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COLUMNA

Columna invitada

Comentario al Evangelio: Orar sin desfallecer

El evangelio que hemos escuchado este domingo, corresponde a una parábola expuesta por Jesús, dentro del marco conocido como la “subida a Jerusalén”

15 octubre, 2022
Comentario al Evangelio: Orar sin desfallecer
La Iglesia ha llamado a orar por los jóvenes que son parte de la delincuencia organizada.

¿Creen acaso que Dios no escucha sus oraciones? (Lc 18, 1-8).

En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:

“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.

Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’ “.

Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?”

Comentario

El evangelio que hemos escuchado este domingo, corresponde a una parábola expuesta por Jesús, dentro del marco conocido como la “subida a Jerusalén”. Quisiera hacer presente que los salmos 120 a 134 eran oportunos para este fin, conocidos como las “canciones de las subidas”, que generalmente los peregrinos intercalaban en su itinerario hacia la Ciudad Santa, Jerusalén, Ciudad de Paz. ¡Qué regocijo contemplar sus puertas! para aquellos que empeñaban días en transcurrir ese peregrinaje y acompañados de estos cánticos llegaban a La Ciudad, meta de su destino terreno e imagen de la Jerusalén celestial, a la que esperamos llegar los que caminamos esta vida.

Por su parte, el Evangelista Lucas coloca en el bloque conocido como “subida a Jerusalén” (9,51 – 18,14) una serie de enseñanzas del Maestro, entre las cuales encontramos la del domingo presente: la de “orar sin desfallecer”.

Para tal propósito, presenta a dos protagonistas de su narración: por un lado, un juez que encargado de distribuir la justicia en el pueblo, no tiene ninguna referencia ni respeto a Dios, ni interés por sus interlocutores. Por el otro, a una viuda, la cual ocupaba dentro de la escala social de ese entonces, uno de los últimos peldaños en la estratificación de su sociedad; sólo los niños huérfanos y las niñas estaban en el mismo abandono, así como los esclavos.

A través de esta contraposición: una persona a la que corresponde el poder de determinar la suerte de las personas con una decisión de su parte, frente a alguien que, por su condición, no tiene nadie que le defienda, vea por sus intereses o siquiera le apoye y consuele. A través de estos dos personajes, Jesús hace que sus discípulos se pregunten: ¿Cómo defender su causa?, ¿cómo llevar a buen fin su reclamo?, ¿cómo conseguir lo que por justicia le corresponde, sin nadie que pueda estar a su favor? Además, ¿cómo obtenerlo de alguien que no tiene como referencia al mismo Dios, ni le respeta, ni siquiera le interesan las personas a las que sirve?

Me parece que el verbo clave es una actitud: insistir, persuadir, ser constante; en el verso 5 del capítulo 18 hay un verbo griego (ypopiàzo), que literalmente significa golpear en la cara, dejar un ojo morado. Es tan grande la insistencia que es como golpear en la cara, no que lo hiciera literalmente la pobre viuda, sino que su ir y venir, ya le estresaba al incólume juez, le “tenía mareado” decimos nosotros, y no por ser justo o por temor de Dios, sino por la persistencia en su propósito, le haría caso por fin concediéndole justicia.

La vida cristiana, la que nos invita Jesús a llevar, no es algo que sale como por casualidad, como atinándole; sino que debe rayar en la necedad de insistir, de solicitar una y otra vez, como queriendo cansar a Dios de lo que tanto le pedimos; por lo que ofrecemos nuestra comunión a diario, lo que pedimos en el Santo Rosario, lo que nuestros amigos nos ayudan a orar y pedir, una y otra y otra vez, por si a Dios se le olvidara, por si no lo había tenido presente, como la gota que a fuerza de caer en el mismo lugar por infinitas veces, logra reventar la roca que no quería romperse.

Insistamos esta semana a Dios, tanto que parezca que le vamos a cansar con nuestro ruego; total, ya el Papa Francisco nos dice: que más rápido nos cansamos nosotros de pedirle a Dios, que Él de escucharnos con amor.

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