
* Mario Alberto Romo es Director Nacional de Red Familia.
Los artículos de opinión no necesariamente responden al punto de vista de la revista Desde la fe.
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