No quiero ser catastrofista ni pájaro de mal agüero. Como sacerdote estoy llamado a comunicar la alegría del Evangelio y la esperanza cristiana. Sin embargo los sacerdotes estamos llamados también a leer los signos de los tiempos para descubrir a Dios que nos habla en los acontecimientos, denunciar el pecado y anunciar la salvación.
He leído un inquietante artículo del padre jesuita Robert McTeigue que ha escrito para la revista Crisis llamado “Una breve historia de nuestra aniquilación” (A brief history of our annihilation), en el que describe algunos hechos clave que han conducido a nuestra sociedad por un camino de declive espiritual y moral con efectos estremecedores. Él lo describe como una tendencia de la historia hacia la aniquilación del ser humano.
La fractura inició en 1517 con Martín Lutero y el protestantismo que rechazó a la Iglesia. En el año 1789 comenzó el rechazo a Jesucristo con la Revolución Francesa. En el siglo XIX Charles Darwin y Karl Marx rechazaron a Dios Creador. Podemos observar que estos tres eventos señalan la fractura del hombre con la Santísima Trinidad: se pasó del rechazo al Espíritu Santo como el que unifica a la Iglesia, luego al rechazo de Cristo como Redentor, y finalmente a Dios como Padre y Creador.
Pero es a partir del siglo XX, en los años 60, cuando inicia el quebrantamiento del ser humano y su camino hacia su propia aniquilación. La revolución sexual separó el ejercicio de la sexualidad de la fertilidad y del matrimonio, y así se terminó por negar la naturaleza humana en sus componentes físico, espiritual y social.
Como fruto amargo del culto a la anticoncepción, en la década de 1970 inició el culto al aborto. Si el futuro no se puede suprimir –el bebé concebido–, se debe asesinar. En los primeros años del 2000 empezó a verse el pasado ahora también como enemigo: se revisó la historia de los pueblos para cuestionarlos, derribar sus monumentos, nombres y símbolos. Basta ver uno de los últimos videos de Disney para ver cómo a los niños norteamericanos se les adoctrina en el odio por su país y sus raíces históricas.
Después del 2010 comenzó la aniquilación del individuo. El hombre separado de sus raíces históricas; de su futuro –la gente quiere tener cada vez menos hijos–; y de los demás, se vuelve un ser profundamente insatisfecho. Siente que tiene un cuerpo equivocado –transgenderismo– o que pertenece a una especie con cuerpo y mente equivocada y aboga por el transhumanismo.
En los años 2020, dice el padre McTeigue, el hombre se comienza a convertir en un caníbal profundamente egoísta. Como cada vez más se queda sin realidades para destruir o alterar, inventa la última moda en funerales: el compostaje humano –proceso por el cual los cadáveres humanos se desintegran y se hacen abono para los árboles o plantas– y así las personas se devoran a sí mismas en ensaladas. O bien el hombre destruye su futuro, que son los niños, convirtiéndolos en juguetes sexuales a través de la tendencia actual para legalizar la pedofilia.
“Esta historia de 500 años de nihilismo narcisista –concluye el autor–, que termina finalmente en un canibalismo integral, es una inversión perversa del “Fiat” de la Iglesia (Lucas 1:38) y su “Nunc dimittis” (Lucas 2:29)—es una rechazo total del don y la promesa divinos. Los narradores de esta historia pueden ser humanos, pero su autor es un espíritu, a saber, Satanás”.
No quiero ser catastrofista ni zopilote de malos oráculos, dije al inicio. Hay señales en el camino que nos indican que podemos dar vuelta en “U” antes de que sea demasiado tarde. Estoy convencido de que este proceso de autodestrucción será revertido con la gracia de Jesucristo y un auxilio extraordinario de la Virgen María y san José. Sin duda será un retorno muy doloroso y quizá la mayoría lo rechazará.
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