Recientemente se conmemoraron los 70 años del voto femenino en México y tal acontecimiento nos invita a la reflexión. Lamentablemente, hoy la conversación en torno a la mujer y su papel en la vida pública y social se entorpece con obstáculos lingüísticos que hacen pasar nuestra realidad a un segundo plano.

Hablar de “las mujeres” se ha tornado en un diálogo problemático, no sólo por las desigualdades y retos particulares que enfrentamos en el devenir de nuestra existencia, sino porque la palabra “mujer” se ha vuelto un título susceptible de apropiarse o negarse en función de un criterio absolutamente arbitrario como la “autopercepción”.

Nuestra existencia negada como realidad y entendida como un capricho de la voluntad.

Hoy la realidad femenina se dispersa en un uso del lenguaje poco interesado en la verdad y muy preocupado por los sentimientos y emociones de otros.

Un sector social ha hecho propia una corriente de pensamiento que niega a la palabra “mujer” un contenido concreto, ampliándola al grado de incorporar en ella a hombres que deciden hacer suyo el título que alguna vez nos fue propio y exclusivo a las personas de sexo femenino.

Irónicamente, en la era del “empoderamiento femenino”, las mujeres perdemos un elemento básico para abordar nuestras necesidades y aportaciones sociales particulares: el reconocimiento de nuestra realidad desde el lenguaje. Esto, ante la imposición de una serie de ideas que pretenden despojarnos de la categoría conceptual que alguna vez reconoció nuestra única e inigualable existencia.

En mi opinión, como mujer me corresponde cuestionar frontalmente, desde la razón y el respeto, a la corriente de pensamiento que me exige un grado de abnegación que considero inadmisible.

¿Cómo validar la confusión ajena mediante la negación de la propia realidad y experiencia?

Es posible respetar -e incluso compadecer- a tantos hombres que, en distintas circunstancias, se han vuelto incapaces de asumir su realidad y buscan refugio existencial en su particular idea de lo femenino. Sin embargo, eso no debe traducirse en la pretensión de imponer a una sola mujer el deber de afirmar que nuestra realidad es un disfraz que puede quitarse o ponerse a voluntad.

No pretendo tener la solución al vericueto contemporáneo en el que nos ubicamos. A veces me pregunto si la hay. Simplemente considero que el reconocimiento de la participación de las mujeres en la vida democrática, exige mucho más que aplaudir la habilitación para marcar un nombre en una casilla cada periodo electoral.

Conmemorar tal acontecimiento histórico demanda el reconocimiento de una premisa básica para que celebrar el sufragio femenino haga sentido: el entendimiento de que ser mujer conlleva una realidad única y distinta de la experiencia masculina que, aunque no es una cuestión de lenguaje, sí necesita de su reconocimiento.

En un esfuerzo por conducirme con actitud democrática, me permito invitar a cada posible lector a pensar críticamente sobre este tema y su impacto social, con una cita de la admirable Hannah Arendt: “El objeto ideal de la dominación totalitaria no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes ya no existe la distinción entre la realidad y la ficción (esto es, la realidad empírica) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, los estándares del pensamiento)…

Más sobre el autor: La lic. Diana Gamboa Aguirre es Abogada por la Escuela Libre de Derecho. Maestra en Derecho Constitucional. Profesora universitaria. Tw. @dianagamboaa

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores

Diana Gamboa Aguirre

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