Caridad sin límites
La caridad que surge del corazón no debe tener prioridades, pues no hay personas de primera, de segunda o de tercera clase.
Hace unos días fuimos testigos de una de terrible explosión en la ciudad de Beirut, la capital de Líbano, causada por la negligencia de la propia autoridad; las consecuencias son casi dos centenares de muertos, miles de heridos y de familias sin hogar.
El gobierno, ante esta desgracia, renunció; en su conciencia está que durante años dejó a la deriva un decomiso de toneladas de materiales inflamables en un almacén en un puerto en donde cohabitan más de 360,000 personas.
Ante la emergencia ha surgido un llamado de ayuda humanitaria, miles de personas se han quedado sin un techo donde poder dormir y necesitan diversos tipos de apoyo, no solo económico sino espiritual y moral.
Entonces surgen varias preguntas, ¿cómo podemos ayudar económicamente ante una crisis como la que estamos viviendo?, ¿La caridad sólo debe darse en momentos de abundancia?, ¿nuestra prioridad de atención debe ser solo a los que están más cercanos a nosotros?
Desde una visión de la Doctrina Social de la Iglesia, hay que recordar que el amor es una las mayores lecciones del Evangelio. Por ejemplo, el “fiat” de María a Dios para tener a su Hijo; la gran cantidad de milagros de Jesús; la ‘resurrección’ de Lázaro en donde Cristo se conmueve ante las lágrimas de María y Martha al recordarle su amistad con su hermano; la última cena donde le deja a los apóstoles la lección de un mandamiento nuevo, y de forma divina, cuando se sacrifica por toda la humanidad en la cruz.
Surge entonces la importancia de la caridad, palabra que desde su origen “caritas” se puede traducir como la virtud de amor a Dios y al semejante. Precisamente en 2009, el Papa Benedicto XVI nos recuerda en su encíclica Caritas in Veritate, que el amor es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz.
En el mismo documento, se nos recuerda que la caridad es la vía maestra de la Doctrina Social de la Iglesia: “Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley”.
Ya anteriormente en la primera encíclica del Papa Benedicto XVI, Deus caritas est, se nos recuerda: todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.
La caridad es uno de los gestos más hermosos de la humanidad y un acto común en los mexicanos. Ejemplos sobran para recordar el aspecto solidario ante los efectos que causan fenómenos como los terremotos, huracanes, inundaciones o tornados.
Por eso no deben de ponerse límites, el que da algo a los demás con una visión de apoyo al prójimo y lo hace sin esperar nada a cambio realiza una expresión de amor.
La Madre Teresa de Calcuta decía una frase impactante: “Hay que dar hasta que duela y cuando duela dar aún más”. En esto se podría resumir el mensaje sobre la caridad en los tiempos del COVID 19, no paremos de ayudar, aunque implique un sacrificio.
Y es que el sacrificio para muchos ha dejado de estar vigente. Se busca evitar porque hay un costo, a veces físico, económico o emocional. El sacrificio es una forma de entrega en donde se hace a un lado el egoísmo y se hace eco a la generosidad.
Por lo tanto, la caridad que surge del corazón no debe tener prioridades, se hace a quien nuestra voluntad y conciencia así lo desean, pues no hay personas de primera, de segunda o de tercera.
Lo importante es que no deben de cesar nuestras ganas de ayudar al vecino o al que está ahorita sin casa en Beruit, todos somos hijos de Dios.
*El Mtro. Guillermo Torres Quiroz es Director de la Red de Comunicadores (REC) y analista político.
Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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