La leyenda del Señor del Veneno en la Catedral de México
Se llama el Señor del Veneno, y es una de las 7 imágenes antiguas de Cristo que forman parte del gran tesoro artístico y religioso de la Catedral.
En nuestra bella y querida Catedral Metropolitana de la Ciudad de México se encuentra una imagen de Cristo de color negro. Es llamada Santo Cristo Señor del Veneno o Cristo Negro. Es una de las siete imágenes antiguas de Cristo que forman parte del gran tesoro artístico y religioso de la Catedral, y cada una tiene su propia historia.
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Esta imagen es la que ha provocado mayor devoción de los fieles; es muy venerada. Es un crucifijo hecho en pasta de caña policromada con cruz de madera del siglo XVII. Actualmente se encuentra en el Altar del Perdón, donde día a día se observan y se escuchan los rezos, con peticiones y agradecimientos de los muchos fieles que lo visitan o van a pedirle algún favor.
Esta es una oración al Señor del Veneno o Cristo Negro
La fiesta religiosa en honor del Señor del Veneno se celebra el tercer viernes de octubre, aunque también todos los viernes, a las 12 del día, se oficia la misa en su honor.
La imagen del Cristo perteneció a la iglesia dominica del Colegio de Porta Coelli. Esta iglesia fue clausurada al culto público en 1935, de donde fue llevada a la Catedral con el fin de protegerla y resguardarla del saqueo generado por el cierre de los templos católicos y conventos durante la llamada Guerra Cristera.
Hay varias leyendas del porqué de su color obscuro, y parece ser que ésta, que a continuación se narra, es la más conocida.
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Historia de un milagro
Cuenta la tradición que un sacerdote tenía la costumbre de hacer oración todos los días ante la imagen del Cristo que resaltaba entre los oros del altar por su blancura, y al finalizar los rezos, besaba piadosamente los pies de la imagen.
Un día, un hombre confesó al religioso que había robado y matado cruelmente a otra persona. El confesor le dijo que Dios siempre está dispuesto a perdonar, pero para poder darle la absolución era necesario que devolviera lo robado y se entregara a la justicia, ya que no bastaba confesarse, sino arrepentirse de corazón y remediar el daño hecho.
Al hombre no le gustó oír esto. Lleno de furia se retiró del confesionario y, temiendo que el sacerdote lo entregara a las autoridades, buscó la manera de acabar con él. Oculto por las sombras de la noche, se introdujo a la capilla donde estaba la imagen y ungió los pies del Cristo con un veneno de efecto retardado que consiguió con un conocedor de pócimas mortales.
Como cada noche, el clérigo hizo sus oraciones acostumbradas y en el momento que se acercaba a besar los pies del crucifijo, quedó admirado al ver que la imagen flexionaba las rodillas, levantaba los pies para que no le fueran besados y al mismo tiempo, en una forma simbólica, iba absorbiendo el veneno de pies a cabeza, convirtiéndose en un Cristo Negro, salvando así, la vida del sacerdote al impedir el contacto con la sustancia venenosa.
Según se sabe, el hombre que quiso asesinar al religioso fue testigo del maravilloso prodigio y se entregó a la justicia para pagar su crimen. Con lágrimas pidió perdón a Cristo por sus delitos y obtuvo la gracia, no solo de purgar una condena más breve, sino terminar su vida en Gracia de Dios.
Esta explicación tradicional o de leyenda enseña que el pecado es un veneno para el alma, y que Cristo, con su muerte y resurrección, absorbió todos nuestros pecados.
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La autora es cronista y guía de la Catedral Metropolitana de México.